Taller Encantado

English cv French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

31 de agosto de 2009

El dulce encanto de volar en taxi

Así es como describo yo esos días en los que no llegas a tu destino porque el taxista ha llegado tarde. Sorteando las obras, los obstáculos, a los viandantes y al resto de los vehículos, tienes que encomendarte a estos profesionales de la conducción (a los que maldices cuando estás fuera del taxi pero a los que adoras cuando vas dentro de él) y dejar que vuelen mientras el aire de la ventanilla te alborota el flequillo. Tiene su gracia sentir esas cosquillas en la cara, esa revolución en las tripas por los nervios y ese pequeño estallido de adrenalina que te produce ser partícipe del apremio del avezado conductor, que se salta semáforos, toca el claxon, acelera y acelera y en las rectas va como un rayo.

En cuestión de tres meses he cogido más taxis que en toooooda mi vida. Podría contar con los dedos de la mano las veces que anteriormente tuve que tomar uno, siempre en circunstancias muy puntuales y concretas. Es curioso compartir esos veinte minutos con una persona distinta para cada ocasión: unos son dicharacheros, otros van concentrados en la carretera y en la radio, algunos no abren la boca y otros sencillamente dan miedo. De todas formas se merecen un premio a la paciencia, porque el centro de Madrid, lleno de obras parece una enorme ratonera de la que es imposible salir cuando un camión para a descargar en una de las calles que dan acceso a vías más grandes. Y la vuelta al cole a la vuelta de la esquina... se perfilan nuevas aventuras en el horizonte...

30 de agosto de 2009

Los tiempos han cambiado

Si sabes lo que es un fake, un troll o un spoiler... enhorabuena, estás hecho todo un freak de la Red de redes, seguramente inviertes tu tiempo en crear distintos avatares para cada red social en la que tienes un perfil y te mola ver vídeos virales en YouTube. Además utilizarás al menos uno o dos servicios de mensajería instantánea y dedicarás al menos 3 o 4 horas a navegar por Internet al día, sin contar la ojeadita que le echas en el curro... ¿Pero qué mierda nos pasa? Se nos ha olvidado cómo era la vida antes de tener un alter ego virtual, cuando teníamos tres colegas que podíamos contar así: uno, dos y tres y no 376 en Tuenti, de los cuales mantenemos el contacto con, no me digas, no me digas, que lo adivino: uno, dos y tres.

En fin, no tengas cargo de conciencia: todos echamos de menos los viejos tiempos pero también hemos picado. Primero dijimos: "¿Yo, móvil? Ni hablar, qué esclavitud, todo el día con el teléfono a cuestas" y ahora tenemos uno de última generación con cámara integrada, y una memoria de nosécuántosbytes... ¡Y no te quedes sin batería! Eso es peor que quedarse desnudo en la Gran Vía, qué indefensión, ir por la vida sin poder llamar a... a... a cualquiera de mis tres amigos.

Luego llegaron los equipos portátiles y dijimos: "¿Yo portátil? Eso es para pijos, con lo que cuestan...". Ahora tenemos el nuestro, el de nuestra pareja, el del niño, que es de Winnie de Pooh, y espera que para que el pobrecito pueda estudiar ahora le van a dar otro en el cole... ¡¡¡¡PERO QUE EL MEDIO NO ES EL MENSAJE!!!! Todas las generaciones anteriores hemos aprendido a multiplicar y a leer sin un ordenador ¿es realmente tan preciso para los chavales de ahora para las materias del día a día? Que no digo yo que no sepan manejarse, que hay que enseñarles, pero ¿no nos estaremos volviendo un poco locos con tanta historia?

