Taller Encantado

English cv French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

20 de abril de 2012

Jugar a ser un dibujo

Y poder estirar los brazos hasta el infinito, dejar que los ojos se nos salgan de las órbitas y ver estrellas bailando alrededor de nuestra cabeza cuando nos damos un porrazo. Poder viajar por todo el mundo y no tener que comer ni dormir. Estar todo el día maravillándonos de la belleza del mundo y viviendo aventuras que nos lleven a recorrer el planeta y alcanzar la luna. Atravesar muros dibujando en ellos una puerta, tomarle el pelo al coyote y burlar eternamente a la muerte.


Mi irresistible imán para los locos. Parte I: ¿Cuál es la siguiente parada?

Durante mucho tiempo, he temido viajar sola. La razón no es otra que mi nefasta suerte, que me lleva directa a compartir trayecto con el loco de turno. Si alguien habla solo, muestra una conducta extraña o da miedo, irá derechito a sentarse a mi lado. Si fuera un personaje de los Simpson, mi casa sería la que queda al lado de la loca de los gatos y se pasaría el día tirándomelos por la ventana.

Recuerdo una ocasión en la que, para variar, una mujer joven, de aspecto aparentemente normal, se sentó a mi lado. Al entrar al cercanías, todos fuimos derechos a coger un sitio, porque había mucha gente, así que no tuve mucho tiempo para elegir acompañantes de viaje, aunque, por lo general, me siento segura cuando quien se sienta a mi lado es una mujer. Al menos me ahorro tener que estar alerta por si le da por rozarse conmigo, cosa que por supuesto, ya me ha pasado también. El caso es que, como suele suceder, al principio, pensaba que la loca era yo. Pero, creedme cuando os digo que no, y pronto descubrireis por qué.

Frente a mí, la suerte había sido menos benévola, y había una joven un tanto desaliñada. Yo suelo leer en el tren, así que no le presté mayor atención hasta que comencé a oír un leve rumor. Me daba apuro levantar la vista del libro para mirarla y confirmar si era su voz, aunque la curiosidad me corroía ¿estaba hablando por el móvil? ¿Hablaba con otra persona quedamente? A lo mejor me equivocaba y era el ruido del tren. Pero no, era un sonido como de ultratumba, muy grave y muy tenue que apenas era audible, pero estaba claro que lo emitía ella. Estaba hablando sola. Seguí leyendo a pesar de todo haciendo, ahora sí, un esfuerzo para no perder el hilo de lo que leía, pero no podía evitar tratar de entender qué demonios decía ¿le habría pasado algo traumático? ¿Hablaba para sí tratando de no olvidar algo? ¿Cantaba? No había musicalidad en sus palabras, aunque parecían repetirse como un mantra... Quizás poniendo más atención... "ij...a... ta... on..s... se... se... aj...". Leer ya era imposible, pero no podía dejar traslucir mi obstinación por entender lo que decía. Poco a poco, la ronca voz se fue elevando hasta que pude entender perfectamente "sois todos unos hijos de puta, lo sé, lo sé, me estais mirando, hijos de puta, hijos de puta, os voy a rajar a todos". Como diría Borja Pérez ¡TOMA, TOMA!

Os aseguro que en el instante preciso en el que tuve consciencia plena del sentido de sus palabras tuve auténtico miedo. Ya solo podía pensar en llegar a mi destino y abandonar el tren, a ser posible manteniendo mi integridad física, pero quedaban dos paradas. ¡Qué lento iba el tren! Entre tanto ella no dejaba de repetir lo mismo una y otra vez, aunque no se movía. Miré de soslayo a la chica que iba a su lado y compartimos una mirada cómplice de incredulidad y preocupación. Mi cuerpo se hizo uno con el asiento, estaba pegado a él manteniéndome tan lejos de ella como me era posible ¡en la vida he tenido la espalda más recta!

Y de repente... con una voz dulce y melodiosa me miró directamente a los ojos y me preguntó: ¿cuál es la siguiente parada? 

Lo nuestro

Un día iba caminando distraída por la calle cuando se coló en mis oídos el retazo de una conversación. Un hombre de mediana edad le comentaba a otro algo más joven que le gustaba la semana santa porque era "lo nuestro" y "estamos invadidos de extranjeros", según sus propias palabras. Parece ser que aquello de celebrar la muerte y resurrección de Jesús le hacía sentirse más arraigado a su tierra o algo así, reafirmándole en su identidad nacional. 

