Taller Encantado

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5 de mayo de 2012

¿Hasta dónde?

Hoy me han mostrado este vídeo y me han entrado ganas de llorar. Se trata de una campaña que denuncia de frente los abusos de poder, la corrupción, la indefensión frente a una policía comprada por las mafias... Me duele aún más porque conozco a personas muy queridas para mí que viven allí, en ese México que se desmorona pero en el que todavía existe un pensamiento crítico que eclosiona aunque incomode y cree polémica cuando pone a un grupo de excelentes actores que no son más que niños recreando escenas muy duras pero que tristemente parecen ser cada vez más cotidianas.

¿Hasta dónde va a llegar la violencia? ¿Hasta dónde la paciencia de la gente de bien?

20 de abril de 2012

Jugar a ser un dibujo

Y poder estirar los brazos hasta el infinito, dejar que los ojos se nos salgan de las órbitas y ver estrellas bailando alrededor de nuestra cabeza cuando nos damos un porrazo. Poder viajar por todo el mundo y no tener que comer ni dormir. Estar todo el día maravillándonos de la belleza del mundo y viviendo aventuras que nos lleven a recorrer el planeta y alcanzar la luna. Atravesar muros dibujando en ellos una puerta, tomarle el pelo al coyote y burlar eternamente a la muerte.


Mi irresistible imán para los locos. Parte I: ¿Cuál es la siguiente parada?

Durante mucho tiempo, he temido viajar sola. La razón no es otra que mi nefasta suerte, que me lleva directa a compartir trayecto con el loco de turno. Si alguien habla solo, muestra una conducta extraña o da miedo, irá derechito a sentarse a mi lado. Si fuera un personaje de los Simpson, mi casa sería la que queda al lado de la loca de los gatos y se pasaría el día tirándomelos por la ventana.

Recuerdo una ocasión en la que, para variar, una mujer joven, de aspecto aparentemente normal, se sentó a mi lado. Al entrar al cercanías, todos fuimos derechos a coger un sitio, porque había mucha gente, así que no tuve mucho tiempo para elegir acompañantes de viaje, aunque, por lo general, me siento segura cuando quien se sienta a mi lado es una mujer. Al menos me ahorro tener que estar alerta por si le da por rozarse conmigo, cosa que por supuesto, ya me ha pasado también. El caso es que, como suele suceder, al principio, pensaba que la loca era yo. Pero, creedme cuando os digo que no, y pronto descubrireis por qué.

Frente a mí, la suerte había sido menos benévola, y había una joven un tanto desaliñada. Yo suelo leer en el tren, así que no le presté mayor atención hasta que comencé a oír un leve rumor. Me daba apuro levantar la vista del libro para mirarla y confirmar si era su voz, aunque la curiosidad me corroía ¿estaba hablando por el móvil? ¿Hablaba con otra persona quedamente? A lo mejor me equivocaba y era el ruido del tren. Pero no, era un sonido como de ultratumba, muy grave y muy tenue que apenas era audible, pero estaba claro que lo emitía ella. Estaba hablando sola. Seguí leyendo a pesar de todo haciendo, ahora sí, un esfuerzo para no perder el hilo de lo que leía, pero no podía evitar tratar de entender qué demonios decía ¿le habría pasado algo traumático? ¿Hablaba para sí tratando de no olvidar algo? ¿Cantaba? No había musicalidad en sus palabras, aunque parecían repetirse como un mantra... Quizás poniendo más atención... "ij...a... ta... on..s... se... se... aj...". Leer ya era imposible, pero no podía dejar traslucir mi obstinación por entender lo que decía. Poco a poco, la ronca voz se fue elevando hasta que pude entender perfectamente "sois todos unos hijos de puta, lo sé, lo sé, me estais mirando, hijos de puta, hijos de puta, os voy a rajar a todos". Como diría Borja Pérez ¡TOMA, TOMA!

Os aseguro que en el instante preciso en el que tuve consciencia plena del sentido de sus palabras tuve auténtico miedo. Ya solo podía pensar en llegar a mi destino y abandonar el tren, a ser posible manteniendo mi integridad física, pero quedaban dos paradas. ¡Qué lento iba el tren! Entre tanto ella no dejaba de repetir lo mismo una y otra vez, aunque no se movía. Miré de soslayo a la chica que iba a su lado y compartimos una mirada cómplice de incredulidad y preocupación. Mi cuerpo se hizo uno con el asiento, estaba pegado a él manteniéndome tan lejos de ella como me era posible ¡en la vida he tenido la espalda más recta!

