Taller Encantado

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10 de junio de 2010

Juego de niños

Como hija de la noche, la pequeña Violet no podía evitar sentirse atraída por la blanca luz de la luna. Se filtraba a través de las vaporosas cortinas de su estancia hasta alcanzar su carita de plata y sacarla de su frágil letargo.

Entonces, se deslizaba silenciosa sábanas abajo y caminaba descalza, despacio, como para no despertar a las estrellas. Su cabello ensortijado y libre le cubría los hombros protegiéndola del frío de la noche mientras abría los amplios ventanales que daban acceso al cielo. Lentamente, se encaramaba al alféizar y su pequeño y ligero cuerpecito trepaba ágil hasta el tejado. Allí, sobre la negra pizarra, su blanco camisón parecía centellear para comunicarse con sus hermanos astros mientras decenas de ojos en la noche la buscaban sin descanso. Cuando una nube ocultaba la luna, los veía acercarse a ella, pero no sentía ningún miedo. Eran parte de su familia, y venían a ella al verla refulgir a la luz de la luna. La oscuridad no acertaba a ocultar ese resplandor para los felinos que acudían a protegerla.

A pesar de no contar más de seis años, Violet sabía quien era. No era la hija del conde, ni una brillante estudiante de piano. No era la heredera de una inmensa fortuna, ni una insomne criatura alentada por la belleza de la naturaleza. Al menos no era solo eso. Era algo más. La reencarnación de una diosa. La responsable y protectora de las criaturas de la noche. O quizás aquello no era más que un juego de niños.

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