Taller Encantado

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17 de febrero de 2013

El velo

Hay noches en las que el frío solo se aturde con el movimiento. Si estás calado hasta los huesos a lo mejor resulta más difícil, pero qué remedio si estás lejos de casa. Aprietas el paso con la esperanza de que la sangre en movimiento temple tus extremidades ateridas y tratas de concentrarte en una única idea: llegar.

Eso si tienes suerte y algún destino te aguarda. Un techo, un lugar en el que descansar, en el mejor de los casos algún tipo de compañía. Al menos si no te has dado ya por vencido. Puede que te suceda lo mismo que a mí y ya hayas dejado de buscar. ¿Eres de los que ha tirado la toalla? Bienvenido al club. Llegó un momento en el que me di cuenta de una verdad fundamental: estamos solos. No en el sentido físico, puedes tener pareja e hijos, compañeros de piso, una familia... pero no te engañes, estás solo. Te darás cuenta en el momento más inoportuno, puede que en algún momento en el que estés compartiendo tu desierto interior con los otros mientras anestesias los sentimientos de profunda soledad que te atenazan. Intentarás ser positivo y puede que incluso lo consigas...

En otras ocasiones no tendrás tanta fortuna y a lo mejor te darás cuenta de que estás rodeado de cosas que no necesitas y que han venido a llenar espacios y momentos. Excusas sobre excusas para no pensar, para evitar descubrirte a ti mismo lo que en el fondo de tu corazón tan bien sabes.

El hombre solo puede seguir adelante así, como los caballos a los que se les tapan los ojos para que no tengan ocasión de temer a aquello que les rodea. Al igual que ellos somos animales asustados solo que nadie nos ayuda a avanzar y el velo sobre los ojos nos lo tenemos que autoimponer para poder sobrevivir. El problema es que a veces se nos cae y tenemos que enfrentarnos a la verdad. Y duele.

7 de julio de 2012

Crecer sin guías


Estaba en muy mal estado. Las malas hierbas habían ido colapsando la base y no permitían que llegara allí la luz del sol, de modo que poco a poco se estaban debilitando las raíces cuyo espacio estaba siendo invadido. La única opción para salvaguardar la salud había sido tirar las hojas más bajas y tratar de trepar hacia la luz, pero en aquel esfuerzo, los tallos se habían alargado de tal forma que no habían podido asumir el peso de las carnosas hojas altas, que tan llenas están de agua. Esto las había vencido retorciéndolas en toda clase de piruetas que trataban de darle la fortaleza suficiente para tirar de nuevo hacia arriba. La recompensa: los rayos preciados de sol, el alimento, la calidez de la energía, el motor de la fotosíntesis, el origen de su verdor y la posibilidad de afianzarse.

Así estaba esta mañana mi kalanchoe. La había dejado demasiado tiempo sola, sin mimarla, tan solo regándola lo necesario pero sin prestarle la atención debida. Ahora, ya sin las hojas muertas, con una dosis apropiada de abono, con guías a las que poder agarrarse para alcanzar la luz y en una posición en la que lo hará con una mayor facilidad, la mejoría ha sido notable. Ha recibido los cuidados que necesita para poder tener una mejor calidad de vida, y para poder alimentar esas preciosas flores rojas que tan duraderas y hermosas son.


La pregunta, inevitable, es quién nos quita a nosotros la broza del camino, quién nos ayuda a alcanzar el sustento y nos rescata con sus guías para seguir el camino adecuado. Estamos muy solos. Florecemos en la oscuridad y nos mustiamos sin haber alcanzado la posibilidad de recibir la luz del sol. Quienes hemos descartado la fe de nuestras vidas solo dependemos de nosotros mismos y de quienes nos rodean. La mayor parte del tiempo estas personas desconocen cuáles son nuestros problemas reales, nuestras necesidades o siquiera nuestras aspiraciones. ¿Cómo ayudarnos entonces? ¿Podremos alcanzar a base de esfuerzo y dedicación el aire limpio, respirarlo y seguir adelante sin dejarnos morir o agonizaremos por carencia de alimento? En el caso de mi kalanchoe estaba muy claro lo que necesitaba, ¿qué necesitas tú para vivir? ¿Qué necesito yo?

23 de noviembre de 2009

La Dama Blanca IV Tirar la toalla

Cuando en el corazón no descansa sino el dolor enquistado durante años, cuando no queda nada más allá de la siguiente mazmorra en que habitar la soledad maldita... mejor tirar la toalla.

No han sido pocos labios los que han naufragado en las procelosas y espiritosas aguas que se encierran en una copa de cristal. Cuántos pobres diablos se creen bohemios por el hecho de envenenarse en público en vez de hacerlo en la intimidad que brinda la petaca del vagabundo... ni se enteran de que son un chicle en la chancla de Dios, ese que nos ve desde arriba mientras se jacta de nuestra estupidez al creernos hechos a su imagen y semejanza...

