Taller Encantado

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21 de diciembre de 2011

Otras navidades descafeinadas

No sé qué ha pasado pero me han robado el espíritu de la Navidad. No sé si ha sido un duende maligno, la edad o la crisis, pero antes podía pasarme horas paseando por las calles iluminadas y deleitándome con el olor de las castañas asadas y algo en mi interior me decía que estaba disfrutando de unos días especiales. Ahora, he perdido la ilusión. Puede que no solo por estas fechas, sino por todo en general. Me cuesta disfrutar del momento, no pensar en el mañana (con más o menos recelo), y, sobre todo, tengo la sensación de tener que "pelear" por lo que siento. Y es que, el hecho de que te guste la Navidad, no está de moda. Decir que te gusta adornar la casa, hornear tu propio roscón de reyes y ofrecer turrones, mantecados y mazapanes de Soto está trasnochadísimo. Como yo. Siempre he estado un poco al margen de las modas. Hay quienes se escudan en el consumismo para despotricar sobre estos días, pero eso es como los que utilizan la misma excusa para no hacerle un regalo a su pareja en San Valentín. Sabemos que es una chorrada, pero para una vez al año que tenemos la ocasión... ¿qué hay de malo en disfrutar un poquito y hacer algo especial? Un regalo no implica que seas un loco de las compras: se pueden regalar experiencias, se puede ofrecer como presente algo que uno haya hecho con sus propias manos... y ni siquiera hace falta que sea algo material.


Por otra parte, está el tema de la contención del gasto. Pero del gasto en cosas que realmente importan. No es que nos ajustemos el cinturón a la hora de preparar la cena o de envolver los regalos con papel de menor gramaje, no. Es que ahorramos en todo, copón, ya no mandamos ni christmas a nuestras familias, ni nos curramos los regalitos, ni nada de nada. Hay una contención increíble del gasto en cariño, en amor hacia los demás, en desinterés y en espíritu de comunidad. Traducido al román paladino: cada loco con su tema. La sensación general es que nadie va a hacer nada por ti así que nadie hace nada por los demás. Y así nos va.

Nos esperan unas brevísimas celebraciones en las que festejaremos con austeridad las relaciones personales con los demás. Descafeinadas, de nuevo. Feliz Navidad.

7 de noviembre de 2011

La chispa de la intuición

"A veces las personas tenemos la suerte de encontrarnos en el inmenso mundo". Ésta era una de las frases favoritas del profesor Deckard, la repetía a menudo. Cuando formuló su teoría sobre las presencias, todos le tomaron por loco. No es de extrañar: ni su atuendo ni sus modales lo hacían merecedor de demasiada confianza. Despistado, caótico, irreverente y profundamente convencido de aquello sobre lo que hablaba, Deckard andaba siempre al filo de la navaja, tambaleándose en la cuerda floja para poder seguir ejerciendo como docente. Hay personas a las que el sistema no les gusta y hay otras personas que no le gustan al sistema. Nuestro atolondrado pero reflexivo profesor se enmarcaba en este segundo grupo.

En cualquier caso, el fenómeno llevaba meses repitiéndose y era en apariencia inexplicable, de modo que la Teoría Deckard se tomó como una conjetura más, una plausible aunque extraña manera de dar un sentido a algo que aparentaba carecer de toda lógica.

Como casi todas las cosas sobre las que merece la pena escribir, aquella sucedió por casualidad en un hermoso lugar. En el cruce la Rue du Chantilly con la Avenue des Beaux Arts de París había un antiquísimo violín expuesto en el escaparate. Cualquiera podría haber pensado que el establecimiento que albergaba semejante pieza estaría desprotegido, dejando allí al azar aquella pieza de museo, cubierta de una fina capa de pétalos de rosas. Y habría acertado. Nunca había polvo sobre aquella madera primorosamente tallada aunque nadie había visto a nadie limpiando aquel escaparate. Y eso que ya nadie recordaba desde cuándo estaba allí. El caso es que, un buen día, un niño quiso fotografiarse frente él. La sorpresa de sus padres fue mayúscula cuando al revelar el carrete no era su hijo quien aparecía allí: era una presencia.


Desde ese momento, las cámaras se volvieron locas y dejaron de tomar fotografías de las personas que posaban ante ellas, en su lugar y por todo el globo comenzaron a aparecer extrañas presencias. Pronto los cuentos de brujas dejaron de rondar al anticuario de París, el fenómeno se generalizaba. Hombres y mujeres fueron sustituidos, sin saber cómo ni por qué de sus fotografías. Solo cuando Deckard posó ante su réflex a modo de experimento cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Y es que el profesor estaba iluminado por la chispa de la intuición, que aparece sin previo aviso señalando el camino correcto.

Designios

Contraviniendo los designios de su corazón, Léa decidió extirparse el amor del pecho. Fue un día concreto y preciso aquél en el que escribió en una hoja todo lo que sentía. Luego la destruyó. El papel es franco y dócil cuando se te ofrece en blanco. En él caben todas tus súplicas, tus deseos y tus miedos. Pero también es frágil.

Como decía, contraviniendo los designios de su corazón, aquel día Léa tenía una clara pretensión: dar carpetazo a unos sentimientos que le resultaban más que incómodos, intolerables. Ni descansaba, ni se concentraba en ninguna tarea; vivía con una obsesión permanente anclada en la mente que no la dejaba apenas respirar. No siempre era así, claro está. La cara amable de todo aquel desagradable incidente era sentir el corazón más vivo que nunca, sonrojarse ante la presencia de la persona amada, y, en ocasiones, sentirse tremendamente plena.

Pero ese día, ese aciago día, Léa había sido tan valiente y tan osada, que, contraviniendo los designios de su fe y siguiendo los que le marcaba su corazón, le había había confesado a su íntima amiga que se había enamorado de ella. En lo que Léa definiría después como "aquel rapto de locura" hasta le prometió (como prometen los hombres que nunca cumplen su palabra) que lucharía contra viento y marea para que ambas fueran felices juntas.

No era correspondida.

Fue un día extraño, aquél preciso y concreto en el que Léa se encontró a sí misma y afrontó su verdadera identidad para perderla en un instante. Lo que ella no podía saber entonces es que los sentimientos no caben en un cofre de esos que se tiran al mar. El mar es vasto, pero la marea siempre devuelve los mensajes. A pesar del rito que pretendió ser una cura a su malherido corazón, Léa siguió enamorándose de otras mujeres periódicamente. Nunca consiguió encontrar en un hombre la dulzura de la voz de una mujer, ni la suavidad de sus manos ni mucho menos la azarosa mezcla de ternura y fortaleza que tanto la atraía. Quién sabe si alguna de aquellas veces fue lo suficientemente valiente como para ser ella misma al fin.