Y de repente... con una voz dulce y melodiosa me miró directamente a los ojos y me preguntó: ¿cuál es la siguiente parada? 

Lo nuestro

Un día iba caminando distraída por la calle cuando se coló en mis oídos el retazo de una conversación. Un hombre de mediana edad le comentaba a otro algo más joven que le gustaba la semana santa porque era "lo nuestro" y "estamos invadidos de extranjeros", según sus propias palabras. Parece ser que aquello de celebrar la muerte y resurrección de Jesús le hacía sentirse más arraigado a su tierra o algo así, reafirmándole en su identidad nacional. 

Entonces me puse a pensar sobre cuál es mi relación con la religión y sobre todo, con la cristiana católica que es, en mayor o menor medida, la que me ha rodeado siempre y la que, dentro de mis muchas lagunas, conozco un poco.

Nunca entendí muy bien eso de vincular el sentimiento patrio a las creencias religiosas, seguramente porque durante muchos años en este país la religión católica fue una imposición para muchas personas que se veían obligadas a acudir a misa, a rezar y, sobre todo, a no preguntar ni cuestionarse los principios de cualquier religión: la fe y la liturgia. Así que de entrada, no creo en absoluto que la semana santa sea nada nuestro, o, al menos, no es nada mío. Tampoco tengo muy clara la relación que existe entre esa españolidad cristiana versus "los extranjeros", porque hay muchísimas personas que han emigrado a nuestro país y que son también católicas e incluso mucho más practicantes que los españoles creyentes, por no hablar de los católicos "de boquilla" que no pisan una iglesia, ni oran, ni siguen ninguno de los ritos pero se autoproclaman católicos por estar bautizados o porque ni se han cuestionado sus creencias nunca.


El caso es que, en semana santa, yo suelo huir literalmente de las demostraciones públicas de fe, esquivando las procesiones, las acumulaciones de gente, la venta ambulante de objetos religiosos... En fin, a pesar de ser española, no siento como mío en absoluto ninguno de estos eventos, aunque por supuesto los respeto muchísimo y soy capaz de encontrarles la belleza como piezas fundamentales del folklore nacional. Recuerdo incluso una ocasión en la que estando en Zaragoza, me vi "atrapada" por una procesión y no me quedó más remedio que verla. Y hubo momentos en que me pareció preciosa. También hubo otros en los que me pareció lo que me suelen parecer siempre estas cosas: algo antiguo, una tradición morbosa anquilosada en un pasado que ya no tiene mucho sentido.

Cada año sucede algo que chafa una procesión (las inclemencias del tiempo, el deterioro de las imágenes...) y entonces, la impotencia de todos aquellos que han dedicado titánicos esfuerzos para preparar y ensayar las procesiones, desde costaleros hasta cantantes de saetas, salen llorando en la televisión a lágrima viva, como lo hacían las groupies de los Beatles. Es un poco surrealista ¿no? Se supone que se está rememorando la muerte del llamado Mesías por los cristianos pero la espiritualidad queda relegada por algo tan mundano como un chubasco o el interés del lucimiento personal...

Estando en Budapest, nos recomendaron a mi pareja y a mí visitar la Sinagoga Dohány. Verdaderamente es preciosa y admirable por muchos motivos, pero una de las cosas que más me sorprendió fue que al final de la galería principal había ¡un órgano! En las sinagogas está prohibida la música, pero la rama del judaísmo que impera en la ciudad ha considerado que puede ser un medio más para llegar a nuevos fieles. Corren aires de aperturismo y voluntad de transformar los ritos para hacerlos más inclusivos. La verdad es que creo que ése es el camino para las religiones de hoy. Desde luego mientras la postura del catolicismo siga siendo que los homosexuales son enfermos mentales, que la finalidad del sexo solo es la reproducción, que los medios anticonceptivos de barrera son desaconsejables, etc. Es decir, en tanto en cuanto siga dando la espalda a la realidad y señalando con el dedo, parece bastante improbable que deje de descender el número de adeptos a su fe.

