Taller Encantado

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3 de mayo de 2011

Engullido

Soñó que le tragaba el colchón. Dormía plácidamente como mecido por olas calmas, seguro y calentito, lejos de toda causa de perturbación. Vagaba su mente ausente, se dejaba llevar tranquilo cuando debajo de su cuerpo percibió que se abría una grieta. Aquello no le produjo ninguna inquietud. Aunque lejos de su cuerpo, su consciencia le decía que no tenía nada que temer, tan solo era un lugar por el que había que pasar, y así, naturalmente, se dejó de nuevo conducir por aquella zona apacible y serena por la que, estaba seguro, cabría sin problemas. Primero fueron sus pies los que se introdujeron allí. Sintió un cosquilleo juguetón al pasar por las paredes abultadas que se abrían como esponjosos labios, luego fue descendiendo todo su cuerpo hasta que solo quedaba su torso por introducirse en aquel lugar. Ya tenía ganas de poder abrir los ojos al otro lado y ver qué habría allí. A medida que era succionado se sentía más en paz consigo mismo, como si el aletargamiento le estuviera conduciendo a un estado alterado de conciencia que le hiciera ser inmensamente feliz. Al pasar su pecho por aquella zona de transición, algo comenzó a ir mal: era la constatación de que sus hombros no cabían, se ahogaba, le faltaba resuello y aquellos labios plácidos eran ahora fuertes fauces que le querían engullir pese a su voluntad de salir inmediatamente.

Esta mañana tenía el despertador puesto a las seis y media de la mañana. Es la hora a la que me levanto para darme una ducha, desayunar y llegar a tiempo a la oficina. Sin embargo, una hora antes, en torno a las cinco y media, los gritos de mi marido me han despertado de golpe. Aullaba de dolor y profería palabras que no lograba comprender; le he zarandeado del hombro aún a oscuras para que despertara pero seguía inmerso en un sueño que parecía desolador. Cuando he encendido la luz, ahí estaban sus hombros y su cabeza, pero no el resto de su cuerpo. Una magia extraña ha hecho que el colchón absorba parte de su ser. Cómo no mirar debajo de la cama: he encontrado mi coletero y sus zapatillas de estar por casa, nada más. Se ha despertado al fin tras un largo y angustioso rato. Al ser consciente de su situación ha pensado que lo mejor era volver a dormirse, así que al irme he ido a darle un beso en la frente como cada mañana y le he dejado sumido en un sueño que ¿quién sabe dónde le llevará?

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