30 de septiembre de 2011

El umbral

Cuando padeces dentro de los límites de tu piel un dolor físico, al menos esta barrera le sirve de frontera. Dependiendo de su naturaleza puedes controlarlo e incluso tu propio cuerpo se impondrá un nivel de cordura, adormeciendo la zona afectada o incluso bloqueando los receptores del dolor. Es una reacción totalmente natural que nos protege y palia la brusquedad con la que se produce el daño, tratando de imponer un equilibrio razonable. Puede no ser un gran consuelo, pero convivimos con el dolor cada día y eso debería darnos redaños para enfrentarnos a él o al menos ayudarnos a acotarlo e irlo venciendo.

Sin embargo, todo cambia cuando la diana es un ser querido, se desbordan los umbrales del dolor porque inevitablemente acusas un mazazo más profundo que el que produce una herida, un golpe o una fractura. Quisieras poder arrancar todo su padecimiento, mantener a salvo a esa persona, mimarla, restituirle la alegría arrebatada y verla reír como antes. Salvarla para siempre de cualquier tipo de padecimiento. Pero ¿no es acaso el dolor parte de la vida? ¿No se supone que es el propio recorrido vital el que debe hacernos aprender para saber llevar esa lacra? Siempre las mismas preguntas sin respuesta, vagando por nuestras cabezas, son las que nos abducen del espanto de ver a un ser querido desarmado, bregando por superar el obstáculo destructor del dolor. Nada puede librarnos de ello, aunque bien es cierto que en contraprestación los momentos de placer, algunos extrañamente imprevistos, nos provocan picos de felicidad que llegan a hacernos pensar que todo este circo merece la pena. Habrá que resarcirse disfrutando de esos instantes hasta que nos llegue el momento de superar el umbral.

31 de agosto de 2011

Adiós al verano


La cruel constatación de que el verano expira en el último aliento de agosto está aquí: un cielo plomizo acompañado de un viento suave y el olor a tierra mojada que ya trae consigo los ecos de los otoños ya vividos. La consabida cuesta de septiembre, el guardar los pantalones cortos y colgar los pensamientos en nuevos proyectos y citas anuales: el mercado medieval, el festival de cine de Sitges...


Retomar la actividad y cerrar el paréntesis del verano. Concentrarlo todo en el día de hoy porque es el último y cerrar el cajón hasta el año que viene en que lo abriremos de nuevo para sacar las ganas de bajar a la piscina, comer en el campo o visitar una ciudad antes desconocida.

El nuevo ciclo se abre y reconozco que me inquieta.

29 de agosto de 2011

Juego de niños


Mi abuelo falleció cuando era aún relativamente joven. A sus sesenta y dos años y ya postrado en la cama a causa de un prematuro infarto, sufrió una terrible pesadilla. Se debatía entre sueños farfullando sílabas deslavazadas a las que no conseguía darles un sentido. A pesar de su obvio sufrimiento, la prudencia me indicaba que no sería bueno despabilarle y esperé a que emergiera del infierno de la noche haciendo acopio de sus propias fuerzas.

Cuando consiguió despertar, gruesas lágrimas rodaban por las mejillas que la enfermedad había convertido en cuencas cóncavas y sin apenas color. “Era solo un juego”, decía, “solo un juego”. Le abracé y arrullé como habría hecho con un niño. Cuando se hartó de llorar el cansancio se apoderó de su débil cuerpo y cayó rendido, esta vez en lo que parecía un profundo sueño reparador. Unas horas después parecía otro, hasta un ligero rubor le había subido a la cara, anunciando el advenimiento de sangre renovada y con ello nueva vida y calor.

Aunque por aquel entonces nunca me llegué a plantear que el final de sus días estuviera tan próximo, he de reconocer que era realista y sabía que su estado de salud era delicado. ¿Debía preguntarle por aquel mal sueño para que pudiera liberarse de él? Le consulté a mi esposa qué debía hacer. Ella consideraba que no era buena idea traerle a las mientes una pesadilla que le había afectado el humor de tal modo. Pero mi curiosidad fue más fuerte y uno de los días en los que pudo salir al patio a tomar el fresco (los meses de invierno fueron de obligatoria reclusión y la primavera apuntaba a ser cálida) empezamos a charlar sobre cuáles habían sido nuestras peores pesadillas. Rememoramos algunos de los pasajes oníricos más descabellados que habíamos visitado y cómo no las recurrentes pesadillas comunes a todos los mortales: despertarse sobresaltado tras sentir que caemos al vacío, descubrirnos en medio de una guerra, mirar los ojos de alguien que sabes que no es quien parece ser… No parecía recordar su sueño descorazonador, aquel que le había sumido en una terrible tristeza. Sin embargo, cuando le comenté que había hablado de un juego su tez se inmutó sobremanera. Quedó lívido por un instante de forma tal que solo se repitió el día de su muerte.

Y a continuación, en lo que parecía ser un tránsito, narró su secreto. Creo que si en el transcurso de ese discurso yo hubiera emitido siquiera el más leve ruido, jamás habría conseguido conocer la historia hasta el final. Mientras hablaba ningún pájaro sobrevoló el jardín, ni el agua parecía correr ni el viento osó acariciar nuestros cabellos. El mundo enmudeció para escuchar la voz quebrada de un anciano que me contó cómo su hermanito pequeño había contraído una enfermedad extraña que nadie sabía cómo tratar y pasaba los días postrado en cama.
Mi abuelo, sin embargo, era todo un torbellino. Solía desafiarse a sí mismo retándose interiormente: “Si llego a la esquina antes que aquella señora, conseguiré ganar la competición de natación”, “Si alcanzo a Pedro antes de que llegue a la cuesta, mi madre me regalará caramelos”. Y siempre lo conseguía, una vez tras otra, sus pequeños retos alcanzaban su recompensa, lo que le llevó desear la recuperación de su hermano. Debía alcanzar el éxito enfrentándose a un reto complicado puesto que la recompensa sería inmensa. Así que pensó tomar prestado el reloj de su padre y subir a lo alto del campanario de su pueblo. Lo había hecho mil veces y sabía que los escalones eran exactamente 166, así que se dijo a sí mismo que si conseguía llegar abajo antes de las doce, su hermano se curaría. Se lanzó a tumba abierta como nunca en su vida, sobrevolando los escalones sin apenas pisarlos, con el corazón en un puño y respirando a trompicones. Y un instante después de que hubo posado su pie derecho en el suelo, alcanzando el suelo tras el último peldaño, vio para su alegría cómo el reloj marcaba las doce en punto. Lo había logrado, después de todo el esfuerzo y la energía que había supuesto en aquella empresa.

