Taller Encantado

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17 de febrero de 2013

El velo

Hay noches en las que el frío solo se aturde con el movimiento. Si estás calado hasta los huesos a lo mejor resulta más difícil, pero qué remedio si estás lejos de casa. Aprietas el paso con la esperanza de que la sangre en movimiento temple tus extremidades ateridas y tratas de concentrarte en una única idea: llegar.

Eso si tienes suerte y algún destino te aguarda. Un techo, un lugar en el que descansar, en el mejor de los casos algún tipo de compañía. Al menos si no te has dado ya por vencido. Puede que te suceda lo mismo que a mí y ya hayas dejado de buscar. ¿Eres de los que ha tirado la toalla? Bienvenido al club. Llegó un momento en el que me di cuenta de una verdad fundamental: estamos solos. No en el sentido físico, puedes tener pareja e hijos, compañeros de piso, una familia... pero no te engañes, estás solo. Te darás cuenta en el momento más inoportuno, puede que en algún momento en el que estés compartiendo tu desierto interior con los otros mientras anestesias los sentimientos de profunda soledad que te atenazan. Intentarás ser positivo y puede que incluso lo consigas...

En otras ocasiones no tendrás tanta fortuna y a lo mejor te darás cuenta de que estás rodeado de cosas que no necesitas y que han venido a llenar espacios y momentos. Excusas sobre excusas para no pensar, para evitar descubrirte a ti mismo lo que en el fondo de tu corazón tan bien sabes.

El hombre solo puede seguir adelante así, como los caballos a los que se les tapan los ojos para que no tengan ocasión de temer a aquello que les rodea. Al igual que ellos somos animales asustados solo que nadie nos ayuda a avanzar y el velo sobre los ojos nos lo tenemos que autoimponer para poder sobrevivir. El problema es que a veces se nos cae y tenemos que enfrentarnos a la verdad. Y duele.

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