Bueno, os dejo, voy a ver si termino esta entrada para publicarla en el blog, que a su vez la remitirá a Facebook, donde también cuelgo mis fotos de Flickr y donde acabo de crearme un avatar. Y mientras a ver si mi chico me da un toque o se conecta algún colega al Messenger, que mañana empiezo mi Master virtual y tengo ganas de chatear... ;)

27 de agosto de 2009

Nuevos mundos por descubrir

Y como muchos dicen, todos están dentro de éste. No están lejos de la verdad aquellos que opinan que todo lo que el hombre puede imaginar con su cabecita pensante está ya inventado y que la realidad no es sino una re-re-re-recreación de cuanto hubo anteriomente, una suerte de remix de lo antiguo y lo nuevo pero que nos lleva a una especie de bucle temporal que se recrea cada cierto tiempo. El mundo de la moda es un ejemplo tan manido como quizás frívolo, pero ahí tenéis a las grandes figuras del estilismo retornando una vez y otra a momentos pasados mezclados con un poquitín de rollo "cool" para darle el empaque necesario a sus colecciones. Las temporadas se suceden igual que la sensación de "dejà vu".

Solo una cosa consigue conmoverme ya de veras: la propia naturaleza. Tanto lo que me rodea cuando estoy inmersa en un paisaje como la propia naturaleza del hombre y los resquicios de su mente. Esa dualidad: desde mí misma hacia fuera y desde mí misma hacia dentro pone en contacto dos realidades incomprensibles e inabarcables para mí. La mente no puede pensarse a sí misma, puesto que para analizarse tendría que autodescomponerse y entonces no podría realizar ese proceso y la naturaleza, sencillamente se nos escapa de las manos. Toda la razón de la existencia del hombre, su necesidad de crear sociedades, de abastecerse, de guarecerse, de perpetuar su carga genética no ha sido sino un paulatino proceso de "poner puertas al campo". Nos hemos reproducido, expandido y diseminado de tal forma y hemos derrochado tanto, que estamos agotando los recursos de los que nos valemos. Nos autoextinguimos. A lo mejor seguimos el ejemplo de los lemmings y cuando seamos (aún más) multitud nos suicidamos como insinuara la estupenda película de "El incidente".


Algún mecanismo de defensa tendrá el planeta para tratar de sobrevivirnos, porque aunque la naturaleza no es omnipotente, seguirá abriéndose paso, como lo hacen las hierbas entre el asfalto de nuestras carreteras o los mejillones que crean sus colonias en la cubierta de los buques... Nada puede detenerla, y el hombre se arriesga cada día más a perecer en el intento de tratar de desafiarla. Convivimos con complejidades que sin embargo, funcionan. No comprendemos nuestra propia mente, pero nos valemos perfectamente de ella cada día para las actividades más nimias. No comprendemos los mecanismos que rigen muchos fenómenos naturales, pero sin embargo, ahí siguen realizando (o no) su función de todas maneras.

En resumen, creemos que conocemos mucho, pero en verdad apenas conocemos nuestro propio ser ni lo que le rodea. Somos ricos en ignorancia y arrogantes en cuanto a lo que creemos saber. Hay todavía muchos mundos por descubrir, pero la principal paradoja que nos acompaña desde la cuna, el tiempo implacable que es el que nos marca el día a día, sigue siendo inexpugnable a nuestros esfuerzos por ser desentrañado. No comprendemos nada sin sus coordenadas espacio-temporales, no sabemos por qué somos sujetos temporales, ni sabemos cuándo se producirá nuestro final, ni siquiera si lo hay.

Tejiendo el laberinto

Cada cierto tiempo me da por pensar... no creáis que lo hago muy a menudo, pero de vez en cuando está bien desgastar un poco las neuronas y devanarse los sesos aunque sea en pro de no llegar a ninguna parte más que a perderse uno en sus propios pensamientos...

En fin, el caso es que andaba discurriendo qué fácil sería la vida si fuera una fotografía y uno pudiera escanearla y retocarla como hago a menudo por trabajo o por hobby. Más que redecorar tu vida, podrías verla del color que más te gusta y cambiar de opinión cuantas veces quieras... habría que hacerlo bien para que no se apreciara el retoque, pues si no, no sería más que un parche. Pero podrías clonar las cosas positivas, por ejemplo tener tres veces a tu novio... e incluso cambiarlo por unos cuantos Georges Clooneys. Pero ahora en serio, con la varita mágica, el tampón de clonar y un poco de maña, podríamos cambiar aquello que nos molesta o nos inquieta, con un efecto de iluminación, hacer que se desvanecieran las sombras y deshacernos de nuestros miedos e incluso aplicando el ratio de enfoque adecuado, disipar nuestras dudas respecto a lo que nos rodea, y despejar así el camino para llegar a la resolución más oportuna.