El problema que hay en nuestro país, es, a mi modo de ver la inmensa crisis de valores que sufrimos. Para muchos, lo reconozcan de puertas para fuera o no, el catolicismo no significa nada ya. Pero no han sustituido los valores de los que se proveían antes con otros seculares. Y de ahí viene el lío, porque declararse agnóstico, escéptico o en el más extremo de los casos, ateo, es duro. Es mucho más fácil optar por la opción acomodaticia de considerarse católico no practicante para no desentonar. A lo largo de mi vida me coincidido con personas con pensamientos muy dispares, pero el número más abundante respecto a la fe es el de los hipócritas que dicen una cosa pero piensan o se comportan de otra muy diferente.

Y cierro con una frase que me dejó perpleja hace ya unos años: "Hay que ver, con lo buena gente que eres, qué pena que no creas". Pues sí, se puede ser "buena gente" y agnóstica. Se pueden tener dudas, y con respeto, disentir. Ser franco no puede nunca ser pecado.

14 de abril de 2012

Aprender equivocándose

Hoy he estado reflexionando sobre esta cuestión: qué importante es que dejemos que los demás se equivoquen para que puedan aprender y mejorar. En la mayoría de las ocasiones somos o bien demasiado permisivos, o bien demasiado protectores. Es realmente difícil encontrar el término medio: aquel en el que le damos la oportunidad a niños y/o jóvenes de realizar ciertas tareas a su antojo para después, si les surge una dificultad o precisan de alguna ayuda, sean ellos mismos quienes nos pregunten y quienes pidan consejo. Nuestra experiencia nos precipita a enmendarles antes de que hayan probado a experimentar por su cuenta.

Sin embargo, el error o la imperfección (relativa) en este caso, obran en nuestro beneficio, porque forman parte de un proceso de aprendizaje gradual en el que la destreza se va desarrollando paulatinamente. No podemos pretender que la primera vez salga algo a la perfección, pero si permitimos que el otro haga las cosas "a su modo" pueden suceder muchas cosas: que descubramos formas alternativas de hacer las cosas que nosotros no nos habíamos planteado, que los demás se percaten de que lo que no se resuelve con obstinación sí puede conseguirse mediante esfuerzo y perseverancia, que a pesar de que la tarea no salga a la perfección cada cual sea consciente de sus responsabilidades...

Una persona que te motiva, que te ayuda, te supervisa, te alienta y te anima a hacer cosas puede ser el estímulo necesario para emprender nuevos caminos, perfeccionar los ya trazados y, siempre, crecer y crecer, como persona autosuficiente, como individuo y como parte de un todo. Una persona positiva, que valora el esfuerzo más que el resultado pero que también nos guía para conseguir sacar de nosotros lo mejor, consigue que las tareas no sean cargas, que se aligere el peso de aquello que nos da pereza realizar y nos estimula a ser cada vez mejores y a sentirnos por ende mejor con nosotros mismos. Esto supone un refuerzo para nuestra autoestima considerable y nos empuja también a tratar de ayudar a los demás para conseguir expandir ese bienestar. Si alguien confió en ti y te ayudó, tú confiarás en otros y les reforzarás para que también se sientan bien consigo mismos.


Durante la mayor parte de la niñez y la juventud nos quejamos de que nuestros padres son duros con nosotros: nos exigen, nos corrigen, nos señalan nuestras debilidades... La mayoría de las veces a lo mejor lo han sido, pero ¿por qué? Porque sabían que podrían sacar de nosotros la mejor versión de nosotros mismos. A medida que pasan los años, uno empieza a desear inevitablemente que ojalá hubieran sido más estrictos en algunos sentidos. Cuando uno pierde la figura del mentor (que son los progenitores en un primer momento y a lo largo de toda la vida, son los que más nos marcan), bien porque fallecen o porque dejamos de vivir con ellos y de contar con su consejo constante, las cosas se complican. Nuestra es toda la responsabilidad: de nuestro espacio, de nuestro ocio, de las personas que tenemos a nuestro cargo... Intentamos imitar aquello que nos pareció que "les fue bien" a ellos y aplicar enmiendas a los casos en los que pensamos que se equivocaban, pero nadie es perfecto, y de nuevo, lo hacemos lo mejor que podemos, pero siempre se podría hacer mejor. En cierta manera nos percatamos de lo injustos que fuimos con ellos, de los quebraderos de cabeza que les hicimos padecer, pero también de la dificultad de ser siempre justo, de que si queremos formar personas completas tenemos que apoyarlas, lo que no significa ser sus esclavas, que quererlas no implica estar su servicio ni dárselo todo siempre y a toda costa.

