Dejar que el cuerpo se hunda en agua caliente, cerrando los ojos y abandonando el cuerpo, es una de las experiencias más placenteras del mundo.
Éstas fueron las palabras del sabio que habita en la morada de los libros. Yo, una menuda hadita de ojos saltones y voz cantarina, nunca habría podido experimentar esa sensación, ya que, como podrás imaginar, si mis alas se mojan el peso me impide levantar el vuelo. Y eso sería nefasto para mantener mi identidad a salvo. ¿Imaginas que no pudiera huir cuando los ojos de un niño retroceden a asegurarse de que me han visto? Perderían toda su ilusión si comprendieran que ciertos seres efectivamente existimos, necesitamos el halo de la clandestinidad para alimentarnos de la fantasía y la imaginación de cuantos creen en la magia.
Eso fue lo que me hizo comenzar un largo viaje, en el que tuve que superar numerosos obstáculos. El sabio me dijo que la felicidad era el perfecto sinónimo de la ausencia de miedo. Y mi terror visceral a ser vista o descubierta por ojos indiscretos sólo podría disiparse alcanzando el Valle de Las Aguas Tranquilas. No era precisamente fácil llegar allí, por eso se considera una zona segura. Tras atravesar el Camino de los Gnomos Tardones (tras dos meses de agotadora parsinomia), pude acceder al Bosque de los Castaños Milenarios, que con sus interesantes pero interminables historias me mantuvieron ocupada una eternidad incuantificable... hasta que al fin mis pasos y mis cortos vuelos me llevaron a la Senda de las Mariposas. Ellas me acompañaron gran parte del camino contándome la historia de dos amantes que se unieron para siempre en aquella senda y otras muchas sobre pillos y tesoros. Y tras atravesar la Gruta de los Ecos Sin Fin y superar el Paso de las Sirenas Silenciosas pude al fin llegar a la última barrerar: la Puerta de las Tres Adivinanzas. Allí, gracias a mi viaje pude contestar cuáles eran las hazañas del Conde de Guirmendinuf (me has contó uno de los castaños milenarios), cuáles eran los nombres de los amantes unidos en la Senda de las Mariposas (mis aladas amigas me habían relatado todos los detalles de aquella aventura) y cuál era la condena de las sirenas que, por chismosas fueron castigadas a permanecer en silencio para siempre.
Y al abrirse aquella enorme puerta allí estaba mi sagrado descanso, libre de toda pena, cuánta razón tenía el sabio: dejar que el cuerpo se hunda en agua caliente, cerrando los ojos y abandonando el cuerpo, es una de las experiencias más placenteras del mundo.
Éstas fueron las palabras del sabio que habita en la morada de los libros. Yo, una menuda hadita de ojos saltones y voz cantarina, nunca habría podido experimentar esa sensación, ya que, como podrás imaginar, si mis alas se mojan el peso me impide levantar el vuelo. Y eso sería nefasto para mantener mi identidad a salvo. ¿Imaginas que no pudiera huir cuando los ojos de un niño retroceden a asegurarse de que me han visto? Perderían toda su ilusión si comprendieran que ciertos seres efectivamente existimos, necesitamos el halo de la clandestinidad para alimentarnos de la fantasía y la imaginación de cuantos creen en la magia.
Eso fue lo que me hizo comenzar un largo viaje, en el que tuve que superar numerosos obstáculos. El sabio me dijo que la felicidad era el perfecto sinónimo de la ausencia de miedo. Y mi terror visceral a ser vista o descubierta por ojos indiscretos sólo podría disiparse alcanzando el Valle de Las Aguas Tranquilas. No era precisamente fácil llegar allí, por eso se considera una zona segura. Tras atravesar el Camino de los Gnomos Tardones (tras dos meses de agotadora parsinomia), pude acceder al Bosque de los Castaños Milenarios, que con sus interesantes pero interminables historias me mantuvieron ocupada una eternidad incuantificable... hasta que al fin mis pasos y mis cortos vuelos me llevaron a la Senda de las Mariposas. Ellas me acompañaron gran parte del camino contándome la historia de dos amantes que se unieron para siempre en aquella senda y otras muchas sobre pillos y tesoros. Y tras atravesar la Gruta de los Ecos Sin Fin y superar el Paso de las Sirenas Silenciosas pude al fin llegar a la última barrerar: la Puerta de las Tres Adivinanzas. Allí, gracias a mi viaje pude contestar cuáles eran las hazañas del Conde de Guirmendinuf (me has contó uno de los castaños milenarios), cuáles eran los nombres de los amantes unidos en la Senda de las Mariposas (mis aladas amigas me habían relatado todos los detalles de aquella aventura) y cuál era la condena de las sirenas que, por chismosas fueron castigadas a permanecer en silencio para siempre.
Y al abrirse aquella enorme puerta allí estaba mi sagrado descanso, libre de toda pena, cuánta razón tenía el sabio: dejar que el cuerpo se hunda en agua caliente, cerrando los ojos y abandonando el cuerpo, es una de las experiencias más placenteras del mundo.