Taller Encantado

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26 de marzo de 2010

Algidol y la Fox

Resumen de un viernes por la mañana: mocos, fiebre, el portátil, el mando de la tele y un vaso relleno de líquido naranja en la mano. Sí, amigos, el clásico trancazo de la primavera ha llegado con las rebajas del Corte Inglés. El organismo reacciona cuando está sobrecargado, con los cambios de temperatura y las hormonas campando a sus anchas ante el desconcierto primaveral.

En mi contra: la pila de trabajo seguirá creciendo un poco más (empieza a darme miedo la bestia de papeles que se agolpa sobre mi mesa). Además, los mil líos en los que me voy metiendo seguirán acumulándose hasta que deje de reventarme la cabeza. Si hoy soy buena, mañana podré empezar a darle caña a todo de nuevo.

A mi favor: un buen libro, la compañía incierta de un televisor que no cesa de vomitar imágenes, algo de tiempo para escribir, trabajar mis fotos y para cuidarme durante el fin de semana (y para poner lavadoras).

No estaría mal que llegara algo de calor... veremos.

12 de marzo de 2010

Elocuente silencio

Ayer fue 11 de marzo, otra vez. Los ramos de flores se agolpaban en las estaciones de Atocha, El Pozo, Alcalá de Henares y otros lugares. Actos de conmemoración, de homenaje a las víctimas inocentes, se fueron sucediendo. Cuando fui a Barcelona recuerdo con mucho cariño cómo todo el mundo repetía "todos somos madrileños". El dolor, que se extiende como una pátina cuando surge sin ser esperado, nos unió a todos hace seis años tanto como ayer.

Siempre recordaré que, durante semanas, los trenes iban en silencio. Era como si nadie osase respirar más fuerte de lo preciso, todos alerta ante cualquier paquete o bolsa extraña, suspicaces mirando a los ojos a sus compañeros de vagón, tratando de deducir si eran simples extraños o verdugos. Ayer los trenes no iban en silencio, pero tampoco se sentía el parloteo habitual que se asocia a la normalidad. La onomástica pesaba en los diarios matinales, en los cascos de los que iban escuchando la radio, en las ojeras, en los miedos, en las llamadas de teléfono a los móviles con cualquier excusa. Una pequeña inquietud estaba ayer en el corazón de cada viajero, que al final, llegó a su destino indemne. Suerte. Como la de no estar allí en el momento preciso. Quién sabe qué saldrá la próxima vez que se lance la moneda.

9 de marzo de 2010

Ver a través de otros ojos

Cuando visitas un lugar, por más que lo hagas en un viaje relámpago, algo queda de ti en él y de él en ti. Una estrecha comunión, un lazo especial. Es como si a raíz de ese encuentro, la tierra despertara ante tus ojos, tus oídos despertaran al oír su nombre e inevitablemente sus tristezas y tus alegrías sean las suyas.

Por eso sostengo que solo se ama lo que se conoce. Ese amor etéreo por lo que podría haber sido no es sino una proyección de nuestros deseos y por tanto una holografía de lo que ya está dentro de nosotros.

Conocer algo requiere la presencia, el contacto, el ejercicio sanísimo de la empatía que te lleva a ver a través de otros ojos.

Hay quienes no comprenden esto en absoluto. Pasan por los lugares sin ver. Miran, pero se quedan en la superficie de las cosas, son incapaces de penetrarlas para extraer de ellas su esencia. Ellos no pueden llegar jamás a sentirse parte de un lugar, y cuando regresen de él, no se dolerán por las desgracias que allí acontezcan ni sentirá sus logros como propios, ni felicidad toda vez que tenga lugar un suceso positivo.

Otros no tienen ocasión de beber las luces de otros cielos ni acariciar los aromas de inciensos lejanos, sin embargo, comprenden. Porque se han preocupado de recrear en sus mentes a las gentes que habitan en otros mundos y han conversado con sus templos centenarios. Con ellos viajar es posible sin moverse del sitio en el que están, son los mejores compañeros que uno pueda imaginar.

Dolor y llanto

El dolor es el mismo aquí o allí. Nada cambia en este sentido. Perder un hijo, llorar por los que se han ido, vivir en las calles, no tener qué echarse a la boca... el dolor es siempre el mismo. A veces florece entre la destrucción a causa de un terremoto imprevisible, en otros casos, de la tragedia prolongada en el tiempo de la guerra o la devastación de una climatología implacable.

La tierra brama, con ella los vientres de todas las mujeres del mundo, pues sabemos las vidas que se están perdiendo a causa de toda clase de hambrunas, saqueos, abusos, intolerancias, ¿qué hacer para paliar el mismo dolor que surge aquí y allí?

