Taller Encantado

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16 de abril de 2009

Soy un hombre muerto

"Je est une autre", dijo clavándome sus cansados ojos azul celeste. "Nací viejo, soy un hombre muerto. Vago buscando respuestas, es más ¡desafiando a quienes creen haberlas encontrado!¡Pobres ignorantes!".

Se había bebido la vida, había recorrido países cuyos nombres no conseguía siquiera recordar, se había ganado el pan de mil maneras (también lo había robado en algunas ocasiones) y ahora, antes de haber cumplido los cuarenta, su cuerpo no se henchiría de gozo nunca más. Sencillamente había caído en una especie de letargo amargo, su sensibilidad, mermada por todas las experiencias por las que había pasado como un tren a toda velocidad, no respondía a ningún estímulo. Desgajado de sí mismo, se sentía preso de su cuerpo, insultantemente hermoso a pesar del mal trato recibido por su propio habitador. No se reconocía en el espejo, como una suerte de Dorian Gray que no había proyectado sus pecados sobre ninguna otra entidad. Era un saco de perversiones que sin embargo no se había acabado pudriendo en su propia ignominia. Y se preguntaba incansablemente si es que la justicia divina en la que tantos creen no era sino otra estúpida telaraña en la que el hombre se había enredado. Alguien dijo que el hombre creó a Dios y que nunca sabrá cómo desembarazarse de su propia creación. Si somos el Dios de nuestro Dios, ¿qué es el tiempo sino una paradoja en la que vivimos muriendo tratando de adquirir una conciencia que a la vez nos ofusca y nos confunde irremediablemente? ¿Creamos para entender la destrucción, la finitud, el final? ¿Destruimos para entender la creación, la ciclicidad, el comienzo?

Él lo sabía. Yo, muy a mi pesar, acababa de descubrirlo.

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