Taller Encantado

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21 de enero de 2010

La Dama Blanca V ¡Descarada!

Alana contoneaba su desgarbada figura con la gracia felina de quien no sabe perder porque nunca lo ha hecho. Maquillaba su rostro en unos segundos porque se conocía y sabía exactamente dónde precisaba un toque de brocha; para ella nunca era demasiado un poco más de carmín ni unos tacones unos centímetros más altos.

Cuando pasaba al lado de un termómetro, lo hacía estallar. Esa era ella. En una ocasión un hombre que la pretendía (qué novedad) le regaló un voluminoso libro. Alimento para el alma, le dijo. Alana se lo agradeció profundamente porque era del grosor adecuado para tapar la rendija de la ventilación de su recién alquilada habitación. Ella no necesitaba leer, todo cuanto necesitaba saber se lo había enseñado la vida más pronto que tarde. Y creedme si os digo que tenía la lección bien aprendida. Nada podía estar escrito que fuera de su interés porque cada uno de sus días podría dar de sí para escribir una novela.

Nunca miraba atrás, jamás se detenía. Las medias eran su segunda piel; su elocuencia, la llave que podía abrirle cualquier puerta y sus experiencias unidas a la agilidad de su pensamiento, sencillamente eran la chispa que encendía sus días y sus noches con mil y una aventuras.

Cuando llegó a la Dama Blanca por primera vez fue como si un ángel acabara de abrir las puertas del infierno. No tardó es estar rodeada de súcubos malolientes babeando por oliscarle los tobillos. Esa sería desde luego la menor distancia a la que conseguirían estar de aquella mujer envuelta en seda y perfume, ávida de descubrir qué había sido de su sexto marido. Y allí estaba él, traficando con su alma en aquel antro infecto, en etílico trance musical, arrancándole unos graves quejosos a su viejo chelo. Esas eran las curvas que había preferido abrazar. Por qué demonios, nadie lo sabrá nunca. El amor tiene la extaña cualidad de emerger en cualquier lugar, por improbable que parezca. La estola de Alana cayó al suelo y su tacón se quebró. Por primera vez, había perdido.


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