Taller Encantado

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4 de noviembre de 2010

Los jueves escribo II "Las tardes azules"

La infancia es un lugar extraño, difuso, algo que queda atrás pero que nos acompaña siempre. Nos sentimos alejados y concernidos a la vez en eso que comenzamos siempre explicando con el cliché "cuando era pequeña...". Aunque a veces hasta nos sonrojamos pensando en nuestra candidez de antaño o esa picardía desenfadada, la verdad es que no dejábamos de ser nosotros. Quizás más nerviosos, más expectantes, más ilusionados y dicharacheros incluso, pero nosotros al fin y al cabo. Ese cúmulo de potencialidades que puebla nuestros recuerdos y a los que desde la distancia nos gusta revisitar, espiar mientras nos preguntábamos qué ha sido de nosotros, por qué hace tanto tiempo que no jugamos es el germen de todo lo que somos ahora, como en este momento somos el germen de lo que seremos más adelante.

Las tardes azules

Me gusta llegar a casa muy cansada, así que aunque vaya corriendo hasta el portal, subo por las escaleras. Y cuando llego a la puerta, llamo al timbre muchas veces y así mi madre sabe que soy yo y viene a abrirme corriendo. Otras veces mi madre deja la puerta medio abierta y entro como un torbellino gritando ¡¡¡Hooola!!! y dando un gran portazo. Mi madre sabe si he tenido un buen día o no solo con oír el timbre de mi voz. Nunca puedo ocultarle nada, por mucho que lo intente.

La comida es el peor momento del día. No me gusta mucho comer cosas que no son dulces. Solo se salvan las croquetas, la tortilla de patatas y los espaguettis. Hay una laaarga lista de cosas que aborrezco: el pescado (menos los boquerones y las sardinas), las setas, las coles... Por eso mis comidas favoritas del día son el desayuno y la merienda. Son los únicos momentos en los que me dejan comer dulces: chocolate, magdalenas, galletas... La hora de la merienda es sobre las seis. Justo un momentito después de que llegue mi padre del trabajo. Siempre es igual: llega papá, voy a darle un gran abrazo y luego viene la merienda y los dibujos animados.

Luego mamá se va a pintar y está mucho tiempo fuera de casa. Mi padre apaga el televisor y ya no me deja ver más dibujos y el tiempo empieza a pasar más despacio hasta que se hace de noche y no tengo ganas de nada, solo de que vuelva mamá. Cuando llega huele muy bien, a pintura y a una cosa que usa para limpiar los pinceles y su cara está fresquita porque viene de la calle. No me deja hurgar en su caja de pinturas, pero reconozco el olor a óleo desde lejos. Sus cuadros son siempre una sorpresa porque se quedan en la escuela y solo al final del curso, cuando se organiza una exposición podemos verlos. A mí me encantan porque usa muchos colores, sobre todo el azul, que es mi color favorito.

1 comentario:

Marilo la de las horquillas dijo...

Yo también odiaba las cosas que deben comerse para crecer sano. Cuando mi madre ponía acelgas hervidas con una patata para aliñar con aceite y vinagre me daban ganas de llorar. Hace muchos años que no tengo madre, pero me gustan las acelgas hervidas con una patata...
Esas cosas pasan.

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