Taller Encantado

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7 de abril de 2009

Amnesia selectiva o jugar a ser Dios

Cada día, al abrir el periódico, un nuevo espasmo sacude mi corazón... lo próximo será borrar nuestros recuerdos, supuestamente a nuestro antojo. "Somos lo que recordamos". Pero es que efectivamente, ¿no teníamos suficiente con la manipulación genética? Pues se ve que no, el débil y estúpido ser humano se plantea modificar su mente antes de comprenderla. Así que, si quiere ud. dejar de fumar, pronto contará con la terapia de la amnesia selectiva. ¿Seremos capaces de engañar a nuestra mente? Lo dudo muchísimo. Puedes olvidar que eras fumador, incluso el aroma del tabaco, pero no por ello dejará de gustarte su sabor o su efecto en tu cuerpo (mal que te pese) así que recaerás indefectiblemente, solo que cada vez será la primera para tu maltrecha memoria.

Me parece una de las ideas más horribles que ha podido tener un científico, aunque reconozco que saben venderla bien. Porque quién no querría olvidar un trauma infantil que te mantiene paralizado o un espantoso recuerdo que te impide seguir con tu vida... sin embargo lo que hace que seamos lo que somos y como somos son nuestras experiencias previas, nuestra visión del mundo está conformada por nuestro bagaje. Jugar con la memoria es jugar a ser Dios lanzando unos dados al aire sin saber dónde pueden caer ni lo que hay escrito en cada una de sus caras. Apenas sabemos cómo funcionan los mecanismos de la memoria ¿y pretendemos manipularla? ¿No será que pretendemos desembarazarnos de cualquier dolor? ¿Pero no es acaso el dolor necesario para la vida? Quiero decir, si nacemos sufriendo, rompiendo el silencio con un desaforado llanto que nos permite comenzar a respirar... ¿por qué eliminar el dolor? ¿por qué eliminar el duelo? ¿por qué eliminar lo desagradable? ¿por qué siempre tratamos de desembarazarnos de aquello que somos y que nos hace ser humanos?

Imagino un mundo en el que las personas han olvidado que han muerto los seres a los que amaban "para dejar de sufrir" o que viven en un estado de amnesia drogadicta en la que no se tolera ningún tipo de sufrimiento. Me vienen a la cabeza Huxley y Orwell y me dan ganas de vomitar. No comprendo que seamos tan inconscientes, tan esclavos del mercado y tan incapaces de asimilar lo que es la vida. Prefiero el mundo en el que habitábamos en el que cuando alguien fallecía vivía en mí y en el recuerdo que transmitía... olvidar es el estado más próximo que se me antoja a ser un zombie, un "no muerto" a la par que un "no vivo".

24 de enero de 2009

La criatura innominada

Isabel era una risueña princesita de preciosos ojos verde esmeralda que no contaba más de cuatro añitos cuando, un día, mientras iba saltando y canturreando su canción favorita por el bosque, encontró una cajita plateada. Al principio sólo atisbó un tenue brillo entre las zarzas que llamó poderosamente su atención, y allí se dirigió inmediatamente con la intención de introducir su diminuta y frágil manita entre las espinas. Si nuestra Isabel hubiese sido sólo un poquitín más mayor habría tenido en mente las palabras de sus padres y no se habría acercado, pero como su pequeña cabecita estaba poblada de hadas y duendes, no dudó alargar la mano. Era una niña muy diestra y alcanzó su objetivo sin problema... extrajo la cajita, y de paso un par de frutos maduros que fueron devorados en un segundo.

Un halo de decepción envolvió su carita, porque realmente creía que el tesoro sería más original que una vieja cajita de plata, de bordes ennegrecidos y volutas en las esquinas. En cualquier caso, la sorpresa podía estar dentro del recipiente, así que Isabel, resuelta, se decidió a abrirlo. No era tan fácil, el cierre estaba firmemente sellado y la pequeña, decepcionada, tiró la cajita al suelo en un intento desesperado de descubrir qué demonios había en su interior. Para su infinita sorpresa la cajita "se quejó". Ahora Isabel estaba asustada y a la vez con toda su atención concentrada en "esa cosa"... se había quebrado la tapa por uno de sus extremos y "algo" salió de su interior. Puede que Isabel no supiera nombrar aquello porque las sombras de los árboles cubrieran a aquel ser y puede que lo que saliera de allí fuera algo realmente imposible de describir. Nunca lo sabré con certeza, pero cuando Isa me cuenta esa historia de niñez, clavando en mí sus ojos verde esmeralda, un escalofrío sigue recorriendo mi espalda exactamente igual que la primera vez.

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