Como guardarropa tengo la doble potestad de comprobar dos relevantes hechos en la vida nocturna de este local: en primer lugar qué aspira a parecer un hombre (que se corresponde con la imagen primera que exhiben como pavos reales al entrar) y en segundo lugar, aunque no menos importante, qué es realmente (que se expresa de forma elocuente a su salida, y suele componerse de los pedazos rotos de lo que fuera en un principio o como decíamos, aparentara ser).

Al ser lugar de paso soy testigo de las metamorfosis que se operan en este lugar: recatadas estudiantes se convierten entre bambalinas en pícaras bailarinas para costear sus gastos, a veces solo por unas cuantas noches, otras, durante unas meses y las menos, sin mucha posibilidad de salir del charco que acaba por salpicarles el tesoro de la juventud.

Otro tanto sucede con los "selectísimos clientes" que pasan por delante de mis ojos cada día. Caras sobrias, serias, elegantes, decorosas van deformándose lentamente con el transcurso de las noches para ser bobaliconas, alcoholizadas, viciosas y finalmente, ausentes. La indolencia es quizás el peor de los sentimientos que puede albergar una mente despoblada de objetivos en la vida. Es la madre de todas las desgracias porque termina siendo la carta blanca que permite a una persona hacer cuanto se le antoje. Y la indolencia es la que lastra los ojos de quienes han tirado la toalla: la mayoría de nuestros asiduos.

13 de noviembre de 2009

Tápate los oídos

Si no quieres escuchar esto, eso es lo mejor que puedes hacer, porque lo que tengo que decirte es muy sencillo, si bien no menos doloroso: a la postre estamos todos bien solos. No te engañes, no pienses que alguien te cogerá la mano cuando estés triste o habrá un hombro sobre el que llorar. Eso es totalmente mentira, estamos en la más absoluta de las indigencias emocionales... no importa lo que hagas, sencillamente el individualismo propio del ser humano te desterrará algún día a la soledad. Puede que incluso la desees. Te sorprenderás a ti mismo sintiendo que no quieres ver a nadie, que no quieres compartir palabras huecas, que todo te sobra. Hasta tú mismo te incomodas. Dichosos aquellos que son capaces de dejar la mente en blanco y dejar siquiera de ser conscientes de sí mismos. Ellos son quienes alcanzan el nirvana. Los demás seguimos espantándonos de nuestra precipitación hacia el abismo.

15 de octubre de 2009

La soledad y las flores

Dicen que Mercedes está loca. Pasea sola, fumando un cigarrillo, ligeramente encorvada, como si sobre su espalda se avatiera un gran peso que le lastra el caminar. A veces habla sola, pero no estoy segura de que lo haga más de lo que lo hacemos los demás cuando rememoramos algo que tenemos grabado a fuego en la memoria. Lo que más llama la atención de ella es su forma de vestir. Siempre con colores estridentes, vestidos llenos de flores, muchas horquillas no menos llamativas en el pelo, collares y pulseras y grandes broches.

A Mercedes le gusta el color y la alegría que le proporcionan todas estas cosas. De lejos dirías que es una hippie e incluso podrías confundirla con una yonqui por esa manera tan extraña de caminar. Sin embargo, cuando te asomas al balcón de sus ojos tristes y cansados y comprendes por fin que
está sola y necesita entablar una conversación, te das cuenta que es solo una mujer que ha tenido mala suerte.

Cuando ella escoje la ocasión, charla despreocupada durante un buen rato, sin embargo si eres tú quien toma las riendas para comenzar un diálogo, ella se estremece visiblemente nerviosa, casi sin poder dominar los nervios y abandona a la primera ocasión.

Admira las cosas que le gustan, las aprecia de veras, las mira una y otra vez, las coge con ternura y cuidado y finalmente las compra, porque le parecen alegres y simpáticas. Sin embargo, en un descuido, la manga de su vestido se traba en un alambre, y en un instante descubres una gran cicatriz, un accidente de coche, quizás, o una brutal caída. Puede que algo menos racional y más escalofriante, pero no quiero pensar en esa posibilidad, porque nadie merece que le inflijan tal dolor sino de forma fortuita por un caprichoso avatar del destino. Algo ocurrió en su vida que hizo que cambiara para siempre, que se refugiara en las flores y la soledad fuera su más firme compañera. Se me antoja una flor rara que busca refugiarse entre otras.



21 de agosto de 2009

La ira es un gusano

Se extiende desde que es un mero punto larvado en un corazón roto hasta que eclosiona y lo devora todo a su alrededor. Poco a poco se apodera de todos los pensamientos y saca lo peor de nosotros mismos, ese lado destructivo e irreverente que arremete contra todo y se desborda hasta golpear con el restallido del grito o la sátira más hiriente.

