Taller Encantado

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7 de julio de 2012

Crecer sin guías


Estaba en muy mal estado. Las malas hierbas habían ido colapsando la base y no permitían que llegara allí la luz del sol, de modo que poco a poco se estaban debilitando las raíces cuyo espacio estaba siendo invadido. La única opción para salvaguardar la salud había sido tirar las hojas más bajas y tratar de trepar hacia la luz, pero en aquel esfuerzo, los tallos se habían alargado de tal forma que no habían podido asumir el peso de las carnosas hojas altas, que tan llenas están de agua. Esto las había vencido retorciéndolas en toda clase de piruetas que trataban de darle la fortaleza suficiente para tirar de nuevo hacia arriba. La recompensa: los rayos preciados de sol, el alimento, la calidez de la energía, el motor de la fotosíntesis, el origen de su verdor y la posibilidad de afianzarse.

Así estaba esta mañana mi kalanchoe. La había dejado demasiado tiempo sola, sin mimarla, tan solo regándola lo necesario pero sin prestarle la atención debida. Ahora, ya sin las hojas muertas, con una dosis apropiada de abono, con guías a las que poder agarrarse para alcanzar la luz y en una posición en la que lo hará con una mayor facilidad, la mejoría ha sido notable. Ha recibido los cuidados que necesita para poder tener una mejor calidad de vida, y para poder alimentar esas preciosas flores rojas que tan duraderas y hermosas son.


La pregunta, inevitable, es quién nos quita a nosotros la broza del camino, quién nos ayuda a alcanzar el sustento y nos rescata con sus guías para seguir el camino adecuado. Estamos muy solos. Florecemos en la oscuridad y nos mustiamos sin haber alcanzado la posibilidad de recibir la luz del sol. Quienes hemos descartado la fe de nuestras vidas solo dependemos de nosotros mismos y de quienes nos rodean. La mayor parte del tiempo estas personas desconocen cuáles son nuestros problemas reales, nuestras necesidades o siquiera nuestras aspiraciones. ¿Cómo ayudarnos entonces? ¿Podremos alcanzar a base de esfuerzo y dedicación el aire limpio, respirarlo y seguir adelante sin dejarnos morir o agonizaremos por carencia de alimento? En el caso de mi kalanchoe estaba muy claro lo que necesitaba, ¿qué necesitas tú para vivir? ¿Qué necesito yo?

6 de julio de 2012

Palabras a desterrar de mi diccionario I: INDOLENCIA


La indolencia es una forma cruel de relacionarse con el entorno. Presupone una anestesia cerebral que te priva de la capacidad empática hacia quienes te rodean. Te permite ver el dolor en la cara de los demás, y no sentir nada. Mirarles a los ojos tras herirles y no sentir nada. Ver que todo se va al garete y no sentir nada. Nada de nada.

No sentir nada es lo más parecido que encuentro a estar muerto en vida.

La indolencia te lleva a despreocuparte tanto que el futuro ya no tiene importancia. El proyecto de vida se ahoga en la inmediatez del "aquí y ahora" y te permite robar, hacer daño, pasar por encima de todo, sin temer por las consecuencias. Te dota de una valentía profundamente cobarde, te infunde un poder ficticio según el cual todo es posible sin que el precio importe. ¿A quién le importa si lo pagará otro?

El indolente es estático, inconmovible, ajeno a lo que le rodea por más próximo que esté a sí mismo. El indolente llega a despreocuparse incluso de sí mismo, al menos en el plano ético. Nada le llega dentro porque dentro no tiene sino un vacío inmenso.

¿Es la indolencia marca de fábrica o se va rumiando con el paso de los años hasta hacer digerible cualquier cosa? ¿Qué hay que hacer para llegar a ser así? ¿Qué experiencias en la vida te privan de la capacidad de compadecerte del sufrimiento de los demás, de preocuparte por tu futuro, de asumir la responsabilidad de tus acciones?

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