Y como muchos dicen, todos están dentro de éste. No están lejos de la verdad aquellos que opinan que todo lo que el hombre puede imaginar con su cabecita pensante está ya inventado y que la realidad no es sino una re-re-re-recreación de cuanto hubo anteriomente, una suerte de remix de lo antiguo y lo nuevo pero que nos lleva a una especie de bucle temporal que se recrea cada cierto tiempo. El mundo de la moda es un ejemplo tan manido como quizás frívolo, pero ahí tenéis a las grandes figuras del estilismo retornando una vez y otra a momentos pasados mezclados con un poquitín de rollo "cool" para darle el empaque necesario a sus colecciones. Las temporadas se suceden igual que la sensación de "dejà vu".
Solo una cosa consigue conmoverme ya de veras: la propia naturaleza. Tanto lo que me rodea cuando estoy inmersa en un paisaje como la propia naturaleza del hombre y los resquicios de su mente. Esa dualidad: desde mí misma hacia fuera y desde mí misma hacia dentro pone en contacto dos realidades incomprensibles e inabarcables para mí. La mente no puede pensarse a sí misma, puesto que para analizarse tendría que autodescomponerse y entonces no podría realizar ese proceso y la naturaleza, sencillamente se nos escapa de las manos. Toda la razón de la existencia del hombre, su necesidad de crear sociedades, de abastecerse, de guarecerse, de perpetuar su carga genética no ha sido sino un paulatino proceso de "poner puertas al campo". Nos hemos reproducido, expandido y diseminado de tal forma y hemos derrochado tanto, que estamos agotando los recursos de los que nos valemos. Nos autoextinguimos. A lo mejor seguimos el ejemplo de los lemmings y cuando seamos (aún más) multitud nos suicidamos como insinuara la estupenda película de "El incidente".
Algún mecanismo de defensa tendrá el planeta para tratar de sobrevivirnos, porque aunque la naturaleza no es omnipotente, seguirá abriéndose paso, como lo hacen las hierbas entre el asfalto de nuestras carreteras o los mejillones que crean sus colonias en la cubierta de los buques... Nada puede detenerla, y el hombre se arriesga cada día más a perecer en el intento de tratar de desafiarla. Convivimos con complejidades que sin embargo, funcionan. No comprendemos nuestra propia mente, pero nos valemos perfectamente de ella cada día para las actividades más nimias. No comprendemos los mecanismos que rigen muchos fenómenos naturales, pero sin embargo, ahí siguen realizando (o no) su función de todas maneras.
En resumen, creemos que conocemos mucho, pero en verdad apenas conocemos nuestro propio ser ni lo que le rodea. Somos ricos en ignorancia y arrogantes en cuanto a lo que creemos saber. Hay todavía muchos mundos por descubrir, pero la principal paradoja que nos acompaña desde la cuna, el tiempo implacable que es el que nos marca el día a día, sigue siendo inexpugnable a nuestros esfuerzos por ser desentrañado. No comprendemos nada sin sus coordenadas espacio-temporales, no sabemos por qué somos sujetos temporales, ni sabemos cuándo se producirá nuestro final, ni siquiera si lo hay.
Solo una cosa consigue conmoverme ya de veras: la propia naturaleza. Tanto lo que me rodea cuando estoy inmersa en un paisaje como la propia naturaleza del hombre y los resquicios de su mente. Esa dualidad: desde mí misma hacia fuera y desde mí misma hacia dentro pone en contacto dos realidades incomprensibles e inabarcables para mí. La mente no puede pensarse a sí misma, puesto que para analizarse tendría que autodescomponerse y entonces no podría realizar ese proceso y la naturaleza, sencillamente se nos escapa de las manos. Toda la razón de la existencia del hombre, su necesidad de crear sociedades, de abastecerse, de guarecerse, de perpetuar su carga genética no ha sido sino un paulatino proceso de "poner puertas al campo". Nos hemos reproducido, expandido y diseminado de tal forma y hemos derrochado tanto, que estamos agotando los recursos de los que nos valemos. Nos autoextinguimos. A lo mejor seguimos el ejemplo de los lemmings y cuando seamos (aún más) multitud nos suicidamos como insinuara la estupenda película de "El incidente".
Algún mecanismo de defensa tendrá el planeta para tratar de sobrevivirnos, porque aunque la naturaleza no es omnipotente, seguirá abriéndose paso, como lo hacen las hierbas entre el asfalto de nuestras carreteras o los mejillones que crean sus colonias en la cubierta de los buques... Nada puede detenerla, y el hombre se arriesga cada día más a perecer en el intento de tratar de desafiarla. Convivimos con complejidades que sin embargo, funcionan. No comprendemos nuestra propia mente, pero nos valemos perfectamente de ella cada día para las actividades más nimias. No comprendemos los mecanismos que rigen muchos fenómenos naturales, pero sin embargo, ahí siguen realizando (o no) su función de todas maneras.
En resumen, creemos que conocemos mucho, pero en verdad apenas conocemos nuestro propio ser ni lo que le rodea. Somos ricos en ignorancia y arrogantes en cuanto a lo que creemos saber. Hay todavía muchos mundos por descubrir, pero la principal paradoja que nos acompaña desde la cuna, el tiempo implacable que es el que nos marca el día a día, sigue siendo inexpugnable a nuestros esfuerzos por ser desentrañado. No comprendemos nada sin sus coordenadas espacio-temporales, no sabemos por qué somos sujetos temporales, ni sabemos cuándo se producirá nuestro final, ni siquiera si lo hay.
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