Aún sin haber recuperado el aliento arrancó a correr calle abajo con la ilusión guiando sus pasos. La casa estaba a oscuras, como siempre, para proteger la delicada salud de su hermanito del calor y del exceso de luz, pero algo parecía diferente. El estruendo del mecanismo del reloj de pared resonaba en toda la casa dándole su habitual aspecto fantasmagórico. Y muy al fondo, los sollozos de su madre le indicaron que algo iba realmente mal, de modo que el corazón se le disparó, esta vez de forma irregular. Su hermano había muerto. Exactamente a las doce en punto, según el doctor Millán. No podía creerlo, no entendía la burla del destino. Miró el reloj de su padre y a continuación el de la pared cuyo estruendo le taladraba los oídos. Estaba retrasado. Menos de un minuto: veintisiete malditos segundos. Los recordaría toda la vida.

Tampoco yo olvidaré la muerte de mi querido abuelo, el día veintisiete de diciembre a las doce en punto, según el doctor Salcedo. Descanse en paz ahora que el juego parece haber llegado a su fin.

26 de agosto de 2011

Vivir dentro de los libros

De un tiempo a esta parte escribo poco. También duermo poco y hablo bastante menos de lo que solía ser la tónica habitual. Me apetece más escuchar y ver. Me siento más cómoda viviendo dentro de los libros, siendo testigo de historias totalmente ajenas a mí. Navegar por épocas pasadas o futuras, reales o ficticias me proporciona una paz interior que me reconcilia con el momento en el que vivo hoy. Ese escurridizo presente que a veces se torna arcilla impidiendo que fluya el tiempo y que en otras ocasiones se fuga como el viento.


Me siento cómoda en el artificio literario porque detrás de cada frase hay otra persona. Cuando leo entro en íntima comunión con otro ser que sin embargo no deja de ser un completo desconocido y eso es a la vez inquietante y sugerente. Nadie se desnuda más que quien escribe. Y por eso encuentro cada vez menos arrojo para desprenderme de mi intimidad, dejando mis palabras al descubierto.

A medida que cumplimos años perdemos el talento para expresarnos con claridad porque el engranaje de nuestros pensamientos se complica. Percibimos tantos matices y nos volvemos tan tolerantes a todo que la senda de la sencillez se retuerce y nos confunde. Ya no somos capaces de mostrar de forma diáfana casi nada porque no alcanzamos a ver en la maraña de nuestras experiencias, nuestras ilusiones y nuestras contradicciones.

Pero, a pesar de todo, estoy dispuesta a continuar con el reto. A esforzarme por ejercitar el músculo literario y recoger el guante que yo misma me arrojo. Porque pensar es escribir en el aire y ya es hora de que todas esas historias que he dejado que se escabullan de ser fijadas y expuestas a los otros busquen ojos ávidos de breves lecturas o personas a las que les guste ver, escuchar y leer, que no es en suma otra cosa que vivir mil vidas en una.

11 de julio de 2011

La anticipación del desastre

Leo una novela que se titula Las ilusiones perdidas. ¿Qué se puede esperar? Son cientos de páginas en las que paulatinamente se anticipa la derrota, la imposibilidad de alcanzar el éxito o al menos una estabilidad razonable.

Y no puedo evitar sentirme identificada esperando, tratando de asumir que el abismo se abre unos pasos más allá y que no puedo detener mi marcha. En mi caso, no se trata de que la gigantesta boca de la nada me seduzca, no escucho cantos de sirena ni me ha maravillado la belleza de la imposibilidad de escapar. Es que el camino está marcado y mi cuerpo anclado a él por un magnetismo irreductible: el del destino. Cumplo, como en el caso de las más oscuras profecías, el arcano futuro que me fue marcado a fuego en la ruleta de la suerte.

Avanzo sin esperanza ya, de tan próximo como siento el cumplimiento de mis pesadillas. El descanso es imposible, el sueño otra derrota más que sumar a las muescas de mi desesperación y entre tanto solo incertidumbre y desasosiego.
El corazón al galope, la boca seca y los ojos cerrados para caer al vacío.

27 de junio de 2011

La cabra tira al monte I

Pensaba yo que era un tópico, pero nada más lejos: hay tendencias ocultas en nosotros que se despabilan ante el inmenso foco de atracción que hace que gravitemos en torno a él sin apenas darnos cuenta. Un resorte invisible nos impulsa, sin que seamos ni mucho menos conscientes de ello, a encaminar nuestros pasos hacia tal o cual punto del camino. Nos mueve la víscera, no somos capaces de racionalizar nuestros actos sino mucho después de actuar, en el mejor de los casos. Y para entonces solo podremos ver la punta del iceberg, puesto las propias raíces de los deseos están tan imbricadas en nuestra historia personal, en nuestras experiencias previas y en las esperanzas que depositamos en dichos deseos que es imposible rastrearlas.

Así que si un día te ves literalmente absorbida por una obra de arte, o encuentras fascinantes los ojos de la chica que se ha sentado frente a ti en el metro, desiste en tu empeño por encontrar el por qué. Te han atrapado. En algún lugar, en alguna forja del más allá, alguien o algo tuvo la deferencia de crear un vínculo indisoluble que hará que en ciertas ocasiones te subyugue la belleza. O quizás sea cuestión del azar más absoluto, para quien quiera creer en él... sea como fuere cuando tiene uno la fortuna de quedar atrapado es su obligación contarlo y ése es el por qué de este inicio de breves relatos en los que iré describiendo esos momentos tan especiales.

