Taller Encantado

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21 de enero de 2010

Pelota

No me gustan los pelotas, rastreras comadrejas, siempre esgrimiendo una falsa sonrisa y un embuste enmascarado en buenas palabras y zalamerías vanas. Como pequeños ratoncitos se esconden para ver el gran pedazo de queso y paladearlo pensando a quién podrán engañar para arrancar su mísero bocado. No pueden evitarlo, su carácter les impulsa siempre a estar a la sombra del poderoso, a lamer el culo de quien les puede ayudar a obtener provecho, por ínfimo que éste sea.

Les gustan las grandes ínfulas, les encanta el lujo, les maravilla la vistosidad y la opulencia. Venderían a su abuela por "estar en el lugar de" y viven siempre la vida de otros, parasitándola a base de dar a los demás lo que quieren: al vanidoso, le regala piropos, al engreído, le alimenta autoestima y así, adulador y vampiresco, se mueve arrimándose al árbol que da mejor sombra. Sin embargo, lo que el verdadero pelota parece desconocer es que su tiempo está contado, porque ¡la competencia es grande! Al final, quien se rodea de estas pequeñas garrapatas, termina por dar por finalizados los servicios en algún momento. O las menos de las veces, se percata de que vive una ilusión.

Hay personas que dejan pasar muchos trenes por ser incapaces de hacer la pelota, porque no consiguen rebajarse hasta la altura del betún, poner buena cara ante aquello que no es correcto o porque en suma se quieren lo suficiente a sí mismas como para tener un criterio propio. Estar al lado de estos no es en absoluto ventajoso. Pero tienes la tranquilidad de saber que estarán ahí siempre, de que no son volubles y de que su integridad puede llevarles por muchos caminos, incluso por el de la autodestrucción, pero será solo el que ellos elijan.

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