Taller Encantado

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21 de junio de 2010

La salida

Me lo preguntaba a menudo, no podía evitarlo. Cuanto más trataba de sacar esa cuestión de mi cabeza, más parecía querer filtrarse entre mis reflexiones. Era la misma asfixiante sensación que tenía cuando no podía quedarme dormido y lo deseaba con tanta y tan infructuosa fuerza. Me desagradaba hasta la náusea esa maldita traición de mi mente, que me paralizaba y me dejaba a merced de mis demonios.

Con el ceño fruncido, las manos en los bolsillos y el andar afectado, me sorprendí caminando y conjurando a todos los dioses que me dejaran descansar de esas reflexiones a las que estaba condenado, pero nada surtió efecto. Después pensé que quizás la música me absorbería los sesos, de modo que tomé el primer disco que cayó en mis manos y lo reproduje tan alto como me fue posible. Aunque tuve unos minutos de paz, al cabo mi mente vagaba de nuevo por las dudas y contradicciones que trataba de sortear, y de nuevo comenzaba a razonar en baja voz, cavilando sin descanso, volviendo una y otra vez a los mismos lugares.

No podía dejarme vencer así, de modo que salí de nuevo a la calle, dispuesto a liberarme a cualquier precio de aquellos invisibles fantasmas que me estrangulaban los pensamientos. Comenzó a llover, primero tímidamente, luego con fuerza, y aquel golpeteo del agua no hizo sino seguir taladrando mi ya de por sí hastiada razón. Eché a correr, desesperado, llevándome las manos a la cabeza como si así pudiera sacar de ella mi oscuros pensamientos, corrí como un loco hasta llegar a aquel portón. Luego solo recuerdo que así con fuerza la aldaba y golpeé aquella puerta como si fuera mi única posible salvación.

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