Taller Encantado

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30 de septiembre de 2011

El umbral

Cuando padeces dentro de los límites de tu piel un dolor físico, al menos esta barrera le sirve de frontera. Dependiendo de su naturaleza puedes controlarlo e incluso tu propio cuerpo se impondrá un nivel de cordura, adormeciendo la zona afectada o incluso bloqueando los receptores del dolor. Es una reacción totalmente natural que nos protege y palia la brusquedad con la que se produce el daño, tratando de imponer un equilibrio razonable. Puede no ser un gran consuelo, pero convivimos con el dolor cada día y eso debería darnos redaños para enfrentarnos a él o al menos ayudarnos a acotarlo e irlo venciendo.

Sin embargo, todo cambia cuando la diana es un ser querido, se desbordan los umbrales del dolor porque inevitablemente acusas un mazazo más profundo que el que produce una herida, un golpe o una fractura. Quisieras poder arrancar todo su padecimiento, mantener a salvo a esa persona, mimarla, restituirle la alegría arrebatada y verla reír como antes. Salvarla para siempre de cualquier tipo de padecimiento. Pero ¿no es acaso el dolor parte de la vida? ¿No se supone que es el propio recorrido vital el que debe hacernos aprender para saber llevar esa lacra? Siempre las mismas preguntas sin respuesta, vagando por nuestras cabezas, son las que nos abducen del espanto de ver a un ser querido desarmado, bregando por superar el obstáculo destructor del dolor. Nada puede librarnos de ello, aunque bien es cierto que en contraprestación los momentos de placer, algunos extrañamente imprevistos, nos provocan picos de felicidad que llegan a hacernos pensar que todo este circo merece la pena. Habrá que resarcirse disfrutando de esos instantes hasta que nos llegue el momento de superar el umbral.

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