Taller Encantado

English cv French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

7 de noviembre de 2011

La chispa de la intuición

"A veces las personas tenemos la suerte de encontrarnos en el inmenso mundo". Ésta era una de las frases favoritas del profesor Deckard, la repetía a menudo. Cuando formuló su teoría sobre las presencias, todos le tomaron por loco. No es de extrañar: ni su atuendo ni sus modales lo hacían merecedor de demasiada confianza. Despistado, caótico, irreverente y profundamente convencido de aquello sobre lo que hablaba, Deckard andaba siempre al filo de la navaja, tambaleándose en la cuerda floja para poder seguir ejerciendo como docente. Hay personas a las que el sistema no les gusta y hay otras personas que no le gustan al sistema. Nuestro atolondrado pero reflexivo profesor se enmarcaba en este segundo grupo.

En cualquier caso, el fenómeno llevaba meses repitiéndose y era en apariencia inexplicable, de modo que la Teoría Deckard se tomó como una conjetura más, una plausible aunque extraña manera de dar un sentido a algo que aparentaba carecer de toda lógica.

Como casi todas las cosas sobre las que merece la pena escribir, aquella sucedió por casualidad en un hermoso lugar. En el cruce la Rue du Chantilly con la Avenue des Beaux Arts de París había un antiquísimo violín expuesto en el escaparate. Cualquiera podría haber pensado que el establecimiento que albergaba semejante pieza estaría desprotegido, dejando allí al azar aquella pieza de museo, cubierta de una fina capa de pétalos de rosas. Y habría acertado. Nunca había polvo sobre aquella madera primorosamente tallada aunque nadie había visto a nadie limpiando aquel escaparate. Y eso que ya nadie recordaba desde cuándo estaba allí. El caso es que, un buen día, un niño quiso fotografiarse frente él. La sorpresa de sus padres fue mayúscula cuando al revelar el carrete no era su hijo quien aparecía allí: era una presencia.


Desde ese momento, las cámaras se volvieron locas y dejaron de tomar fotografías de las personas que posaban ante ellas, en su lugar y por todo el globo comenzaron a aparecer extrañas presencias. Pronto los cuentos de brujas dejaron de rondar al anticuario de París, el fenómeno se generalizaba. Hombres y mujeres fueron sustituidos, sin saber cómo ni por qué de sus fotografías. Solo cuando Deckard posó ante su réflex a modo de experimento cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Y es que el profesor estaba iluminado por la chispa de la intuición, que aparece sin previo aviso señalando el camino correcto.

Designios

Contraviniendo los designios de su corazón, Léa decidió extirparse el amor del pecho. Fue un día concreto y preciso aquél en el que escribió en una hoja todo lo que sentía. Luego la destruyó. El papel es franco y dócil cuando se te ofrece en blanco. En él caben todas tus súplicas, tus deseos y tus miedos. Pero también es frágil.

Como decía, contraviniendo los designios de su corazón, aquel día Léa tenía una clara pretensión: dar carpetazo a unos sentimientos que le resultaban más que incómodos, intolerables. Ni descansaba, ni se concentraba en ninguna tarea; vivía con una obsesión permanente anclada en la mente que no la dejaba apenas respirar. No siempre era así, claro está. La cara amable de todo aquel desagradable incidente era sentir el corazón más vivo que nunca, sonrojarse ante la presencia de la persona amada, y, en ocasiones, sentirse tremendamente plena.

Pero ese día, ese aciago día, Léa había sido tan valiente y tan osada, que, contraviniendo los designios de su fe y siguiendo los que le marcaba su corazón, le había había confesado a su íntima amiga que se había enamorado de ella. En lo que Léa definiría después como "aquel rapto de locura" hasta le prometió (como prometen los hombres que nunca cumplen su palabra) que lucharía contra viento y marea para que ambas fueran felices juntas.

No era correspondida.

Fue un día extraño, aquél preciso y concreto en el que Léa se encontró a sí misma y afrontó su verdadera identidad para perderla en un instante. Lo que ella no podía saber entonces es que los sentimientos no caben en un cofre de esos que se tiran al mar. El mar es vasto, pero la marea siempre devuelve los mensajes. A pesar del rito que pretendió ser una cura a su malherido corazón, Léa siguió enamorándose de otras mujeres periódicamente. Nunca consiguió encontrar en un hombre la dulzura de la voz de una mujer, ni la suavidad de sus manos ni mucho menos la azarosa mezcla de ternura y fortaleza que tanto la atraía. Quién sabe si alguna de aquellas veces fue lo suficientemente valiente como para ser ella misma al fin.

Sitios que he visitado