Si eres padre, madre, tío o tía, tienes niños o jóvenes a tu cargo, mi consejo es que les digas cuánto les quieres y que si a veces les presionas un poco, lo haces porque sabes que pueden mejorar, porque confías en ellos, porque quieres verles felices, independientes, teniendo una vida plena. A lo mejor a veces no te comprenden del todo, pero es muy necesario un beso, un abrazo, un "tú puedes": verdaderamente pueden hacer lo que se propongan si se esfuerzan, perseveran y sienten tu apoyo incondicional. Y se sentirán más queridos también si se dan cuenta de que su vida no te es ajena: que te preocupas por ellos y les ofreces una guía en sus vidas. Te ayudará recordar que hace no tanto tiempo tú te encontrabas en su mismo momento vital, que encontrabas también dificultades y que una palabra comprensiva y cariñosa te ayudaba más que ninguna otra cosa. En estos tiempos de indigencia emocional en los que vivimos hay que expresar la empatía y el cariño de obra y palabra y aprender a gestionar las emociones negativas reconduciéndolas para evitar un dolor innecesario.

5 de febrero de 2012

Los libros que me acompañaron en 2011

En este blog la literatura es importante. Quien me conoce sabe que la lectura es una constante en mi vida, que me gusta perderme en los libros y que a menudo me da pereza regresar de las historias que voy habitando. Leer suele ser lo que me hace la vida soportable cuando me siento vacía, y escribir lo que me permite salirme del margen sin tener que darle explicaciones a nadie. Alas para volar, fuertes incluso cuando el viento sopla en contra.

Aunque leo bastante en mi tiempo libre, todo me parece poco en esta inabarcable biblioteca infinita borgiana en la que nos movemos a día de hoy. A finales del año pasado me enfrasqué en la lectura de la saga Juego de tronos, aunque desde luego el ritmo del primer libro es el mejor. Ahora estoy terminando los libros publicados y luego creo que leeré poesía, porque la echo de menos y creo que hoy en día más que nunca necesitamos regresar a la lírica, puede que sea Rilke o puede que me deje llevar por los modernistas, pero echar de menos la poesía es algo que merece ser corregido de inmediato.


La cueva de los duendes cuenta con una buena biblioteca, porque es el lugar en el que llevo la cuenta de los libros que me van subyugando. Algunos de los que no llego a terminar o que leo y no me satisfacen, no están en esta lista, normalmente porque me he sentido un poco estafada al leerlos o porque prefiero no recordarlos, son los menos, a lo sumo dos al año.

Los que más me han gustado aparecen en rojo. Son los que más recomiendo. Abrir un libro es como abrir una ventana para que entre aire limpio en nuestras vidas, nos permiten ver otros mundos, otras épocas, otras vidas y eso nos ayuda a desarrollar nuestra empatía, nos fuerza a evolucionar y crecer.

-El cementerio de Praga de Umberto Eco
-Niebla de Miguel de Unamuno
-Cinco horas con Mario de Miguel Delibes
-El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl
-Todos mis cuentos de Ana Mª Matute
-Leviatán de Paul Auster
-La proporción áurea. El lenguaje matemático de la belleza de Fernando Corbalán
-Seda de Alessandro Baricco
-Valor de ley de Charles Portis
-El aleph de Borges
-Diálogo secreto de Antonio Buero Vallejo
-Maria Theresa. Retrato de una soberana
-Cuentos completos de Oscar Wilde
-Memorias del Marqués de Bradomín de Ramón del Valle-Inclán
-Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena
-Cuentos de adúlteros desorientados de Juan José Millás
-La elegancia del erizo de Muriel Barbery
-La soledad de los números primos de Paolo Giordano
-Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver
-El extraño incidente del perro a medianoche de Mark Haddon
-Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac
-Océano Mar de Alessandro Baricco
-La lluvia antes de caer de Jonathan Coe
-El sueño de Alejandría de Terenci Moix
-La caligrafía de los sueños de Juan Marsé
-City de Alessandro Baricco
-Canción de Hielo y Fuego de George Raymond Richard Martin
-Choque de reyes de George Raymond Richard Martin
-Tormenta de espadas de George Raymond Richard Martin

