Taller Encantado

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23 de noviembre de 2009

La Dama Blanca IV Tirar la toalla

Cuando en el corazón no descansa sino el dolor enquistado durante años, cuando no queda nada más allá de la siguiente mazmorra en que habitar la soledad maldita... mejor tirar la toalla.

No han sido pocos labios los que han naufragado en las procelosas y espiritosas aguas que se encierran en una copa de cristal. Cuántos pobres diablos se creen bohemios por el hecho de envenenarse en público en vez de hacerlo en la intimidad que brinda la petaca del vagabundo... ni se enteran de que son un chicle en la chancla de Dios, ese que nos ve desde arriba mientras se jacta de nuestra estupidez al creernos hechos a su imagen y semejanza...

Como guardarropa tengo la doble potestad de comprobar dos relevantes hechos en la vida nocturna de este local: en primer lugar qué aspira a parecer un hombre (que se corresponde con la imagen primera que exhiben como pavos reales al entrar) y en segundo lugar, aunque no menos importante, qué es realmente (que se expresa de forma elocuente a su salida, y suele componerse de los pedazos rotos de lo que fuera en un principio o como decíamos, aparentara ser).

Al ser lugar de paso soy testigo de las metamorfosis que se operan en este lugar: recatadas estudiantes se convierten entre bambalinas en pícaras bailarinas para costear sus gastos, a veces solo por unas cuantas noches, otras, durante unas meses y las menos, sin mucha posibilidad de salir del charco que acaba por salpicarles el tesoro de la juventud.

Otro tanto sucede con los "selectísimos clientes" que pasan por delante de mis ojos cada día. Caras sobrias, serias, elegantes, decorosas van deformándose lentamente con el transcurso de las noches para ser bobaliconas, alcoholizadas, viciosas y finalmente, ausentes. La indolencia es quizás el peor de los sentimientos que puede albergar una mente despoblada de objetivos en la vida. Es la madre de todas las desgracias porque termina siendo la carta blanca que permite a una persona hacer cuanto se le antoje. Y la indolencia es la que lastra los ojos de quienes han tirado la toalla: la mayoría de nuestros asiduos.

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