1.- Las librerías
Si tuviera que elegir una tienda en la que vivir, elegiría siempre una librería. En concreto hay una, no diré dónde ni su nombre, que me atrae como un fortísimo imán. Sé que podría pasar allí el resto de mi vida y que por muy larga que fuera no agotaría nunca la lectura. Hay tantos libros nuevos como viejos y seguramente tantas historias que podría vivir cientos de vidas que me son ajenas. Vivir para leer podría ser un objetivo precioso en la vida si pudiera hacerlo y no creo que llegara a cansarme si pudiera navegar a mi antojo entre las diferentes lecturas. Se abre ante cualquiera que entre allí un proceloso mar de tinta preñado de las olas que forman las páginas al pasar. Sería un náufrago dichoso.

Miedo al rechazo

Cuando te dicen que no, algo se te rompe dentro. Un breve pero seco crujido, inaudible en la mayoría de las ocasiones, se propaga con una onda expansiva de desilusión. Como una luz que se apaga paulatinamente y va dejándolo todo sumido en la sombra, así se extiende el vacío en el que solo arraiga la tristeza.

El no es la puerta cerrada, la línea cortada, el café derramado y la soledad manifiesta. Decir no es convertirse en juez y verdugo, en ladrón de sueños y cómplice de la desdicha. Segar tijera en mano la ilusión puesta en la formulación del deseo, arrastrando al otro al pozo de la insatisfacción.

Recibir un no te hace pequeño porque te hace sentir la desmesura de tus pretensiones, el espacio que te separa de tus anhelos y la terquedad del universo, siempre obligándote a conformarte, a poner buena cara y tener que seguir adelante.

3 de mayo de 2011

Engullido

Soñó que le tragaba el colchón. Dormía plácidamente como mecido por olas calmas, seguro y calentito, lejos de toda causa de perturbación. Vagaba su mente ausente, se dejaba llevar tranquilo cuando debajo de su cuerpo percibió que se abría una grieta. Aquello no le produjo ninguna inquietud. Aunque lejos de su cuerpo, su consciencia le decía que no tenía nada que temer, tan solo era un lugar por el que había que pasar, y así, naturalmente, se dejó de nuevo conducir por aquella zona apacible y serena por la que, estaba seguro, cabría sin problemas. Primero fueron sus pies los que se introdujeron allí. Sintió un cosquilleo juguetón al pasar por las paredes abultadas que se abrían como esponjosos labios, luego fue descendiendo todo su cuerpo hasta que solo quedaba su torso por introducirse en aquel lugar. Ya tenía ganas de poder abrir los ojos al otro lado y ver qué habría allí. A medida que era succionado se sentía más en paz consigo mismo, como si el aletargamiento le estuviera conduciendo a un estado alterado de conciencia que le hiciera ser inmensamente feliz. Al pasar su pecho por aquella zona de transición, algo comenzó a ir mal: era la constatación de que sus hombros no cabían, se ahogaba, le faltaba resuello y aquellos labios plácidos eran ahora fuertes fauces que le querían engullir pese a su voluntad de salir inmediatamente.

Esta mañana tenía el despertador puesto a las seis y media de la mañana. Es la hora a la que me levanto para darme una ducha, desayunar y llegar a tiempo a la oficina. Sin embargo, una hora antes, en torno a las cinco y media, los gritos de mi marido me han despertado de golpe. Aullaba de dolor y profería palabras que no lograba comprender; le he zarandeado del hombro aún a oscuras para que despertara pero seguía inmerso en un sueño que parecía desolador. Cuando he encendido la luz, ahí estaban sus hombros y su cabeza, pero no el resto de su cuerpo. Una magia extraña ha hecho que el colchón absorba parte de su ser. Cómo no mirar debajo de la cama: he encontrado mi coletero y sus zapatillas de estar por casa, nada más. Se ha despertado al fin tras un largo y angustioso rato. Al ser consciente de su situación ha pensado que lo mejor era volver a dormirse, así que al irme he ido a darle un beso en la frente como cada mañana y le he dejado sumido en un sueño que ¿quién sabe dónde le llevará?

26 de abril de 2011

El bruto amable

Érase una vez que se era un ser harto desagradable, que exhibía unos modales siempre toscos (entre poco y nada sutiles) y que iba por la vida vociferando y dejando caer sus pesados pies haciendo un ruido insoportable. Le encantaba llamar la atención y parecer un bruto, porque era exactamente lo que era y no quería que nadie le tratara con educación o delicadeza. Prefería las verdades como puños a las flores de pitiminí y no digería con facilidad a quienes intentaban hacerse pasar por lo que no eran. Éstos si que estaban apañados como los pillara por banda, pues sufrirían el escarnio público y la mayor de las vergüenzas en décimas de segundo, antes de poder siquiera alzar los ojos al cielo para pedir clemencia.

Y sin embargo, aunque es muy difícil de explicar, el bruto era amable. Su carencia total de apego a la apariencia y al que dirán, le cualificaba de manera excelente para ejercer su puesto de trabajo. Sus palabras eran las precisas porque no estaban adornadas con vacuidades y su certera agudeza para calar a las personas hacía que, cual cirujano bisturí en mano, extirpara cualquier indecisión en quien a él se dirigía. De esta manera ahorraba mucho tiempo que podía decicar a "sus puntos débiles" como eran sus torvos pies que le hacían parecer un hipopótamo desplazándose sobre una pista de hielo. Tanto necesitaba asentar los pies que cada paso se oía en las antípodas. Tampoco su voz era especialmente discreta, lo que certificaba su dedicación a la tarea (uno podía saber exactamente dónde y qué estaba haciendo a pesar de que estuviera aterrizando un avión a tres metros).

Solo quien se dedicara durante unos minutos a observarle minuciosamente se habría dado cuenta de que tras esa careta colorada y sudorosa había una esforzada persona, preocupada por todo el mundo y diligente a todas horas. A pesar de ser un bruto. Porque era un bruto amable, eso sí, a su manera.

6 de abril de 2011

Réquiem por una maleta

Mi pequeña Paike me ha acompañado durante muchos, muchos años. Es una pequeña maleta marca nisu, que no recuerdo si fue un regalo o si directamente fue comprada en Alcampo, como tantas otras cosas a las que uno no les presta especial importancia porque son eminentemente prácticas. Fuera como fuese, llegó a mi vida para llenarse de mis cosas. Su función era sencilla: albergar pequeños pedazos materiales de aquello que me resultaba indispensable cuando salía de viaje. Desde la muda limpia a un buen libro, desde la guía de viajes hasta los regalitos para la familia. Todo ese pequeño continente derramaba identidad, y, si se hubiese perdido en alguna ocasión, no me cabe duda de que un fragmento de mí se habría ido para siempre, como se desprenden los satélites de los astros, para gravitar en torno a ellos sin volver a tocarlos de nuevo.

