Taller Encantado

English cv French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

30 de septiembre de 2009

Sitges'09

Sitges se abre un año más para desvelar los misterios más oscuros solo a los más avezados... las intrincadas calles del centro se colmarán de viajeros sedientos de sangre y de historias añejas de brujas, las salas sucumbirán a los gritos de espanto de los espectadores incautos que acudan a llenarlas y así se engrasará la rueda un año más... mientras en el horizonte del mar se dibujan las sombras de las nubes tormentosas que sacudirán las costas, los valientes nos armamos para acudir a la cita con el misterio, la ciencia-ficción, la intriga, el suspense y la sorpresa.

Aguardamos el bostezo ronco de las salas que nos introducirá en mundos paralelos en los que todo es posible. Estamos preparados y expectantes sabedores de que iniciamos un viaje al anverso de la locura... ávidos de aventuras y emociones fuertes, nos enfrentaremos a los recovecos menos transitados del alma humana, a mentes enfermas y mundos en putrefacción que en su agonía nos arrastrarán a la boca del mismísimo infierno.

Nada nos detendrá, tenemos una cita con la parca y no estamos dispuestos a llegar tarde ni a darnos por vencidos antes de tiempo. Comienza el reto.

El encuentro

Me encontré con ella de súbito, tantos años después. Su mirada se clavó en la mía y me dejó a su vez clavado como una estatua al suelo. Su cara ya no era la de una niña, aunque el brillo travieso de sus ojos seguía jugando burlón al fondo del profundo verdor de su iris. Su cuerpo se había redondeado y algunas canas iban aflorando entre los cabellos pardos. Daba igual el paso del tiempo, seguía teniendo la capacidad de dejarme tan abrumado como absorto siguiendo el vuelo de sus manos, contemplando su blanca risa arder ante mí. Mientras parloteaba nerviosa tratando de llenar el tiempo, para mí todo se había detenido. Me había estado ocultando a mí mismo durante tantos años la necesidad de volver a escuchar aquella voz, el deseo de estrechar aquellas manos de nuevo, de dejar que cristalizaran mis pensamientos en palabras por primera vez... que asistí otra vez, otra estúpida vez al mayor de mis fracasos frente a ella. Había perdido el tren. Tras ella, su familia, una hermosa niña, como su madre, dormía en el carrito que empujaba su marido. Era un hombre normal: ni alto y bajo, ni delgado ni grueso, sencillamente la clase de tipo en la que no repararía uno jamás. ¿Podría haber ocupado yo aquel lugar?

Cuando llegué a casa mi mujer me preguntó si había estado llorando. Soy incapaz de ocultarlo, está claro, al menos, a ella; al menos, las lágrimas.

16 de septiembre de 2009

Me persiguen las palabras

Multitarea y sincopada. Escribo como una taladradora horada el suelo, el repiqueteo del teclado acompaña los ritmos entrecortados de las acciones que entrelazo. Escribo aquí sobre un nueva ley, allá doy una opinión, respondo un e-mail, cierro una reunión, activo un discurso, entierro una palabra vana, corrijo un acento, esculpo un pequeño verso. Ese es el día a día, el ordenador me ha vuelto desordenada e hiperactiva, no se sacia mi curiosidad por buscar nuevas expresiones, por aprender nuevos patrones ni por leer palabras antiguas que contienen la sabiduría del universo en una máxima comprimida.

¿Cuántas vidas necesitaría para leer todo aquello que desaría leer? ¿Para derramar los mundos que pergeña mi cabeza en hojas y hojas cubiertas de tinta? La finitud no es sino aquello que revierte la literatura, la pugna de la condensación de todos los tiempos en un tiempo contra la caducidad y la pérdida de los días que pasan insoslayables. Vive en la literatura y alcanzarás el Paraíso, la eterna juventud.

Las obras maestras y los héroes

Es lo que echo de menos en el cine, en la literatura, en las series de televisión y hasta en el día a día, ese rayo de luz que es el modelo a seguir, esa voluntad de encauzar los pasos hacia un bien, hacia la redención, hacia la expiación de las culpas y la bondad en estado puro.

¿Significa eso que los dioses, los semidioses y los héroes no se debatieran entre sus propias contradicciones? Todo lo contrario, eran nuestro reflejo y como tal, en ellos proyectábamos nuestras dudas, nuestras disyuntivas y miserias...