Cuando aquel día, prorrumpió en un estallido de incontenible de ira, nadie pudo comprender el por qué de semejante demostración de enfado. El vaso había estado llenándose poco a poco durante meses, lentamente. Como los cantos del río van puliéndose con la sacudida de las aguas, se fue enquistando en ella un rencor profundo y duradero que iba aumentando con cada nuevo desplante. Lo increíble, una vez conocidas las circunstancias, es que consiguiera retener durante tantos años ese arranque de la más genuina de las iras.
Rotas las cadenas, la bestia que se agazapaba en su interior, y que había ido creciendo esquiva en su interior se apoderó de su alma y nunca más le permitió prorrumpir en llantos ni agachar la cabeza. En vez de eso se dedicó a luchar contra todo y contra todos, dejando a un lado a su familia, a sus amistades y por supuesto borrando de su diccionario personal la palabra tan maltratada según su propia experiencia: "amor". El amor es sólo para los necios, se decía a sí misma mientras sus palabras le devolvían el eco en su interior vacío. Pena y soledad fueron las consecuencias de la ruptura con la injusticia que había martilleado su hastiada existencia hasta la fecha de su estallido final, pero nunca más sintió pena de sí misma, ni tuvo que padecer los sufrimientos de los que había sido víctima. Fue libre su elección de privarse de la compañía que había desencadenado su ira y ejerció su albedrío libando su propio veneno.

13 de abril de 2009

Morfología de la soledad


Los lugares costeros inculcan cierto carácter austero en las gentes vinculadas a la mar por profesión o por melancolía. Las personas que habitan en sí mismas muestran soledades sonoras, retumbantes y plenas y las exhiben sin remordimiento ni vergüenza por el qué dirán. Bastante tienen con soportar el tedio, la infinita extensión de las horas sin otra compañía que la nada en derredor y quizás de rumor y la bruma de las olas rompientes resonando en la cabeza.

En los cafés y en los bancos de las calles, en los puertos como en los profundos valles se encuentran ancianos recostados, poetas frustrados, viandantes extraviados y árboles secos. Mil y una formas de soledad, como la de los cementarios erigidos sobre rocas en abismo o la de las casas perdidas en la niebla asediadas por la hiedra y el polvo del tiempo.

En el eco de las cascadas como en el nacimiento de los arco-iris resuena la canción de los cautivos del mar, de aquellos que tras la estrepitosa tormenta, el granizo o la nieve siguen anhelantes el sonido de los pasos perdidos, las huellas imborrables de tiempos de festejo y acogida en una gran familia ahora desmembrada y sometida a las acometidas del mar.

Asturias es agua y soledad.

24 de marzo de 2009

Creer en ti

Imposible creer en las palabras que formulas, sabiendo como sé que mientes, que siempre me has mentido, que has cubierto nuestros ojos de miradas cómplices que ahora se han roto. Sigue tu camino, yo seguiré el mío sin miedo. Porque nunca más podré creer en ti. El lazo que nos unía, esa amistad sincera, limpia, sin complejos en la que habitábamos ha llegado a su fin por la avaricia de tu lengua y la impudicia de tus manos acaparadoras. Tuyo es el banquete, tuya también será la indigestión por no compartirlo con nadie. La soledad es un gato de ojos verdes que no deja de acecharte nunca, ni en el sueño ni en la vigilia. Entre la masa tumuluosa se elevará su ronroneo inquietante, en la intimidad del lecho creerás haber sentido el paso algodonoso de su cola acariciando insidioso tu tobillo. ¿Sientes cómo tu nuca se estremece? No sabes nada, no has visto nada aún, ese gato será tu dueño siempre, creerás que te sigue pero en verdad serás su esclavo más servil porque tú lo has creado, vive en ti, por y para ti y lo dejas crecer con cada nueva falsedad, con cada nueva metamorfosis camaleónica en la que crees haberte evadido de su penetrante mirada. No puedes distraer su atención, penetra tu cáscara hueca, te cala, sabe el vacío en que habitas. Vive con ello.

1 de marzo de 2009

Nadie sino tú

Poder... el poder sobre las personas es algo escalofriante. Nadie sino tú puede abrazar a otros con esa mirada persuasiva que hace que el mundo caiga rendido a sus pies. Nadie sino tú puede acariciar los oídos de los demás con medias verdades o con urdidas mentiras para alcanzar sus objetivos.

El problema es que esas metas, una vez alcanzadas pierden todo su valor: siempre hay un sueño más allá del alcanzado, siempre hay nuevos terrenos que conquistar, otras personas a las que manipular y siempre, aunque te pese, te verás en la más profunda soledad. Te ahogas en el ostracismo del depredador implacable, de aquél incapaz de saciar su sed en nada ni en nadie: serás el eterno errante, condenado a vagar por siempre encubriendo sus propias quimeras, rey del disfraz y del encanto fingido, pútrida carne envuelta en tules y oro que deslumbra sólo a los ciegos.

Nadie sino tú y tú, solo, por toda la eternidad.

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