Si tienes la suerte de vivir dentro del cuerpo de un ser que disfruta del sentido del olfato te recomiendo que trates de reconocer a qué huele una mujer por la mañana. La base de la nuca siempre destila el aroma del perfume que ella considera que es su tarjeta de visita. Este es quizás el más evidente y, por tanto, probablemente el menos interesante.
En los brazos se adivina el hábito de las cremas y las leches hidrantantes que no pueden faltar con la llegada del calor. El brillo de la piel delata que están ahí, aunque su olor fácilmente se disipa, por fortuna, dejando solo una breve huella perceptible solo a una distancia muy corta.
Los cabellos se cuidan con esmero cada mañana, de modo que siempre, incluso en la mujer más austera, puede percibirse el aroma del champú (normalmente frutal o herbal) sobre el eventualmente que pueden apreciarse notas de otros productos más fuertes como acondicionadores, lacas, gomina, etc.
Puede que sus manos revoloteen cerca de tu cara, y entonces alcances a distinguir su laca de uñas, que, aunque tenue, es un olor perseverante con tendencia a perdurar durante días. En el caso de aquellas mujeres muy inseguras, a veces hay una tendencia a perfumarse excesivamente, incluso en las manos...
Y ¿qué decir de los cosméticos? el carmín de los labios, la base de maquillaje, el colorete... generan una mezcolanza particular. ¡Qué mujer no recuerda la primera vez que se pintó para salir a la calle! Yo pensaba para mí que ojalá nadie se diera cuenta de que lo había hecho, pero a la vez deseaba fervientemente que alguien me dijera que se me veía más guapa que de normal. También me admiró el hecho de percibir todos esos nuevos aromas sobre mi piel, y las texturas tan diferentes que sentía (de hecho no podía evitar llevarme las manos a la cara, me picaban los ojos y sentía cosquillas en los labios).
Y es que no hay nada que deteste más una mujer que su propio olor corporal, por eso erige un edificio de mil aromas que la envuelven, la protegen y hacen que se sienta más segura y cómoda a lo largo del día. Cada vez que veas a una mujer por la mañana, de camino al trabajo, al cole o al super, piensa que es un monumento andante de los aromas y que el acto mismo de emitir ese dulce efluvio la convierte en una diosa, como aquellas vestales cuyas esencias e inciensos las hacían dignas de veneración.