Cuando te sumerjes en el intrincado lenguaje del siglo XXI parece que no hay cabida para nada que se salga de lo desagradable y estomagante. Los planos se emborronan, la imagen queda cubierta de una densa pátina de pringue e interferencias, la cámara se mueve como loca, los personajes se ahogan en la carencia de un destino deseable o deseado al menos, y quedan estancados en las alcantarillas de la autodestrucción y la psicopatía. No es que nuestras obras generen antihéroes, esos al menos, en contraposición con sus antagonistas, reflejan la necesidad de ser exactamente lo contrario, me refiero a que realmente se proponen como ejemplos una serie de pseudo-antihéroes que no llegan siquiera a esa necesidad de ser las sombras entre las que brille alguna luz.

Somos la generación de los desheredados de valores intrínsecos como el amor, como la búsqueda de la verdad... ¿hemos fagocitado la moral hasta el punto de que nos resulta indigesta? ¿Es esa la razón de que seamos incapaces de traer al mundo obras maestras, héroes del día a día?
No comprendo que novelas de medio pelo sean best-sellers y hayamos perdido de vista a los clásicos.

Deberíamos leer a Horacio de rodillas, como solía decirnos un gran profesor al que admiraba (aunque no le llamara de usted, ni me hablara desde un atril). Y es que las formas no hacen el fondo y si queremos respeto, tenemos que ganárnoslo. Seamos ejemplo, seamos héroes y sembremos, porque lo que estamos haciendo en este momento es desandar el camino que han forjado muchos con gran esfuerzo y la tierra que no se alimenta yace yerma.

11 de septiembre de 2009

Releer y corregir...

... es dignificar las palabras, darles la importancia que se merecen, estructurarlas de la forma más adecuada y arroparlas en las dulces sábanas de los signos de puntuación precisos para que no cojan frío ni por el contrario se abrasen en el constreñimiento de la cerrazón inútil. Releer y corregir es el mejor de los trabajos para quien aspira a la escritura. Tomar cada palabra para sopesarla, comprobar que brilla en su justa medida y que es armónica con las que le siguen y preceden.

Tejer despacio un enorme tapiz en el que cada hilo está trenzado a mano con el mayor de los cuidados de modo que al dar un paso atrás se puede apreciar el conjunto completo, dibujado con esmero. Como las grandes sinfonías en las que las notas se deslizan unas sobre otras con la naturalidad de la corrección formal, y la pasión y el acento del estilo propio del orquestador de la pieza.

Encontrar el tono, dar soporte a las ideas contenidas en las líneas de escritura, aderezar el bocado con las especias más selectas y degustarlas una vez concluida la tarea es uno de los mayores placeres para el corrector... pero... ¡¡¡cuidado!!! Alguna errata suele quedar agazapada dando testimonio de que la perfección, aunque es la aspiración máxima de cualquier profesional, es inaccesible.

2 de septiembre de 2009

El noble arte de la escritura

Venía en el metro con la nariz pegada al libro de "El conde de Montecristo" y he leído una frase que me parece magistral: "Siempre he tenido más miedo de una pluma, de un tintero y de un papel que de una espada o una pistola". Esa es la pura verdad, como que el filo de un papel es más hiriente que la más afiliada de las cuchillas. Y me pregunto ¿por qué escribimos? ¿Cuál es nuestra finalidad última cuando decidimos dar forma a nuestros pensamientos, moldearlos y ornarlos, estructurarlos y revestirlos de una suave pátina de credibilidad a los ojos de quienes leerán nuestras palabras?

Puede ser una simple cuestión de venganza, como en el caso de los envidiosos de la dicha de Edmond Dantés, puede ser el afán de notoriedad, puede ser la necesidad de expresar nuestra voluntad o parecer o puede ser sencillamente un cosquilleo que se advierte imparable en nuestro interior y que nos lleva a vertir las palabras de la forma que consideramos más oportuna porque nos oprimen dentro, necesitan salir y ver la luz del mundo, para hacerlo más brillante o dejarlo sumido en las tinieblas.

En ocasiones nadie nos lee, en otras causamos conmoción, las más de las veces pasamos inadvertidos salvo para unos cuantos, pero no por ello tienen menos valor nuestras palabras. Si aún pensáis que la escritura es un medio de vida, os equivocáis. Ni aquél que se ha hecho más rico con la escritura es en verdad un escritor. Ser escritor es otra cosa, es algo que nace desde dentro, es más que una obligación apremiante, es la necesidad de comunicar con otros mundos para comprender éste en que habitamos, y eso, es sencillamente inevitable.

Escribir es quizás el acto más importante que podemos llegar a realizar en nuestra vida, tenemos el mismo potencial para conseguir crear como para lograr destruir, pero estoy convencida de que toda aquella acción cuyo poso queda encadenado a la tinta tiene consecuencias para aquél que convoca al poder secreto de las palabras. Escribid para el bien o retened vuestras palabras, de lo contrario, se volverán en contra de vuestro destino.

Sitios que he visitado