Taller Encantado

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20 de abril de 2012

Lo nuestro

Un día iba caminando distraída por la calle cuando se coló en mis oídos el retazo de una conversación. Un hombre de mediana edad le comentaba a otro algo más joven que le gustaba la semana santa porque era "lo nuestro" y "estamos invadidos de extranjeros", según sus propias palabras. Parece ser que aquello de celebrar la muerte y resurrección de Jesús le hacía sentirse más arraigado a su tierra o algo así, reafirmándole en su identidad nacional. 

Entonces me puse a pensar sobre cuál es mi relación con la religión y sobre todo, con la cristiana católica que es, en mayor o menor medida, la que me ha rodeado siempre y la que, dentro de mis muchas lagunas, conozco un poco.

Nunca entendí muy bien eso de vincular el sentimiento patrio a las creencias religiosas, seguramente porque durante muchos años en este país la religión católica fue una imposición para muchas personas que se veían obligadas a acudir a misa, a rezar y, sobre todo, a no preguntar ni cuestionarse los principios de cualquier religión: la fe y la liturgia. Así que de entrada, no creo en absoluto que la semana santa sea nada nuestro, o, al menos, no es nada mío. Tampoco tengo muy clara la relación que existe entre esa españolidad cristiana versus "los extranjeros", porque hay muchísimas personas que han emigrado a nuestro país y que son también católicas e incluso mucho más practicantes que los españoles creyentes, por no hablar de los católicos "de boquilla" que no pisan una iglesia, ni oran, ni siguen ninguno de los ritos pero se autoproclaman católicos por estar bautizados o porque ni se han cuestionado sus creencias nunca.


El caso es que, en semana santa, yo suelo huir literalmente de las demostraciones públicas de fe, esquivando las procesiones, las acumulaciones de gente, la venta ambulante de objetos religiosos... En fin, a pesar de ser española, no siento como mío en absoluto ninguno de estos eventos, aunque por supuesto los respeto muchísimo y soy capaz de encontrarles la belleza como piezas fundamentales del folklore nacional. Recuerdo incluso una ocasión en la que estando en Zaragoza, me vi "atrapada" por una procesión y no me quedó más remedio que verla. Y hubo momentos en que me pareció preciosa. También hubo otros en los que me pareció lo que me suelen parecer siempre estas cosas: algo antiguo, una tradición morbosa anquilosada en un pasado que ya no tiene mucho sentido.

Cada año sucede algo que chafa una procesión (las inclemencias del tiempo, el deterioro de las imágenes...) y entonces, la impotencia de todos aquellos que han dedicado titánicos esfuerzos para preparar y ensayar las procesiones, desde costaleros hasta cantantes de saetas, salen llorando en la televisión a lágrima viva, como lo hacían las groupies de los Beatles. Es un poco surrealista ¿no? Se supone que se está rememorando la muerte del llamado Mesías por los cristianos pero la espiritualidad queda relegada por algo tan mundano como un chubasco o el interés del lucimiento personal...

Estando en Budapest, nos recomendaron a mi pareja y a mí visitar la Sinagoga Dohány. Verdaderamente es preciosa y admirable por muchos motivos, pero una de las cosas que más me sorprendió fue que al final de la galería principal había ¡un órgano! En las sinagogas está prohibida la música, pero la rama del judaísmo que impera en la ciudad ha considerado que puede ser un medio más para llegar a nuevos fieles. Corren aires de aperturismo y voluntad de transformar los ritos para hacerlos más inclusivos. La verdad es que creo que ése es el camino para las religiones de hoy. Desde luego mientras la postura del catolicismo siga siendo que los homosexuales son enfermos mentales, que la finalidad del sexo solo es la reproducción, que los medios anticonceptivos de barrera son desaconsejables, etc. Es decir, en tanto en cuanto siga dando la espalda a la realidad y señalando con el dedo, parece bastante improbable que deje de descender el número de adeptos a su fe.

El problema que hay en nuestro país, es, a mi modo de ver la inmensa crisis de valores que sufrimos. Para muchos, lo reconozcan de puertas para fuera o no, el catolicismo no significa nada ya. Pero no han sustituido los valores de los que se proveían antes con otros seculares. Y de ahí viene el lío, porque declararse agnóstico, escéptico o en el más extremo de los casos, ateo, es duro. Es mucho más fácil optar por la opción acomodaticia de considerarse católico no practicante para no desentonar. A lo largo de mi vida me coincidido con personas con pensamientos muy dispares, pero el número más abundante respecto a la fe es el de los hipócritas que dicen una cosa pero piensan o se comportan de otra muy diferente.

Y cierro con una frase que me dejó perpleja hace ya unos años: "Hay que ver, con lo buena gente que eres, qué pena que no creas". Pues sí, se puede ser "buena gente" y agnóstica. Se pueden tener dudas, y con respeto, disentir. Ser franco no puede nunca ser pecado.

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