Es más, Photoshop sería estupendo aplicado a cualquier tarea de nuestra vida... que nos sentimos tristes... pues deformamos nuestras caras para reírnos un rato, que se nos ha perdido el niño en el super... pues lo clonamos de otra foto y listo, que nuestra casa nos parece pequeña... sacamos el lazo poligonal y la estiramos a nuestro antojo... Todo ventajas, sí señor. Pero claro, grandes poderes conllevan grandes resposabilidades, ya se lo dijo el tío Ben a Spidey. Y en nuestra foto, el resto de las personas ¿tendrían también libre albedrío? Jugar a ser dios es más que complicado... es sencillamente un rol inasequible para el ser humano, puesto que es un sujeto con intereses, y Dios, si existe, debería ser un creador ajeno a su obra. No querría imaginarlo como a los dioses griegos, jugando con los destinos de los hombres, mezclándose con ellos e interfiriendo en el devenir de sus días por su propio beneficio o para satisfacer sus necesidades y anhelos.



Y aquí es cuando me doy cuenta de que en algún momento me he perdido trenzando los mimbres de mis pensamientos, y que no vivo en una fotografía, que la realidad tiene sus tres dimensiones y no han inventado todavía las herramientas para convertir sueños en hechos y que, qué demonios, se me está yendo la cabeza.

22 de agosto de 2009

La Dama Blanca II

No abundan chicas como Linda en las noches de los bares de carretera. Sus contundentes facciones contrastan con la ligereza de sus piernas constreñidas en medias color humo. Sus movimientos felinos son más evidentes que sugerentes, tanto que le haría a uno perder la cartera, la cabeza desde luego ya la habría perdido al entrar en un antro de mala muerte como La Dama Blanca. Allí se congregan cada noche toda clase de perdedores y de desertores de la pluma y los pinceles. O eso queremos creer, que nos han abandonado las musas y por eso las buscamos en el fondo de un vaso de licor o en las corvas de las coristas caprichosas que se contonean coquetas mientras esconden su desprecio hacia las sudorosas manos que tratan de alcanzarlas entre sus sueños etílicos.

Linda era poesía dadaísta pura, con sus ojos de gata melosa y su capacidad de incrustarte una patada en la entrepierna de las que hacen a un hombre de dos metros llorar como un niño. Por eso era la encargada de la barra y quizás la única capaz de soñar con un horizonte más allá del rimmel y los lunares postizos. Con su marcha ha agitado de nuevo mi necesidad de escribir y, sin premeditación puede que me haya hecho despertar del letargo avinagrado de frustrado autocompasivo que me había arrastrado a las desdibujadas catacumbas del despropósito.

Cuando entré en La Dama Blanca por última vez comprobé que esa noche no podía estar más lejos en la escala cromática de lo que indicaba su nombre. Es más, el aire estaba más sucio porque no lo purificaba Linda respirándolo con su naricita chata, esa por la que desprendía el humo de su tabaco de frutas y que me separaba a intervalos regulares de sus ojos candentes. En esos momentos, mi mirada absorta se debatía entre su generoso escote y las ondas de su descarado peinado con desiguales resultados. A Linda le daba igual, no estaba en aquel antro para hacer macramé, y quién sabe en qué pensamientos navegaría aquella diosa del carmín y los postizos...

21 de agosto de 2009

La ira es un gusano

Se extiende desde que es un mero punto larvado en un corazón roto hasta que eclosiona y lo devora todo a su alrededor. Poco a poco se apodera de todos los pensamientos y saca lo peor de nosotros mismos, ese lado destructivo e irreverente que arremete contra todo y se desborda hasta golpear con el restallido del grito o la sátira más hiriente.