Así, esa boca verde delimitada por múltiples bolsillos engulló gustosa mis pertenencias cuando visité las pirámides de Egipto y cuando recorrí Irlanda. Estuvo a mi lado en Italia y en todos los pequeños viajes por la Península que se fueron sucediendo durante mi adolescencia. También me acompañó cuando viajé a Turquía a contemplar el baile de los derviches girovagos y cuando escuché fado por primera vez en una taberna lusa. Refugió mis miedos e inseguridades cuando visité por trabajo Bélgica y fue mi aliada cuando Alemania, Austria y Hungría se abrieron ante mis ojos. En Siria padeció la rotundidad del sol con estoica fortaleza y en Jordania fue testigo de mi devoción por Petra, siendo el nido de mis recuerdos más preciados. Siempre más llena de objetos y experiencias a la vuelta, mi pequeña maleta, plena y rebosante, regreseaba obediente a su destino final: mi hogar.

Alguna vez la oí quejarse, cuando sus pequeñas rueditas, ya desgastadas, chirriaban levemente al contacto con el suelo y pensaba, orgullosa, que me estaba prestando un gran servicio y que los años apenas pasaban por ella. Y sin embargo, el día en que dejara de ser operativa, tenía que llegar y llegó recientemente, para mi desdicha. El asa se rompió, como si fuera de papel, al recogerla de la cinta del equipaje... tantos años han pasado por ella siendo mi silenciosa compañera, que ya creía que siempre estaría ahí.

No importa, pequeña, seguirás formando parte de mi vida en el altillo de mi cuarto y albergarás, como siempre has hecho, aquellas posesiones que me inspiren buenos recuerdos, porque siempre apareciste para trérmelos a las mientes y eso no tiene precio.

Alas

Me he dado cuenta de que los superhéroes existen. No usan capa, ni tienen visión de rayos-X, tampoco saben volar, pero sí tienen superpoderes. Si te preguntas si a tu lado hay uno, solo tienes que pensar en él de forma holística, yendo un poquitín más allá de la suma de las partes. No pienses ¿será un buen padre? ¿será fiel? ¿me acompañará el resto de mi vida? Si te lo planteas siquiera es que no lo es.

Si te da alas (aunque no pueda volar), si te apoya en la toma de decisiones importantes, si te ayuda cuando es preciso y te comprende cuando te equivocas, es que ¡qué suerte! hay uno a tu lado. No abundan, eso es cierto, por eso son tan especiales, pero tienen la inmensa capacidad de transmitir sus poderes a quienes les rodean: transfieren su seguridad, su valentía, su fuerza y entereza. Te ayudan a ser mejor persona, aunque no te des cuenta, y hacen posible que tu vida se vuelva serena y que aprendas a dominar tus miedos, o al menos, a no ser presa constante de ellos. Son buenos compañeros y mejores amigos, amantes generosos y sinceros y maestros en el arte del desarrollo personal.

Mi superhéroe entró en mi vida de casualidad, y casi no le dejo hacerlo, boba de mí, porque por aquel entonces no tenía yo mi radar muy desarrollado y todos me parecían villanos. Sin embargo ahora sé que ha sido la mejor decisión que he tomado nunca y cada día que pasa me siento más afortunada que el anterior. Por eso y porque este viernes es nuestro aniversario, le dedico esta entrada que es una forma de agradecimiento muy pequeña para todo lo que me da diariamente.

4 de abril de 2011

La importancia de sacar la basura

Puede parecer obvio, pero si uno no saca la basura, ésta se acumula, huele mal y a la larga es un gran incordio que no puede generar más que un cabreo constante por irse uno topando con la misma mi...da una y otra vez. Y si lo hacemos en nuestras casas ¿por qué no lo hacemos en nuestras mentes? Irse a lo alto del monte de vez en cuando a dar un buen hipogritohuracanado debería ser un derecho fundamental recogido en la Constitución por varias razones: porque es saludable, porque el desahogo evita las congestiones emocionales y libera tensión y SOBRE TODO porque evita que parte de esa basura hacinada y hedionda caiga involuntariamente sobre quien menos lo merece.

Y en eso la primavera juega un papel fundamental, con sus horas de luz, con el nuevo acercamiento a la naturaleza y la reconciliación con el universo que nos brinda el poder encontrar una vía de escape ante todas esas cotidianas frustraciones, todos esos miedos latentes y esos desasosiegos espasmódicos que van llenando poco a poco el cubo. Si dando una vuelta en bici lo vaciamos un poco ¡¡bienvenido sea el buen tiempo!!

Voto porque el desfogarse se convierta en un deber universal, que además se corresponde con las leyes de la física y nos ayuda a estar en paz con el mundo que nos rodea. A liberarse, a soltarlo todo, a evacuar cuanto contienen nuestros intestinos emocionales, quedémonos huecos para llenarnos luego de cosas buenas y desechar solo aquellas que no hacen sino obstruir el paso de las primeras.

1 de abril de 2011

El otro lado

Miró en derredor y no vio sino horror y fealdad. Todo estaba contaminado de un gris sucio y espumoso que le confería a cuanto veía la pastosa cualidad de parecer tóxico y alejado de la belleza a la que aspiraba con todo su corazón. Tomó su brocha y un nuevo lienzo y se propuso hacer renacer el color en el seno de su desesperación. Se abstrajo invocando la clarividencia que solo otorgan a unos pocos afortunados las musas y en una suerte de trance recreó el mismo Paraíso en todo su esplendor. Su magnífica obra era tan bella que era imposible mirarla sin retener las lágrimas, había tocado la perfección superando al Creador en aquella suerte de ventana a otro mundo, sin duda el mejor posible de todos.

9 de marzo de 2011

La primavera ha llegado

La primavera ya está aquí: aunque no haya llegado aún el día oficial, la naturaleza eclosiona despertando del perezoso invierno que parecía interminable. Las flores se abren al sol, los insectos salen de sus escondrijos, las aves pueblan los cielos buscando ansiosamente ramas y broza con la que componer sus nidos y poco a poco el ciclo de la vida se renueva, inalterable, a pesar de los pesares. De nuevo la hierba crecerá entre las tejas, las semillas encontrarán amparo incluso entre los huecos del asfalto y la vida se abrirá paso aun en las condiciones más adversas, recordándonos que por más que nos juste jugar a ser dioses y por mucho que sea el daño que podamos infligirle a nuestro entorno, éste nos ha engendrado y cuando quiera nos puede hacer desaparecer. Y entre tanto nos regala los sentidos engalanándose de colores y de savia nueva.

