Taller Encantado

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9 de febrero de 2011

Terrores urbanos

Marcos era diferente. Pasaba mucho tiempo hecho un gurruño en su habitación, con la espalda apoyada en la pared diáfana, de la que no colgaban ni pósters, ni calendarios, ni nada. Sabía que tenía que salir de su cuarto y, peor aún, de su casa, para hacer "cosas". Todas esas cosas insoslayables que componen el día a día entre las cuales estaba ir a la escuela. A cualquiera le habría parecido una tarea fácil sobre todo teniendo en cuenta que Marcos vivía muy cerquita de allí, pero no podeis imaginar lo que suponía para él... todo un viaje, un recorrido infestado de peligros y tormentosos trances que hacían de aquel periplo una auténtica agonía. Por eso necesitaba prepararse concienzudamente para afrontar aquella ardua misión.

En primer lugar, salir de casa ya era una hazaña, sin contagiarse con los virus que se cuelan en los pomos de las puertas y que permanecen activos durante semanas en el propio aire. Luego, ya fuera, bajar las escaleras (al ascensor no habría entrado ¡ni loco!, aparte de los pirados con los que se puede uno encontrar está siempre el riesgo de quedarse encerrado, o peor aún, de que el ascensor se descuelgue cayendo en picado... mejor ni le hacemos pensar a Marcos esa posibilidad). Los tres tramos no están nunca exentos de peligros para nuestro joven héroe: cabe la posibilidad de encontrarse con un vecino (que ya de por sí es desagradable), pero también de que alguna mascota haya miccionado en la superficie de un escalón sin que sea apreciable, precipitando la húmeda caída de cualquiera que se distraiga. Eso por no hablar de los riesgos que se pueden suceder de un mal gesto, un resbalón, una torcedura de tobillo... ¡anda que no hay gente que se ha roto la crisma por un par de escalones que se bajan a la ligera! Pero ¿cómo apoyarse en el pasamanos? ¿Cuántas manos y después de hacer qué habrán recorrido esa aparentemente inofensiva superficie ahora colonizada por cualquier sustancia de dudosa procedencia?

Llegar al portal era uno de los momentos más difíciles porque Marcos se encontraba:
        a) En un lugar en el que es más fácil tropezar con gente (con lo que eso conlleva para un niño: posibles besos y apretones de mofletes de manos extrañas, huesudas, húmedas... argh).
        b) En el escaparate de la calle. De ahí, hacia el caos más absoluto de la urbe con sus malos olores, sus sustancias grises, sus humos y sus gentes... ahí es nada.

Y era allí, frente a la cristalera, donde a Marcos le entraban unas inmensas ganas de llorar, de volver a casa, meterse en su cuarto y no salir nunca, nunca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué chuli, me encanta el relato!
enhorabuena. Al

Lolita blues dijo...

Gracias, Al. Todos tenemos un mini-Marcos dentro, lo que viene mucho a cuento después de haber descrito nuestros miedos hoy ¿eh?

Besos!

Anónimo dijo...

ufff no me hables que ahora tengo más miedos, por tu culpa!!!!! jajajaja, un besote Markita!!

Lolita blues dijo...

Jur jur, pues no te conté ni la mitad... si es que hay pa dar y tomar...

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