Taller Encantado

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13 de abril de 2009

Morfología de la soledad


Los lugares costeros inculcan cierto carácter austero en las gentes vinculadas a la mar por profesión o por melancolía. Las personas que habitan en sí mismas muestran soledades sonoras, retumbantes y plenas y las exhiben sin remordimiento ni vergüenza por el qué dirán. Bastante tienen con soportar el tedio, la infinita extensión de las horas sin otra compañía que la nada en derredor y quizás de rumor y la bruma de las olas rompientes resonando en la cabeza.

En los cafés y en los bancos de las calles, en los puertos como en los profundos valles se encuentran ancianos recostados, poetas frustrados, viandantes extraviados y árboles secos. Mil y una formas de soledad, como la de los cementarios erigidos sobre rocas en abismo o la de las casas perdidas en la niebla asediadas por la hiedra y el polvo del tiempo.

En el eco de las cascadas como en el nacimiento de los arco-iris resuena la canción de los cautivos del mar, de aquellos que tras la estrepitosa tormenta, el granizo o la nieve siguen anhelantes el sonido de los pasos perdidos, las huellas imborrables de tiempos de festejo y acogida en una gran familia ahora desmembrada y sometida a las acometidas del mar.

Asturias es agua y soledad.

2 comentarios:

Aurora Rey dijo...

No es tanta la soledad física de los pueblos costeros como la de las ciudades. En los primeros siempre hay una cierta empatía por el vecino o una simple palabra de consuelo, donde casi todos se conocen y se tratan y donde casi todos saben de todos, son palabras y gestos que en las ciudades es más difícil que se produzca, lugar donde la soledad parece más grande cuando te ves rodeada de tanta gente. El mar es como un espacio de libertad, donde si ves hacia el horizonte tus pensamientos se pierden y tu mirada se encuentra con la riqueza espiritual que transmite la naturaleza.
me encanta el mar, me transmite fuerza.

biquiños de una recién llegada del puerto de Cangas

Lolita blues dijo...

Son soledades diferentes. En Asturias he encontrado soledades más físicas, mientras que (creo yo) las soledades de la ciudad son más espirituales. A los urbanitas nos falta el soplo del aire fresco en la cara, el olor a tierra mojada, el contacto con la naturaleza, el silencio y el rumor de las hojas al viento. Adolecemos de soledad estando rodeados de gentes anónimas con las que no interactuamos, cambinando como códigos de barras errantes que nadie se molesta en leer.

Asturias es diferente, hay mucha población mayor, ya se lo han dicho todo y quizás viven aislados la mitad del año en aldeas pequeñísimas. No tiene nada que ver, es totalmente diferente.

El relatillo es un encargo de Juan. Te cuento: íbamos todas las noches a cenar a una cafetería muy agradable donde se comía fenomenal y a buen precio. Y allí iba un señor que pedía un café y se sacaba del bolsillo ¡¡¡¡las galletas que se traía de su casa!!!! Como lo oyes. No hablaba con nadie, aunque seguro que tenía confianza con todo el mundo -si no no haría algo así a diario-, y siempre se iba sin despedirse (como tampoco saludaba al entrar). Además allí por las noches siempre había dos o tres mesas ocupadas por gente mayor medio dormida (un día una señora dormida del todo) o que en una misma mesa, codo con codo, se pasaban los minutos sin conversar. Nos llamó tanto la atención...

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