Entonces me puse a pensar sobre cuál es mi relación con la religión y sobre todo, con la cristiana católica que es, en mayor o menor medida, la que me ha rodeado siempre y la que, dentro de mis muchas lagunas, conozco un poco.

Nunca entendí muy bien eso de vincular el sentimiento patrio a las creencias religiosas, seguramente porque durante muchos años en este país la religión católica fue una imposición para muchas personas que se veían obligadas a acudir a misa, a rezar y, sobre todo, a no preguntar ni cuestionarse los principios de cualquier religión: la fe y la liturgia. Así que de entrada, no creo en absoluto que la semana santa sea nada nuestro, o, al menos, no es nada mío. Tampoco tengo muy clara la relación que existe entre esa españolidad cristiana versus "los extranjeros", porque hay muchísimas personas que han emigrado a nuestro país y que son también católicas e incluso mucho más practicantes que los españoles creyentes, por no hablar de los católicos "de boquilla" que no pisan una iglesia, ni oran, ni siguen ninguno de los ritos pero se autoproclaman católicos por estar bautizados o porque ni se han cuestionado sus creencias nunca.


El caso es que, en semana santa, yo suelo huir literalmente de las demostraciones públicas de fe, esquivando las procesiones, las acumulaciones de gente, la venta ambulante de objetos religiosos... En fin, a pesar de ser española, no siento como mío en absoluto ninguno de estos eventos, aunque por supuesto los respeto muchísimo y soy capaz de encontrarles la belleza como piezas fundamentales del folklore nacional. Recuerdo incluso una ocasión en la que estando en Zaragoza, me vi "atrapada" por una procesión y no me quedó más remedio que verla. Y hubo momentos en que me pareció preciosa. También hubo otros en los que me pareció lo que me suelen parecer siempre estas cosas: algo antiguo, una tradición morbosa anquilosada en un pasado que ya no tiene mucho sentido.

Cada año sucede algo que chafa una procesión (las inclemencias del tiempo, el deterioro de las imágenes...) y entonces, la impotencia de todos aquellos que han dedicado titánicos esfuerzos para preparar y ensayar las procesiones, desde costaleros hasta cantantes de saetas, salen llorando en la televisión a lágrima viva, como lo hacían las groupies de los Beatles. Es un poco surrealista ¿no? Se supone que se está rememorando la muerte del llamado Mesías por los cristianos pero la espiritualidad queda relegada por algo tan mundano como un chubasco o el interés del lucimiento personal...

Estando en Budapest, nos recomendaron a mi pareja y a mí visitar la Sinagoga Dohány. Verdaderamente es preciosa y admirable por muchos motivos, pero una de las cosas que más me sorprendió fue que al final de la galería principal había ¡un órgano! En las sinagogas está prohibida la música, pero la rama del judaísmo que impera en la ciudad ha considerado que puede ser un medio más para llegar a nuevos fieles. Corren aires de aperturismo y voluntad de transformar los ritos para hacerlos más inclusivos. La verdad es que creo que ése es el camino para las religiones de hoy. Desde luego mientras la postura del catolicismo siga siendo que los homosexuales son enfermos mentales, que la finalidad del sexo solo es la reproducción, que los medios anticonceptivos de barrera son desaconsejables, etc. Es decir, en tanto en cuanto siga dando la espalda a la realidad y señalando con el dedo, parece bastante improbable que deje de descender el número de adeptos a su fe.

El problema que hay en nuestro país, es, a mi modo de ver la inmensa crisis de valores que sufrimos. Para muchos, lo reconozcan de puertas para fuera o no, el catolicismo no significa nada ya. Pero no han sustituido los valores de los que se proveían antes con otros seculares. Y de ahí viene el lío, porque declararse agnóstico, escéptico o en el más extremo de los casos, ateo, es duro. Es mucho más fácil optar por la opción acomodaticia de considerarse católico no practicante para no desentonar. A lo largo de mi vida me coincidido con personas con pensamientos muy dispares, pero el número más abundante respecto a la fe es el de los hipócritas que dicen una cosa pero piensan o se comportan de otra muy diferente.

Y cierro con una frase que me dejó perpleja hace ya unos años: "Hay que ver, con lo buena gente que eres, qué pena que no creas". Pues sí, se puede ser "buena gente" y agnóstica. Se pueden tener dudas, y con respeto, disentir. Ser franco no puede nunca ser pecado.