Cuando aquel día, prorrumpió en un estallido de incontenible de ira, nadie pudo comprender el por qué de semejante demostración de enfado. El vaso había estado llenándose poco a poco durante meses, lentamente. Como los cantos del río van puliéndose con la sacudida de las aguas, se fue enquistando en ella un rencor profundo y duradero que iba aumentando con cada nuevo desplante. Lo increíble, una vez conocidas las circunstancias, es que consiguiera retener durante tantos años ese arranque de la más genuina de las iras.
Rotas las cadenas, la bestia que se agazapaba en su interior, y que había ido creciendo esquiva en su interior se apoderó de su alma y nunca más le permitió prorrumpir en llantos ni agachar la cabeza. En vez de eso se dedicó a luchar contra todo y contra todos, dejando a un lado a su familia, a sus amistades y por supuesto borrando de su diccionario personal la palabra tan maltratada según su propia experiencia: "amor". El amor es sólo para los necios, se decía a sí misma mientras sus palabras le devolvían el eco en su interior vacío. Pena y soledad fueron las consecuencias de la ruptura con la injusticia que había martilleado su hastiada existencia hasta la fecha de su estallido final, pero nunca más sintió pena de sí misma, ni tuvo que padecer los sufrimientos de los que había sido víctima. Fue libre su elección de privarse de la compañía que había desencadenado su ira y ejerció su albedrío libando su propio veneno.

Paisaje nocturno

Al caer la noche, el bosque enmudece hasta que los lobos comienzan a aullarle a la luna de plata. Desde lo alto, las estrellas tintinean mientras los sueños de los niños se pueblan de fantasmas y brujas. Entre los bosques de laurisilva de ramas cargadas de musgos y troncos secos se abren paso toda suerte de criaturas apresuradas por encontrar un refugio seguro en el que pasar la noche. Todas ellas se afanan por tratar de sobrevivir a las horas de oscuridad, siguiendo su instinto de supervivencia. Algunas de ellas lo harán en vano, pues caerán pronto presas de alimañas reptantes o depredadores inoportunos.

El estanque no registra las vibraciones habituales en su superficie, pues la vida duerme a buen recaudo y se cuida mucho de ponerse al descubierto. Sin embargo, en la orilla, la rana no puede evitar la tentación de requerir a su amada, armando un gran revuelo, en tanto que el grillo le sigue en un improvisado dueto, indiscreto a todas luces.

La vida sigue su curso al otro lado de la ventana, al fresco de la noche, y sus misterios seguirán ocultos a las miradas anhelantes. Allá se entrecruzan mil historias de amor, de odios, celos y venganzas, que quedan lejos de mí, aunque muy cerca. No obstante, la azulada bruma pronto engullirá los cedros y los castaños y mi vista no podrá ya más que perderse en los contornos difusos de cuanto mi imaginación retenga. La luna finalmente será presa también de la codicia de las nubes, y no tendré más remedio que acurrucarme en la soledad de la noche y dejarme caer en las profundidades de los sueños y someterme a su caprichoso albedrío. ¿O acaso ya estoy soñando?


18 de agosto de 2009

La Dama Blanca I


De las noches en La Dama Blanca me queda solo la resaca de nicotina y la aversión visceral a las sonrisas torcidas que huelen a esa mezcla de eucalipto y alcohol barato. Me cansé de sacudirme las miradas de los tacones y las medias de raso tanto como de despejar la barra de borrachos tristes, de esos que solo hablan con la botella hasta que la botella les habla a ellos.

Allí conocí a la clase de tipos que solo puedes conocer en un antro que abre hasta el amanecer, cuando los gatos, que son los verdaderos amos de la ciudad nocturna, estiran sus flexibles cuerpos ante la llegada de los primeros rayos de sol y yo tengo que retocar de nuevo mis pestañas apelmazadas y la máscara que cubre ese cansancio denso de pasar la noche en pie espantando moscones y vigilando la caja. Por supuesto también pude ver que la escoria no sólo nace en los agujeros malolientes sino que se hace, a imagen y semejanza de la basura que respira a su alrededor.

