Taller Encantado

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9 de marzo de 2010

Ver a través de otros ojos

Cuando visitas un lugar, por más que lo hagas en un viaje relámpago, algo queda de ti en él y de él en ti. Una estrecha comunión, un lazo especial. Es como si a raíz de ese encuentro, la tierra despertara ante tus ojos, tus oídos despertaran al oír su nombre e inevitablemente sus tristezas y tus alegrías sean las suyas.

Por eso sostengo que solo se ama lo que se conoce. Ese amor etéreo por lo que podría haber sido no es sino una proyección de nuestros deseos y por tanto una holografía de lo que ya está dentro de nosotros.

Conocer algo requiere la presencia, el contacto, el ejercicio sanísimo de la empatía que te lleva a ver a través de otros ojos.

Hay quienes no comprenden esto en absoluto. Pasan por los lugares sin ver. Miran, pero se quedan en la superficie de las cosas, son incapaces de penetrarlas para extraer de ellas su esencia. Ellos no pueden llegar jamás a sentirse parte de un lugar, y cuando regresen de él, no se dolerán por las desgracias que allí acontezcan ni sentirá sus logros como propios, ni felicidad toda vez que tenga lugar un suceso positivo.

Otros no tienen ocasión de beber las luces de otros cielos ni acariciar los aromas de inciensos lejanos, sin embargo, comprenden. Porque se han preocupado de recrear en sus mentes a las gentes que habitan en otros mundos y han conversado con sus templos centenarios. Con ellos viajar es posible sin moverse del sitio en el que están, son los mejores compañeros que uno pueda imaginar.

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