Cuando te dicen que no, algo se te rompe dentro. Un breve pero seco crujido, inaudible en la mayoría de las ocasiones, se propaga con una onda expansiva de desilusión. Como una luz que se apaga paulatinamente y va dejándolo todo sumido en la sombra, así se extiende el vacío en el que solo arraiga la tristeza.
El no es la puerta cerrada, la línea cortada, el café derramado y la soledad manifiesta. Decir no es convertirse en juez y verdugo, en ladrón de sueños y cómplice de la desdicha. Segar tijera en mano la ilusión puesta en la formulación del deseo, arrastrando al otro al pozo de la insatisfacción.
Recibir un no te hace pequeño porque te hace sentir la desmesura de tus pretensiones, el espacio que te separa de tus anhelos y la terquedad del universo, siempre obligándote a conformarte, a poner buena cara y tener que seguir adelante.
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