Taller Encantado

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8 de diciembre de 2010

Una carta inesperada I

Llovía a cántaros, pero tenía que sacar a Luna a pasear. Malditas las ganas que tenía de hacerlo, pero el pobre animal tenía ciertas necesidades que satisfacer y prefería que no lo hiciera en la alfombra del salón. De modo que con toda la pereza del mundo, me enrollé en una enorme bufanda que me cubría las orejas y medio rostro por completo y me dispuse a salir a la calle, con los dos grados bajo cero que acechaban fuera amenazando mi fuerza de voluntad.

El paseo fue breve puesto que el viento y una fina capa de nieve hacían verdaderamente desagradable estar en la calle. Llamé al ascensor mientras acariciaba el húmedo pelaje de Luna, aliviada al fin, cuando pensé que llevaba varios días sin mirar el buzón, desde el miércoles quizás. No me equivocaba: estaba hasta arriba, incluso varios panfletos publicitarios comenzaban a salirse por la abertura. Traté de cogerlo todo con una sola mano, pero Luna tiraba de la correa viendo que el ascensor ya estaba allí, así que el correo quedó esparcido por el suelo.

Fue entonces cuando vi su carta por primera vez. Era imposible no verla. Estaba entre recibos del banco, facturas variopintas y esa interminable ristra de folletos de establecimientos de comida rápida que parecen querer aprovecharse de los momentos de guardia baja. Como siempre, el sobre era azul y la letra de Ariadna se mostraba casi perfecta, en trazos largos y firmes que acusaban un indescriptible esmero en su plasmación. Ella era así, siempre se esforzaba al máximo y nunca era suficiente, quizás por eso necesitaba llegar hasta el final de las cosas, cualquiera que fuera el precio a pagar.

No me gustó ver su carta, no me gustó que mi mente conjurara sus manos cuando éstas se deslizaban entre libros y papeles y, sobre todo, no me gustó el inmenso vacío que sentí al recordar la punzada de su ausencia. Era como encontrarme cara a cara con mi antítesis. Mi caos frente a su orden, mi pereza frente a su capacidad de trabajo. Me sentí tan desbordado e incapaz como siempre. Agarré como mejor puede el correo y lo subí a casa. Llamé a Casa Ming para pedir tallarines con setas y pato laquedo y decidí no pensar en ella ni un minuto más. Después de hartarme a comer, me quedé dormido viendo un programa que no me interesaba en absoluto y así llegó la noche y pasaron varios días. 

Esta mañana, me han llamado del banco para decirme que habían cargado una cantidad inusual en mi cuenta, así que he repasado los últimos recibos. Entre ellos, estaba de nuevo la misiva y la curiosidad ha sido más fuerte. Ojalá nunca hubiera abierto ese sobre. Ojalá.

2 comentarios:

Aire Fresquito dijo...

Cuando escribes así de bien, cualquier comentario está de más ;)
Lois

Lolita blues dijo...

Gracias, Lois, eres un sol ;)

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