Taller Encantado

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21 de noviembre de 2012

Sacrificio

Hoy, en la inauguración del Festival 4+1, he tenido la ocasión de escuchar con atención las reflexiones de Jonás Trueba sobre el cine de autor, ese término que se escurre entre los dedos como si fuera arena fina cuando tratamos de delimitar sus fronteras semánticas.

De las muchas palabras que han ido apareciendo casi por generación espontánea, enumeradas como un desordenado abecedario, la de sacrificio es una de las que más me han impactado. El artista, renuncia. Siempre lo he pensado: en el caso del cine, de la literatura, de la pintura, de cualquiera de las artes que alguien decidió llamar "menores", el hecho se repite. El artista, renuncia.

¿A qué? Indudablemente, a la vida. El proceso de creación implica la destrucción de una parte del propio autor. Expresarse de forma creativa implica parar, observar, pensar y traducir a otro lenguaje y esta dinámica implica la deceleración del curso vital, una suerte de efímero estatismo que algunos llaman incubación, como si de una fiebre vírica se tratase. Algo hay de cierto en que el autor es un enfermo, en que se libera de su carga cuando consigue sacarla de sí, alumbrarla. Es la sanación milagrosa de la extracción de ese algo diferente que se ha ido pergeñando en su interior. Los autores son almas enfermas que vagan por el mundo tratando de sobrevivir al tiempo de gestación de sus obras.


En el caso de La balada de Genesis y Lady Jaye, la película documental que se ha proyectado inmediatamente después del encuentro con el cineasta, había un claro ejemplo de un artista incapaz de extraer de sí mismo esa pequeña bestia desatada en su interior. Atrapado en una constante necesidad de cambio, el personaje principal se veía superado por su propio torrente generativo, ¿cómo vivir así, en una vorágine autodestructiva?

El artista, renuncia. En este caso, de la forma más representativa posible: declina la invitación a ser él mismo para convertirse en otra persona. ¿No es el amor una excusa para diluir la propia identidad? ¿Acaso se puede amar a otro fagocitándolo? ¿No es la "otredad" lo que nos enamora?

1 comentario:

Anónimo dijo...

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