Cada noche asistía a un nuevo desfile de coristas emplumadas, tipos "duros" de esos que se echan a llorar hablando de su infancia a la tercera copa y todo un variopinto repertorio de esperpentos, unos deslenguados, otros retraídos, unos mirones empedernidos, otros que estaban deseando desplomarse para tener un suelo donde dormir un par de horas. Por decirlo de alguna manera era el clásico último garito en el que acababas si no tenías otro lugar al que ir.

Puede que los únicos que estuvieran allí por gusto fueran los chicos de la banda. Desde luego, esos genios podían pasar toda la noche improvisando sus canciones. Nunca hablaban con nadie, ni dejaban su instrumento, parecían estar muy lejos, tocando esas canciones que olían a melancolía y tenían el mismo tacto que los sueños rotos que nos congregaban a todos allí una noche tras otra. Las chicas que bailaban allí delante de un decorado tan irreal como sus propios cuerpos zarandeánsose sobre el escenario pertenecían a un mundo ajeno al de los hombres grises y beodos que trataban de regurgitar agrios piropos mientras no podían evitar perder una dignidad que quizás nunca tuvieron.

Esas noches en La Dama Blanca fueron mi escuela en la vida. Por eso nunca confundiré una mirada lánguida con la de un embaucador embustero, ni el amor con el capricho pasajero que nace a la sombra de un bourbon. Cuando se sale del agujero solo se puede ir a mejor, al menos hasta eliminar la media sonrisa impuesta por esos humoristas de rancia pajarita que no consiguen reprimir sus bufonadas sin gracia: más que hacer reír hacen sangrar las pupilas soñolientas de los parroquianos.

Una excursión en globo

Se subió en un globo rojo enorme. Su panza estaba recostada sobre él de modo que parecía abrazarlo, soñoliento. Al cabo de cinco minutos se había dormido. No echaba una cabezada, qué va, había caído en un sueño de esos de los que es tan difícil salir y que te dejan dormidos los brazos y las piernas. El globo comenzó a ascender al principio despacio, luego muy muy deprisa. El viento hizo que su flequillo se revolviera y las cosquillas en la punta de la nariz le fueron desperezando. Cuando consiguió entreabrir los ojos, no pudo creer lo que veía a través de sus gafas: atravesaba a toda velocidad mantos de nubes frescas blancas, azuladas y rosadas, y a su derecha el disco dorado se precipitaba hacia el valle verde extinguiendo sus últimas luces irisadas sobre las cuestas y los campos en flor.


Ups... comenzaba a escurrirse por la pendiente del globo... cuando pudo mirar a través de él, sorprendió los altos olmos recortados sobre la incipiente oscuridad de la noche y se preguntó... ¿dónde caeré? Se precipitaba inevitablente hacia abajo, caía y caía hasta que ¡¡choofff!! llegó a su destino final, el estanque. Cuando le fue posible se encaramó sobre la hoja de un nenúfar y allá a lo lejos, distinguió al globo rojo hasta que fue un punto para desaparecer después. Es el trayecto más largo que se le conoce a uno de los duendes-melocotón. Son unos seres cuya piel aterciopelada y aroma característico es similar al de la apetitosa fruta. Las ninfas del agua les pusieron ese nombre cuando fueron creados en la marmita sagrada. A nuestro amigo le costó mucho trabajo que sus padres le creyeran, porque llegó tarde a cenar, y estaban preocupados por él, pero la aventura mereció la pena. Ahora pinta todo lo que vió desde las alturas a menudo. Y a veces sueña que sigue entre las nubes oteando el horizonte y preguntándose ¿dónde caeré?

Sombras y humo

Su mundo se derrumbaba cada día un poco más, parecía un lienzo fresco sobre el que las manos de un niño habían estado desdibujando los contornos. Cuando se miraba al espejo no veía más que la sombra de quien pudo llegar a ser, una suerte de creación muda a la que el escultor había dejado a medias. Pronto tendría que irse desprendiendo hasta de ese reflejo vago al que, en todo caso, tampoco llegaba siquiera a compadecer, tal era su alienación.