Os dejo algunas de las últimas fotos que he tomado recientemente.





26 de febrero de 2011

Unos ojos enormes me miraban desde el otro lado de la estancia. Eran de una belleza extraña, aquellos ojos hablaban un idioma que yo ni siquiera aspiraba comprender y, sin embargo me habían elegido a mí para entablar un diálogo. Supongo que fui muy torpe porque no sabía como corresponder a aquella elocuencia.

En un primer momento, no creí que fuera posible así que directamente traté de obviar aquellos iris de color verde clavados en los míos, perplejos.

Al cabo de instante me había dado cuenta de que la fortuna, en un extraño desliz, me había sonreído por primera vez en mi vida ¡y cómo! No había una criatura sobre la tierra que fuese más feliz, nadie que soñase verse en mejor condición que la de ser señalado por el deseo de unos ojos de ángel como los que desde allá se hacían tan presentes como si los hubiera estado contemplando toda la vida. Así fue como vuestra abuela me sedujo, y yo entonces solo pude acercarme a ella y esperar que se abrieran las puertas del paraíso.

23 de febrero de 2011

La danza de los condenados

Hemos asumido que no podemos volar, soñar... Sabemos que solo podemos esperar, llorar, sin poder siquiera soñar con volar muy lejos. Somos los condenados, los abandonados, no tenemos nada que hacer más que llorar y esperar.

Nuestra existencia se consume en incertidumbre y llanto, somos los condenados, los abandonados... vemos caer la lluvia y sabemos que pronto nos anegará también por dentro. Entre tanto juntos esperamos el final. Viendo la lluvia caer y llorando, esperando. No hay consuelo para las almas perdidas, no hay expiación para los condenados que vendieron sus sueños. Ningún tren que podamos tomar para partir muy lejos, ningún anhelo al que colgar nuestras esperanzas para escapar muy lejos. Somos los condenados, cantamos para dejar de llorar y solo seguir esperando.

Nos llevaremos nuestros recuerdos y nuestras lágrimas hacia la nada cuando dejemos de esperar y el llanto se desvanezca. Somos los condenados, los abandonados, pero nos quedan muy, muy dentro, nuestros recuerdos que se mezclan con nuestra espera y nuestro llanto. Llámanos locos por desear el desenlace final, llámanos incrédulos por creer que eso aliviará nuestra pena y no la hará más grande. Reza a los dioses que no existen, habla con los ídolos en los que no creemos y hazlo por nosotros, porque no haya un más allá y sea suficiente con nuestra espera y nuestro llanto en el más acá.

Nosotros nos fundiremos con la lluvia, haremos que nuestro llanto y ella sea todo uno y los condenados, los abandonados nos iremos para siempre, para siempre, lejos, muy, muy lejos.

14 de febrero de 2011

Imposible

Le gustaba dibujar, no recordaba desde cuándo. Se recordaba siendo muy pequeña garabateando siluetas en pedazos de papel arrancados de cualquier periódico que tenía un hueco en blanco. Y luego fue en cuadernos de espiral, y al final blocks que le regalaba su abuelo. Tenía muchos, muchos dibujos guardados por todas partes, algunos colgados en el tablón de corcho en su cuarto, otros pegados al espejo del baño... Unos le hacían gracia, como la caricatura de su profe de ciencias del colegio, otros le resultaban curiosos, como si no hubiesen salido del contacto de sus lápices con el papel, y los más que andaban por aquí y por allá eran bocetos de dibujos más complejos, que a la larga encajarían sin saber muy bien cómo. 

No era sistemática, en absoluto, pero tampoco desordenada. Disfrutaba con lo que hacía y se dejaba llevar durante semanas hasta que repentinamente un día se daba cuenta de que algunos dibujos guardaban cierta relación con otros, que los podía hermanar. Y así, la inspiración surgía como por arte de magia para crear algo nuevo, superior a la suma de las partes.

Luego estaba él. Merecía una carpeta especial, plagada de múltiples perspectivas en las que se podía ver su rostro como en un calidoscopio, desde aquí y desde allá, desde arriba, desde un costado, sus manos, sus ojos, sus orejas, su frente... cientos de dibujos para inmortalizar cada detalle. Y sin embargo su esencia no podía atraparse en el papel. Eran dibujos inconexos con el resto de su obra, porque eran prácticamente estudios forenses de una autopsia imposible de concluir. Nunca estaba satisfecha. Le había retratado en otras ciudades, bajo otros cielos, cubierto por ropas diversas y delineando multitud de expresiones, pero no era capaz de captar aquello que buscaba, esa capacidad de subyugarla con una sencilla mirada, el estrecho lazo que les ataba, ese qué se yo que le hacía irresistible. Donde terminaba su razón y su destreza, donde se daba fin a la esperanza de poder aprisionarle en una hoja de papel, era donde nacía su profundo amor. Era imposible retratarle pero también lo era dejar de intentarlo. Y sabía que si lo conseguía algún día, algo se le rompería dentro del pecho.

