Poder... el poder sobre las personas es algo escalofriante. Nadie sino tú puede abrazar a otros con esa mirada persuasiva que hace que el mundo caiga rendido a sus pies. Nadie sino tú puede acariciar los oídos de los demás con medias verdades o con urdidas mentiras para alcanzar sus objetivos.
El problema es que esas metas, una vez alcanzadas pierden todo su valor: siempre hay un sueño más allá del alcanzado, siempre hay nuevos terrenos que conquistar, otras personas a las que manipular y siempre, aunque te pese, te verás en la más profunda soledad. Te ahogas en el ostracismo del depredador implacable, de aquél incapaz de saciar su sed en nada ni en nadie: serás el eterno errante, condenado a vagar por siempre encubriendo sus propias quimeras, rey del disfraz y del encanto fingido, pútrida carne envuelta en tules y oro que deslumbra sólo a los ciegos.
Nadie sino tú y tú, solo, por toda la eternidad.
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