La soledad ya era una costumbre, y, realmente, lo extraño era tener algún tipo de compañía. Su televisor de, con suerte, tercera mano, llevaba meses estropeado así que ni siquiera las voces huecas e inertes de los bustos parlantes podían hacerle sentir el requiqueteo lejano y metálico de la voz de otro ser humano.

La ciudad estaba desierta y arrasada y JC se había acostumbrado a caminar entre ruinas. Ya lo estaba desde antes de que todo ocurriera ya que su estúpida vida no dejaba ni un resquicio a la esperanza. Alguien le dijo una vez que vivir era componer cristales rotos una y otra vez. JC sencillamente trataba de encontrar un camino indefinido sin cortarse más de la cuenta. O quizás había comprendido que hay puzzles que siempre permanecen incompletos porque no se concibieron para encajar sino para ser jirones desgajados sin más. El humo reptante seguía escapando por encima de los escasos edificios tuertos a los que les quedaba una pared en pie. Escapaba rumbo a un cielo gris y nefasto del que eventualmente caían unas gotas de lluvia corrosiva y abyecta. JC también sabía que la ciudad apesta y esa lección también la aprendió siendo un niño. Pronto la noche llegaría y las alimañas saldrían de su escondite. Aunque en realidad la noche y el día apenas se distinguían, la luna herida, saldría en algún momento, y con ella los ojos que dominaban la noche saldrían de caza.


El frío empezaba a calarle hasta los huesos una noche más y su cuerpo cada vez más enjuto y dolorido no encontraba descanso en ningún lugar, ni siquera en aquella pocilga de techo larvado en la que había acumulado unas cuantas cosas prestadas de aquí y allá. En cualquier caso, sus legítimos dueños estarían ya a la cola para entrar al maldito infierno como sin duda pronto lo estaría él mismo. Pero no se daría por vencido antes de agotar su última botella de whisky y fumarse su último pitillo. Ese era por el momento su horizonte más inmediato. Después quizás engrosaría esa larga, eterna e inacabable fila de pobres diablos que nada hicieron en vida salvo gastar el aire y manchar con su presencia las calles enfermas de una civilización podrida y autodestructiva.

14 de agosto de 2009

Estás mejor en el olvido

Cada vez que doblo la esquina y aparece tu nombre o tu odioso rostro solo deseo apartarlo de mí, mandar lejos tu recuerdo hiriente y desagradable, en pocas palabras, ahogar los retazos que quedan de ti en lo que me rodea... me produces repulsión, no soporto que sigas ahí como un espectro agazapado, siempre esperando, latente, para salir en el momento mas inoportuno ¿podré librarme de ti? ¿podré apartarte de una vez por todas y para siempre? He de hacerlo porque si no me volveré loca.

Avisado quedas: desaparece, espectro, si he de clavarte una estaca, cortarte la cabeza, meterte en el cuerpo una bala de plata o pergeñar algún conjuro élfico lo haré. Nada en este mundo ni en las dimensiones paralelas conseguirá detenerme, aunque tenga que vender mi alma al diablo para poder desplazarte de mi vida. Apártate o atente a las consecuencias.

Canto a la libertad

La princesa Yasmine se perdía a menudo en sus pensamientos. De las quince hijas del sultán, todas bellezas sin par, ella era probablemente la que menos destacaba en cuanto al brillo de su pelo o la armonía de sus formas, pero, sin embargo, cuando se perdía en sus pensamientos, atraía las miradas como si fuera un imán. Daba igual lo desaliñado de su atuendo, o la forma descuidada en la que maquillaba absorta sus pómulos, Yasmine siempre estaba cavilando. Cuando sus hermanas formaban un corrillo para charlar sobre las telas recién traídas del otro lado del mundo, Yasmine andaba atareada acarreando cuerdas, lentes, redes y poleas de acá para allá, y al cabo de unas horas, había ideado un curioso invento, unas veces para cazar ranas en el estanque, otras para observar a los insectos que crecían bajo las grandes rocas que rodeaban los árboles de los jardines.