13 de febrero de 2011

El pseudónimo

Asthon Evans comenzó su carrera de escritor de la manera más fortuita que pueda imaginarse. Cuando más desesperado estaba buscando sustento, y por agarrarse a un clavo ardiendo, aceptó escribir en una revista francesa específicamente enfocada al público femenino. A decir verdad, la oferta la recibió vía Internet y, francamente, daba la sensación de que tenían verdadera prisa por cubrir el puesto. Sabía que nunca le aceptarían si decía que era un hombre, lo que tenía sentido, ya que efectivamente tendría que escribir sobre depilaciones, productos de belleza y un variado etcétera que le hacía sentir auténtico vértigo. Sin embargo, Asthon necesitaba trabajar a toda costa, no os imaginais cuan tormentosa era su vida en aquel preciso momento. Por fortuna tenía familia en viviendo en Dijon y se defendía bastante bien a nivel escrito en francés, de modo que se "fabricó" una carta de recomendación e inventó una nueva identidad. Delphine Beauvoir le pareció un nombre fantástico y a partir de ese momento, ya todo era coser y cantar. Llegó al acuerdo de que las nóminas las cobrara su agente literario, un tal A. Evans y se afanó en cada artículo dando lo mejor de sí mism"a". Al cabo de unos meses Evans se dio cuenta de que debía construir su personaje dotándole de un mayor realismo si concebía cómo era físicamente, qué cosas le gustaban, etc. Y es que debía ser coherente en sus valoraciones y tener una identidad determinada para no salirse de los raíles. Esto no era en absoluto sencillo porque ¿quién sabe cómo demonios piensa una mujer? La inspiración final partió de esa pregunta. Puesto que no tenía ni idea de cómo era una mujer, fabricaría una super-mujer, un ideal femenino hipersexuado y dotado de todo cuanto él carecía. Si sus rasgos eran fuertes y su vello oscuro, ella tendría rasgos dulces y carecería de vello. Si él era de anchas espaldas, bajito y con entradas, ella sería de constitución más bien fina, alta y con una estupenda melena de cabello ondulado y brillante. Si a él le entusiasmaban los deportes y la cocina casera, ella detestaría ambas cosas, siendo una mujer cosmopolita asidua a restaurantes cordon bleu. Si él era más bien un fracasado en la vida y en el amor, ella sin embargo sería una flamante triunfadora a nivel profesional y social, resultándole arrebatadora a cualquier hombre a quien se propusiera conquistar. Pasado un tiempo, Evans se sentía más cómodo refiriéndose a sí mismo como Delphine, pensando como ella, sintiéndose como ella, y sobre todo, cosechando sus éxitos y alimentando sus bagatelas. Ya no quería ser un hombre, ya no quería ser él mismo. Su pseudónimo le había atrapado.

9 de febrero de 2011

Terrores urbanos

Marcos era diferente. Pasaba mucho tiempo hecho un gurruño en su habitación, con la espalda apoyada en la pared diáfana, de la que no colgaban ni pósters, ni calendarios, ni nada. Sabía que tenía que salir de su cuarto y, peor aún, de su casa, para hacer "cosas". Todas esas cosas insoslayables que componen el día a día entre las cuales estaba ir a la escuela. A cualquiera le habría parecido una tarea fácil sobre todo teniendo en cuenta que Marcos vivía muy cerquita de allí, pero no podeis imaginar lo que suponía para él... todo un viaje, un recorrido infestado de peligros y tormentosos trances que hacían de aquel periplo una auténtica agonía. Por eso necesitaba prepararse concienzudamente para afrontar aquella ardua misión.

En primer lugar, salir de casa ya era una hazaña, sin contagiarse con los virus que se cuelan en los pomos de las puertas y que permanecen activos durante semanas en el propio aire. Luego, ya fuera, bajar las escaleras (al ascensor no habría entrado ¡ni loco!, aparte de los pirados con los que se puede uno encontrar está siempre el riesgo de quedarse encerrado, o peor aún, de que el ascensor se descuelgue cayendo en picado... mejor ni le hacemos pensar a Marcos esa posibilidad). Los tres tramos no están nunca exentos de peligros para nuestro joven héroe: cabe la posibilidad de encontrarse con un vecino (que ya de por sí es desagradable), pero también de que alguna mascota haya miccionado en la superficie de un escalón sin que sea apreciable, precipitando la húmeda caída de cualquiera que se distraiga. Eso por no hablar de los riesgos que se pueden suceder de un mal gesto, un resbalón, una torcedura de tobillo... ¡anda que no hay gente que se ha roto la crisma por un par de escalones que se bajan a la ligera! Pero ¿cómo apoyarse en el pasamanos? ¿Cuántas manos y después de hacer qué habrán recorrido esa aparentemente inofensiva superficie ahora colonizada por cualquier sustancia de dudosa procedencia?

Llegar al portal era uno de los momentos más difíciles porque Marcos se encontraba:
        a) En un lugar en el que es más fácil tropezar con gente (con lo que eso conlleva para un niño: posibles besos y apretones de mofletes de manos extrañas, huesudas, húmedas... argh).
        b) En el escaparate de la calle. De ahí, hacia el caos más absoluto de la urbe con sus malos olores, sus sustancias grises, sus humos y sus gentes... ahí es nada.

Y era allí, frente a la cristalera, donde a Marcos le entraban unas inmensas ganas de llorar, de volver a casa, meterse en su cuarto y no salir nunca, nunca.

7 de febrero de 2011

El vértigo de la memoria

De la manera más tonta, Martina se quedó embobada. Era una mañana apacible de domingo, de esas que despiertan perezosas pero con un sol radiante y le dio la ventolera de ponerse a pintar. No un lienzo, ni una acuarela, sino algo mucho más práctico: una banqueta. Aquello desde luego no requería una concentración excesiva así que tomó la brocha y comenzó a pasarla por la madera rítmicamente tratando de evitar que quedara un solo resquicio sin pintar. Y así fue como se le ocurrió aquella idea por primera vez. Revoloteaba en su cabeza desde hacía tiempo, pero nunca le había otorgado el tiempo para que madurase en su interior. Martina se iba a suicidar. Y pensareis ¿para qué demonios pintaba aquella banqueta? O, ¿para quién? Vereis es que no todo lo que hacemos tiene una explicación lógica. Como soy una narradora omnisciente os diré la verdad: es que era lo que le apetecía hacer, sin más, no es que pensara en otra cosa más allá de entretenerse una ociosa mañana desocupada.
Martina no era una de esas heroínas de novela negra con un pasado turbio, ni una persona tremendista que hubiera sucumbido a las penas de una vida ingrata. Era solo una persona que se había cansado de vivir. Se había agotado. No encontraba motivos para levantarse cada mañana y no es que su vida estuviera vacía, precisamente. Es que ya nada conseguía encender esa chispa que antaño asomaba a sus ojos cuando disfrutaba de cada pequeña sensación: un paseo por el parque, la melódica risa de un niño, la contemplación de una obra de arte, el amor... en fin, su mirada se había ido opacando con el paso de los días y afrontaba cada día la ardua tarea de conseguir que su corazón siguiera bombeando. Cada día lo notaba más débil, de modo que esa mañana decidió dejar de esforzarse. Cuando terminó su tarea, tomó entre sus manos con el mayor de los mimos su libro favorito y se tendió en la cama a leer. Echaría muchas cosas de menos, estaba segura, y a mucha gente, pero emprendía un viaje peculiar que también le descubriría otros mundos, quizás otras vidas. Pensó que era mejor no despedirse, marcharse sin hacer ruido, tal y como había vivido. Y mecida en el vaivén de los renglones, se adormeció y se apagó. No fue un suicido al uso, de hecho le diagnosticaron una muerte natural. Nadie supo ni sabrá nunca la forma tan sencilla y dulce en la que abandonó este mundo salvo yo, que soy un ente de ficción que ha dado a luz a Martina, otro ente de ficción. Pero no me digais que no es una bonita historia.