14 de abril de 2012

Aprender equivocándose

Hoy he estado reflexionando sobre esta cuestión: qué importante es que dejemos que los demás se equivoquen para que puedan aprender y mejorar. En la mayoría de las ocasiones somos o bien demasiado permisivos, o bien demasiado protectores. Es realmente difícil encontrar el término medio: aquel en el que le damos la oportunidad a niños y/o jóvenes de realizar ciertas tareas a su antojo para después, si les surge una dificultad o precisan de alguna ayuda, sean ellos mismos quienes nos pregunten y quienes pidan consejo. Nuestra experiencia nos precipita a enmendarles antes de que hayan probado a experimentar por su cuenta.

Sin embargo, el error o la imperfección (relativa) en este caso, obran en nuestro beneficio, porque forman parte de un proceso de aprendizaje gradual en el que la destreza se va desarrollando paulatinamente. No podemos pretender que la primera vez salga algo a la perfección, pero si permitimos que el otro haga las cosas "a su modo" pueden suceder muchas cosas: que descubramos formas alternativas de hacer las cosas que nosotros no nos habíamos planteado, que los demás se percaten de que lo que no se resuelve con obstinación sí puede conseguirse mediante esfuerzo y perseverancia, que a pesar de que la tarea no salga a la perfección cada cual sea consciente de sus responsabilidades...

Una persona que te motiva, que te ayuda, te supervisa, te alienta y te anima a hacer cosas puede ser el estímulo necesario para emprender nuevos caminos, perfeccionar los ya trazados y, siempre, crecer y crecer, como persona autosuficiente, como individuo y como parte de un todo. Una persona positiva, que valora el esfuerzo más que el resultado pero que también nos guía para conseguir sacar de nosotros lo mejor, consigue que las tareas no sean cargas, que se aligere el peso de aquello que nos da pereza realizar y nos estimula a ser cada vez mejores y a sentirnos por ende mejor con nosotros mismos. Esto supone un refuerzo para nuestra autoestima considerable y nos empuja también a tratar de ayudar a los demás para conseguir expandir ese bienestar. Si alguien confió en ti y te ayudó, tú confiarás en otros y les reforzarás para que también se sientan bien consigo mismos.


Durante la mayor parte de la niñez y la juventud nos quejamos de que nuestros padres son duros con nosotros: nos exigen, nos corrigen, nos señalan nuestras debilidades... La mayoría de las veces a lo mejor lo han sido, pero ¿por qué? Porque sabían que podrían sacar de nosotros la mejor versión de nosotros mismos. A medida que pasan los años, uno empieza a desear inevitablemente que ojalá hubieran sido más estrictos en algunos sentidos. Cuando uno pierde la figura del mentor (que son los progenitores en un primer momento y a lo largo de toda la vida, son los que más nos marcan), bien porque fallecen o porque dejamos de vivir con ellos y de contar con su consejo constante, las cosas se complican. Nuestra es toda la responsabilidad: de nuestro espacio, de nuestro ocio, de las personas que tenemos a nuestro cargo... Intentamos imitar aquello que nos pareció que "les fue bien" a ellos y aplicar enmiendas a los casos en los que pensamos que se equivocaban, pero nadie es perfecto, y de nuevo, lo hacemos lo mejor que podemos, pero siempre se podría hacer mejor. En cierta manera nos percatamos de lo injustos que fuimos con ellos, de los quebraderos de cabeza que les hicimos padecer, pero también de la dificultad de ser siempre justo, de que si queremos formar personas completas tenemos que apoyarlas, lo que no significa ser sus esclavas, que quererlas no implica estar su servicio ni dárselo todo siempre y a toda costa.

Si eres padre, madre, tío o tía, tienes niños o jóvenes a tu cargo, mi consejo es que les digas cuánto les quieres y que si a veces les presionas un poco, lo haces porque sabes que pueden mejorar, porque confías en ellos, porque quieres verles felices, independientes, teniendo una vida plena. A lo mejor a veces no te comprenden del todo, pero es muy necesario un beso, un abrazo, un "tú puedes": verdaderamente pueden hacer lo que se propongan si se esfuerzan, perseveran y sienten tu apoyo incondicional. Y se sentirán más queridos también si se dan cuenta de que su vida no te es ajena: que te preocupas por ellos y les ofreces una guía en sus vidas. Te ayudará recordar que hace no tanto tiempo tú te encontrabas en su mismo momento vital, que encontrabas también dificultades y que una palabra comprensiva y cariñosa te ayudaba más que ninguna otra cosa. En estos tiempos de indigencia emocional en los que vivimos hay que expresar la empatía y el cariño de obra y palabra y aprender a gestionar las emociones negativas reconduciéndolas para evitar un dolor innecesario.

Sitios que he visitado