Daba igual dónde estuviera, hacia ese punto se giraban todas las cabezas, hasta tal punto que el sultán comenzó a preocuparse. Desde luego a Yasmine le daba exactamente lo mismo interesarle o no a un hombre, a dos o a cincuenta, pero los miedos del sultán eran fundados. Sólo Yasmine estaba en boca de los pretendientes de sus hijas. Y éstas, por más que se esforzaran en llamar su atención, no conseguían más que el efecto contrario. Pronto surgieron celos y envidias y, creedme, eso sí que Yasmine lo notó rápidamente. Sobre todo cuando aparecieron rotos los palos que conformaban su último proyecto. Por eso decidió exiliarse, al fin y al cabo nunca se había sentido parte de aquel fastuoso palacio ni de aquella familia tan extraña, que en vez de aceptarla tal cual era le hacía la vida imposible. De modo que, en secreto, comenzó a construir una máquina muy especial. Cada noche, cuando sus engreídas hermanas dormían y su padre gordinflón salía a contemplar las estrellas, ella, cuidadosamente se escabullía de sus almohadones y se dedicaba a tallar las maderas y a preparar afanosa su creación.

Por la mañana estaba tan cansada, que apenas se dedicaba a poco más que reposar apoyada en la barandilla del jardín y observar el vuelo de los rosados flamencos. Sus hermanas cuchicheaban a su alrededor y se preguntaban si no estarían yendo demasiado lejos, puesto que tan abatida la veían. Sin embargo su orgullo era más fuerte, y al recuperar de nuevo su notoriedad, pronto se olvidaron de aquella hermana que, como una flor marchita, parecía apagarse cada día un poco más.


Una soleada y fresca mañana de primavera, cuando las gotas de rocío lamían gustosas los pétalos a medio abrir de las rosas de pitiminí, el sultán descubrió la alcoba de Yasmine vacía. Los azulados mármoles parecían llorar la ausencia de la princesa y el sultán quedó sepultado por mil dudas acerca del paradero de su preciada hija. Totalmente destrozado, salió al jardín y apoyó sus gruesas manotas en el mismo lugar en el que había visto por último lugar a Yasmine, aquella baranda blanca de barrotes salomónicos. Lanzando un suspiro por ella, que era exactamente igual a su fallecida esposa, levantó los ojos para contemplar el vuelo de los gráciles flamencos, y, entre ellos pudo distinguir la estilizada silueta de su hija, que lucía unas fantásticas alas compuestas por ella misma que la llevaban muy lejos de allí, libre al fin. O eso fue al menos lo que el sultán sustuvo haber visto hasta el día de su muerte.

13 de agosto de 2009

El cielo de los perros

Todos los perros van al cielo. Los buenos, los malos y los que en vida se portaron regular. Y es que son traviesos, a veces muy ruidosos, y otras tantas lo destrozan todo a su paso como un pequeño huracán, pero son fieles y bondadosos. Defenderán de todo peligro a sus amos, serán sus mejores amigos y siempre tendrán un hueco propio y único en los corazones de quienes vivieron con ellos.

Pase lo que pase, tienen un huequito entre las nubes, un hogar cálido y mullido, en el que pueden recostarse a contar las estrellas. Allí pueden jugar y corretear cuanto quieren saltando de cúmulo en nimbo, deslizándose arco iris abajo y hurgando con sus húmedas narizotas entre todos los tesoros que encuentran en su angelical morada.

Desde allí arriba, nos miran y nos echan de menos, como nosotros a ellos, pero viven felices sabiendo cuánto les quisimos, y recordando cómo les cuidamos, incluso cuando se hicieron mayores y se pusieron malitos. Los perros sonríen mucho cuando recuerdan, y su enorme lengua se les escapa babeando hasta rozar las vaporosas y frescas nubes que les sirven de mirador.

Sitios que he visitado