Taller Encantado

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14 de abril de 2012

Aprender equivocándose

Hoy he estado reflexionando sobre esta cuestión: qué importante es que dejemos que los demás se equivoquen para que puedan aprender y mejorar. En la mayoría de las ocasiones somos o bien demasiado permisivos, o bien demasiado protectores. Es realmente difícil encontrar el término medio: aquel en el que le damos la oportunidad a niños y/o jóvenes de realizar ciertas tareas a su antojo para después, si les surge una dificultad o precisan de alguna ayuda, sean ellos mismos quienes nos pregunten y quienes pidan consejo. Nuestra experiencia nos precipita a enmendarles antes de que hayan probado a experimentar por su cuenta.

Sin embargo, el error o la imperfección (relativa) en este caso, obran en nuestro beneficio, porque forman parte de un proceso de aprendizaje gradual en el que la destreza se va desarrollando paulatinamente. No podemos pretender que la primera vez salga algo a la perfección, pero si permitimos que el otro haga las cosas "a su modo" pueden suceder muchas cosas: que descubramos formas alternativas de hacer las cosas que nosotros no nos habíamos planteado, que los demás se percaten de que lo que no se resuelve con obstinación sí puede conseguirse mediante esfuerzo y perseverancia, que a pesar de que la tarea no salga a la perfección cada cual sea consciente de sus responsabilidades...

Una persona que te motiva, que te ayuda, te supervisa, te alienta y te anima a hacer cosas puede ser el estímulo necesario para emprender nuevos caminos, perfeccionar los ya trazados y, siempre, crecer y crecer, como persona autosuficiente, como individuo y como parte de un todo. Una persona positiva, que valora el esfuerzo más que el resultado pero que también nos guía para conseguir sacar de nosotros lo mejor, consigue que las tareas no sean cargas, que se aligere el peso de aquello que nos da pereza realizar y nos estimula a ser cada vez mejores y a sentirnos por ende mejor con nosotros mismos. Esto supone un refuerzo para nuestra autoestima considerable y nos empuja también a tratar de ayudar a los demás para conseguir expandir ese bienestar. Si alguien confió en ti y te ayudó, tú confiarás en otros y les reforzarás para que también se sientan bien consigo mismos.


Durante la mayor parte de la niñez y la juventud nos quejamos de que nuestros padres son duros con nosotros: nos exigen, nos corrigen, nos señalan nuestras debilidades... La mayoría de las veces a lo mejor lo han sido, pero ¿por qué? Porque sabían que podrían sacar de nosotros la mejor versión de nosotros mismos. A medida que pasan los años, uno empieza a desear inevitablemente que ojalá hubieran sido más estrictos en algunos sentidos. Cuando uno pierde la figura del mentor (que son los progenitores en un primer momento y a lo largo de toda la vida, son los que más nos marcan), bien porque fallecen o porque dejamos de vivir con ellos y de contar con su consejo constante, las cosas se complican. Nuestra es toda la responsabilidad: de nuestro espacio, de nuestro ocio, de las personas que tenemos a nuestro cargo... Intentamos imitar aquello que nos pareció que "les fue bien" a ellos y aplicar enmiendas a los casos en los que pensamos que se equivocaban, pero nadie es perfecto, y de nuevo, lo hacemos lo mejor que podemos, pero siempre se podría hacer mejor. En cierta manera nos percatamos de lo injustos que fuimos con ellos, de los quebraderos de cabeza que les hicimos padecer, pero también de la dificultad de ser siempre justo, de que si queremos formar personas completas tenemos que apoyarlas, lo que no significa ser sus esclavas, que quererlas no implica estar su servicio ni dárselo todo siempre y a toda costa.

Si eres padre, madre, tío o tía, tienes niños o jóvenes a tu cargo, mi consejo es que les digas cuánto les quieres y que si a veces les presionas un poco, lo haces porque sabes que pueden mejorar, porque confías en ellos, porque quieres verles felices, independientes, teniendo una vida plena. A lo mejor a veces no te comprenden del todo, pero es muy necesario un beso, un abrazo, un "tú puedes": verdaderamente pueden hacer lo que se propongan si se esfuerzan, perseveran y sienten tu apoyo incondicional. Y se sentirán más queridos también si se dan cuenta de que su vida no te es ajena: que te preocupas por ellos y les ofreces una guía en sus vidas. Te ayudará recordar que hace no tanto tiempo tú te encontrabas en su mismo momento vital, que encontrabas también dificultades y que una palabra comprensiva y cariñosa te ayudaba más que ninguna otra cosa. En estos tiempos de indigencia emocional en los que vivimos hay que expresar la empatía y el cariño de obra y palabra y aprender a gestionar las emociones negativas reconduciéndolas para evitar un dolor innecesario.

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