Cuando la gente me mira, nadie sabe lo que pienso, cómo me siento ni tienen la más mínima idea de lo que me ronda la cabeza. Tiene que ser así. Cada mañana ajusto cuidadosamente la máscara a mi piel, muy pegada, muy pulida y asentada para que ni siquiera aquellos que dicen conocerme íntimamente tengan una sola pista. Suelo escoger la cara de buen compañero, de amante esposo y trabajador leal. Pero absolutamente nadie conoce al ser que se esconde dentro. Mi mujer dice que me ama. Por eso siempre me perdona. No sabe cuánto disfruto escondiendo su bolso para luego poder reprocharle la mala memoria que tiene. Tampoco podría imaginar que cuando me dejo llevar siento un íntimo placer golpeándola, recordándole lo inepta y ridícula que es. Las mujeres son así, cobardes, sucias e infieles por naturaleza. Tengo que recordárselo porque de lo contrario se le subiría a la cabeza lo bonita que es. Tiene que pasar por ello para poder ser mejor persona, verse desfigurada, empequeñecida, tonta. En ese momento, por un instante, me ve de verdad, solo ella, pero rápidamente cambio mi máscara por la del arrepentimiento. Un ramo de flores y unos días de ensueño hacen que vuelva a confiarse. A veces hasta tengo que llorar y trabajar duro para convencerla. Pero ella sabe que es temporal y aún así, seguimos juntos. Nos queremos de verdad, me acepta como soy y yo sé lo que necesita. Debo tener cuidado para no hacerla sangrar, no vaya a ser que una de estas amiguitas feministas tenga la feliz idea de levantar la liebre. Aunque no creo que vuelva a verlas después de la última paliza. Creo que aprendió la lección y ya sabe quién manda en esta casa.

Me quiere, y yo a él también. Muchísimo. Es su genio, que le pierde. Por qué tendrá esos ataques de ira... debió pasarlo muy mal de niño, por eso nunca habla de su padre. Cada vez duermo peor, tengo pesadillas. Cuando me despierto en medio de la noche, me gusta ver cómo duerme, con esa cara de ángel. Se le ve tan tranquilo... Lo peor son los insultos. No comprendo cómo puede decirme esas cosas o pensar que voy a irme con el primero que pase. Y qué hago con Sofía y Lorena, qué excusa les pondré esta vez. Suerte que no han visto la escayola ni la quemadura. Creo que voy a dejar el trabajo. A lo mejor si paso más tiempo en casa y le demuestro que no soy una cualquiera se da cuenta realmente de que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por él. Si no no sé cómo se lo tomará... cómo se lo digo... pensará que no es de él, o algo peor, nunca sé por dónde puede salir. A mí que me haga lo que quiera pero al niño que llevo dentro, por dios que no lo toque. A lo mejor debería pedir ayuda pero ¿a quién? No, no, es imposible, me moriría de vergüenza si alguien supiera cómo me siento. Pero cada vez me cuesta más fingir y me encuentro más sola. Aunque en el fondo me lo merezco por torpe, por despistada y por no estar a su altura. La suerte es que no me deje, porque sin él no soy nada. Él fue mi primer amor y todo lo hemos ido descubriendo juntos. Ni siquiera recuerdo mi vida antes de conocerle.
Esta es la cosa más triste que he escrito en muchos años. Lo siento.