20 de enero de 2011

Recomendaciones literarias

Fueron muchos los libros que leí en 2010, algunos de ellos los recomiendo tras leerlos, otros no. De los que recomiendo hay en concreto dos que no terminé de leer... pero no porque no me gusten, sino porque requieren una lectura más pausada, ser degustados de verdad, paladeando cada pasaje, retomándolo de nuevo, en fin, que no hay dos libros que se lean igual ni que te aporten lo mismo. Solo diré que aquellos que me parecen de mala calidad, tambien te dejan un buen poso porque te permiten afinar tu gusto literario, o, lo que es lo mismo, te enseñan a comprender qué es lo que te gusta por medio del contraste. Que no es poco.

Y el 2010 se llevó por delante estos libros de buena factura, en los que merece la pena zambullirse:
-Cometas en el cielo de Khaled Hosseini
-Invisible de Paul Auster
-Sherlock Holmes de Conan Doyle
-La carretera de Cormac McCarthy
-Memorias del Savoy de José Luis Alvite
-Narraciones de Borges
-Lo bello y lo triste de Kawabata
-El doble de Dostoyevski
-Mil soles espléndidos de Khaled Hosseini
-La niña de oro y otros relatos de Francisco Ayala
 
-La isla del día de antes de Umberto Eco
-Escribir es un tic de Francesco Piccolo
-La noche del oráculo de Paul Auster
-El origen de los faraones de Toby Wilkinson
-El tío Petros y la conjetura de Goldbach de Apostolos Doxiadis
-Arte de Yasmina Reza
-Ensayo sobre la ceguera de José Saramago

-La muerte lenta de Luciana B. de Guillermo Martínez
-Tierras de cristal de Baricco 
-El viejo León Tolstoi, un retrato literario de Mauricio Wiesenthal
-El afinador de pianos de Daniel Mason
-Madame Bovary de Gustave Flaubert

-Crimen y castigo de Fiodor Dostoyevski

De todos ellos recomiendo mucho los señalados en malva, por si alguien se anima.

Este año retomamos la tarea, por lo que estas recomendaciones quedan así guardadas y ponemos el contador a cero. La lista de libros por leer no deja de crecer, poco a poco iré contando novedades...

Los jueves escribo IV Variaciones de luz

A veces perdemos la noción del tiempo cuando estamos realizando alguno de esos actos cotidianos que apenas requieren nuestra atención. Por un instante, nos evadimos de la realidad, nos abstraemos totalmente y nos convertimos en esencia pura que viaja sin propósito ni finalidad, no se sabe a dónde ni cómo, ni falta que hace saberlo. Esos momentos, efímeros y puntuales yo los describo como instantes de felicidad plena, que dicen que no existe pero sí, porque te inflaman el corazón, porque te abren el pecho, porque todo lo que ves te parece más bello y más reluciente y porque esa sensación se escapa enseguida, sin avisar y a saber cuándo regresa. Lo que me parece más curioso del asunto es que nos pasamos la vida corriendo de un lado a otro buscando ser felices a través de actividades, empleos, aficiones, lecturas... y al final aparece cuando quiere y por donde vino se va.

Variaciones de luz

Me quedé dormida en el sofá, estaba totalmente agotada y se apoderó de mí un sueño acuciante y denso de esos que te llevan muy lejos en poco tiempo y te devuelven a tu ser muy lentamente. Y al despertar, aún con el sopor pesándome en los párpados y con las extremidades a medio activar ahí estaba el atardecer, descendiendo entre los huecos de las cortinas, reflejándose en las sinuosidades de las paredes y tiñéndolo todo con ráfagas de luces vagas en fuga. Mi cuerpo estaba allí, medio petrificado en el umbral del sueño y la vigilia pero mi mente estaba muy lejos, recorriendo las lomas de los montes sobre un rayo solar ardiente que se funde en la húmeda tierra para dar paso a la noche. Estaba embargada por una sensación de levitación, como si lo material quedara lejos y solo el color y el calor fueran mis guías en aquella revelación de belleza.

Este año no lo olvidareis fácilmente

¿Por qué? Porque estamos viviendo un cambio de paradigma. Hoy he sentido ese pálpito de forma brutal cuando me he dado cuenta de que las cosas están transformándose delante de nuestros ojos. Estas transiciones son especialmente duras para los individuos que las soportan, máxime cuando no son conscientes de ello, así que atentos, el mundo está cambiando delante de nuestros ojos y ese cambio está fuera de nuestro alcance totalmente.

Muchos de los conceptos que estamos hartos de escuchar van a quedar obsoletos, muchas de las viejas fórmulas van a ir a parar directamente a la basura y es que nos hemos dado cuenta ¡al fin! de que los recursos con los que contamos no son infinitos, que no podemos ser unos inconscientes vagando por el mundo sin ser responsables del del impacto de nuestros actos y que, a la postre, todo el daño y los estragos que hagamos a nuestro alrededor va a repercutir directamente no en generaciones venideras, sino en nuestra propia calidad de vida: es decir, el boomerang va a retornar al origen.

No es fácil desprenderse de los viejos hábitos ni salir de una espiral de acciones que veníamos desarrollando impunemente, al margen de la comunidad y en pro única y exclusivamente de la satisfacción individual y del egoísmo más primitivo que por otra parte no nos ha llevado más que al despilfarro y a la búsqueda de una falsa felicidad tan efímera como las fugaces acciones de consumo en que se basa.

Pero lo peor, sin duda es la posición de "los otros", todos aquellos que están creciendo pensando que nuestro modelo es el que deben imitar, sin darse cuenta de que están reproduciendo los mismos errores pero a una escala exponencial. Comer o ser comido. Y en éstas nos estamos devorando todos, porque si el pez grande se come al chico ¿qué comerá mañana, cuando no haya más peces chicos que engullir?

Va a ser un año duro, vamos a pasarlo mal, pero si sabemos presionar en los lugares adecuados podremos romper la inercia destructiva que nos llevaba hasta hace tres días a actuar como si no hubiera un mañana ¡y vaya si lo hay!

Sitios que he visitado