Siempre la misma sensación de haber llegado tarde, de que podría haberse hecho más, de que no deberíamos vivir en nuestra cómoda burbuja de cristal, echando la vista a un lado para poder dormir profundamente y sin sobresaltos. La realidad es que el hombre es un lobo para el hombre. La realidad -terrible- es que el ser humano es individualista por naturaleza y busca sobrevivir por encima de todo, a pesar de que para ello tenga que matar, que torturar o que pasar por encima de la cabeza de quien sea preciso.

Y si Dios existe es cruel porque nos ha abandonado a nuestra suerte sabiendo que somos ingobernables.

4 de marzo de 2010

Cruzar la barrera

Es tan fina, estrecha y frágil... en la fracción de un segundo puede desencadenarse el leve movimiento que (in)voluntariamente puede llevarnos a cruzar la barrera. Como cuando se busca un beso con un levísimo viso de atrevimiento en la mirada, como cuando la tibia mueca de un bebé nos anuncia que estallará en llanto.

Así de sencillo le pareció que podría ser simular un desequilibrio que fructuficaría en el silbido impasible del tren, llevándose su frágil existencia túnel adentro. Sin embargo, dejó que la proximidad del ahora amenazador aparato, pasara casi rozando su cuerpo. Se sintió un poco más cansado y pensó en ella. Siempre ella. Su imagen flotando imprecisa, sus rasgos difusos, irreconocibles. La veía en todas partes pero no la veía en ningún lugar, como si hubiera olvidado su rostro. Atrapar sus facciones era para su mente como tratar de alcanzar una mariposa, amargamente difícil.


Se sintió un poco más desgraciado, sus hombros se alzaron de forma involuntaria y su cuello se acortó, recordándome a una pequeña tortuga agorafóbica. Ha pasado mucho tiempo, pensé para mí, pero sigues solo. Si él hubiera sido capaz de leer mis pensamientos, tal y como yo siempre pude hacer con los suyos, le habría explicado que no era para ella. Que atraparla habría sido como atrapar a aquella mariposa... el polvo de sus alas, habría teñido sus dedos impidiéndole volar. Su soledad era tan necesaria como la libertad de aquella afortunada mujer, aunque ni por asomo sabría que debía sentirse tan dichosa.


3 de marzo de 2010

Eres lo que escribes

Nadie se desnuda tanto como aquél que deja sus pensamientos por escrito. Se retrata en cada palabra, en cada expresión y cada giro, lo quiera o no. Sus personajes delatan lo que es y lo que rechaza (lo que redunda de nuevo en mostrar lo que es). La llegada de Internet no ha hecho sino esconder el trazo de nuestra escritura, así que, al menos, algo queda oculto a tu mirada, querido lector, pero poca cosa es a cambio de todo lo que ofrece quien se desprende del miedo a la hoja en blanco y deja que sus pensamientos y ensoñaciones se deslicen a través de sus dedos.

Si quieres conocer a alguien, si quieres acceder a todo su potencial y comprender realmente qué rige sus acciones y sentimientos, nada más adecuado que leer lo que haya ido escribiendo. Es más, diré que lo que llegas a ser, está en todo lo que escribiste cuando tenías trece años. Si escribías sobre el amor, sobre la nostalgia, sobre el miedo y la naturaleza y la soledad y el estío, amigo mío, eres poeta, aunque lo hayas olvidado quizás. Mas nunca es tarde para recuperar la esencia, dejarla fluir al exterior y compartirla sin más pretensión que la de caldear un corazón helado o despertar una mente adormilada.

Leer y escribir; leemos para vivir otras vidas, escribimos para crear nuevos universos. Larga vida a la escritura, indiscreta compañera de viaje.

Nosotros

Los que vivimos divididos, a medio camino de ninguna parte. Los que nos sentimos desarraigados, pasajeros de trenes invisibles que nos conducen quién sabe a qué lugar. Los que nos despertamos pero seguimos soñando, siempre con el pensamiento un poco más allá de acá.

Nosotros, que no sabemos si vamos o venimos, que no estamos de vuelta de todo, sino más bien siempre yendo y viniendo. Los que nos perdemos en el infinito azul de un cielo inabarcable tanto o más que en la diminuta pequeñez de la partícula más ínfima que puede desentrañar nuestra pupila... nosotros, digo, somos afortunados. Porque podemos perdernos en los recovecos de un poema a medio garabatear en una servilleta de bar, abandonarnos a la contemplación de la belleza más absoluta inscrita en la mirada de un joven mohíno, o sencillamente experimentar el dulce éxtasis del Síndrome de Stendhal rozando las estrellas con la punta de los dedos.

Merece la pena no pertenecerle sino al devenir del tiempo, ser conscientes de nuestra finitud y nuestra insignificancia, porque eso es lo que nos hace sentir esa maravillosa sensación de alborozo y exquisito desasosiego, enamorados de la vida, esperando en calma su fin.

Sitios que he visitado