4 de febrero de 2012

El arte del mimetismo

Si le preguntáramos a cualquier persona cuál es el reino animal que le produce más rechazo encontraremos una abrumadora mayoría de intolerantes a los insectos. A nadie le gusta encontrar hormigas en la despensa o recibir el picotazo de un mosquito. Sin embargo, nos deleitamos viendo cómo las abejas recoletan polen, escuchando el zumbido nocturno de los grillos en verano o esperando contemplar el vuelo torpe de una mariquita trepadora. El reino animal es extenso y extremadamente variado, especialmente el mundo de los insectos: se trata del grupo de animales de mayor diversidad con más de un millón de especies descritas y se estima que se desconocen más del triple de las que han sido clasificadas. Los insectos son por tanto los grandes desconocidos, suponiendo aproximadamente un 90% de las formas de vida del planeta.

Los fásmidos o fasmatodeos deben su nombre a su capacidad para camuflarse en el medio, siendo por tanto auténticos "fantasmas" o apariciones. Son los llamados comúnmente insectos hoja, insectos corteza y insectos palo. Confieso que aunque siempre me parecieron curiosos, no me percaté de su belleza discreta hasta que una enamorada de ellos, como es mi hermana, comenzó a criarlos. Verlos crecer y mudar la piel, alcanzar a ver sus ávidas mandíbulas devorando las hojas de los rosales y observar sus oscilantes movimientos que les permiten parecer parte de su entorno danzando al viento es un precioso espectáculo digno de ser disfrutado. Por eso quiero compartir con todo el mundo estas fotos. Espero que os gusten.

21 de diciembre de 2011

Otras navidades descafeinadas

No sé qué ha pasado pero me han robado el espíritu de la Navidad. No sé si ha sido un duende maligno, la edad o la crisis, pero antes podía pasarme horas paseando por las calles iluminadas y deleitándome con el olor de las castañas asadas y algo en mi interior me decía que estaba disfrutando de unos días especiales. Ahora, he perdido la ilusión. Puede que no solo por estas fechas, sino por todo en general. Me cuesta disfrutar del momento, no pensar en el mañana (con más o menos recelo), y, sobre todo, tengo la sensación de tener que "pelear" por lo que siento. Y es que, el hecho de que te guste la Navidad, no está de moda. Decir que te gusta adornar la casa, hornear tu propio roscón de reyes y ofrecer turrones, mantecados y mazapanes de Soto está trasnochadísimo. Como yo. Siempre he estado un poco al margen de las modas. Hay quienes se escudan en el consumismo para despotricar sobre estos días, pero eso es como los que utilizan la misma excusa para no hacerle un regalo a su pareja en San Valentín. Sabemos que es una chorrada, pero para una vez al año que tenemos la ocasión... ¿qué hay de malo en disfrutar un poquito y hacer algo especial? Un regalo no implica que seas un loco de las compras: se pueden regalar experiencias, se puede ofrecer como presente algo que uno haya hecho con sus propias manos... y ni siquiera hace falta que sea algo material.


Por otra parte, está el tema de la contención del gasto. Pero del gasto en cosas que realmente importan. No es que nos ajustemos el cinturón a la hora de preparar la cena o de envolver los regalos con papel de menor gramaje, no. Es que ahorramos en todo, copón, ya no mandamos ni christmas a nuestras familias, ni nos curramos los regalitos, ni nada de nada. Hay una contención increíble del gasto en cariño, en amor hacia los demás, en desinterés y en espíritu de comunidad. Traducido al román paladino: cada loco con su tema. La sensación general es que nadie va a hacer nada por ti así que nadie hace nada por los demás. Y así nos va.

Nos esperan unas brevísimas celebraciones en las que festejaremos con austeridad las relaciones personales con los demás. Descafeinadas, de nuevo. Feliz Navidad.

Sitios que he visitado